Por Melanie Jhan
IG @aguanabana
Fuente: Pinterest
Comer apurada significa no colocar el mantel sobre la mesa; no masticar lentamente los alimentos; mucho menos, percibir sus sabores; y mi postura en esta acción suele ser encorvada, incómoda, inconsciente. Cuando finalizo, me siento extraña como si algo me faltara, y me pregunto ¿por qué?, o, mejor dicho, ¿qué está pasándome? En el caso contrario, comer pausadamente significa respirar lento, o al menos. percibir mi respiración; y la acción siguiente que voy a ejecutar se desenvuelve diferente porque estoy percibiendo el aire que entra y sale de mis pulmones; mi ritmo baja, mastico lentamente; diferencio los sabores en la comida que estoy ingiriendo; y mi cuerpo suele relajarse. Y eso me hace sentir bien; mi cuerpo lo agradece; hay una sensación de vitalidad. Creo que comer es uno de los momentos más importantes de mi día, y muchas veces lo descuido, o peor aún, pasa desapercibido. Este ejemplo puedo extrapolarlo a otras situaciones en mi vida. He llegado a la conclusión de que necesito estar atenta y comer como realmente quiero hacerlo, y lograrlo constituye un estado de relajación y atención orientada1. Si puedo practicar estar atenta al momento de comer, ¿podré estar atenta al tener una clase de teatro? ¿podré recibir la información que llega a mí? ¿podré percibir lo que está pasando en mi cuerpo? ¿no es, acaso, estar aquí y ahora la reafirmación de la atención?
Observar y pensar con todo mi cuerpo antes de moverme en cualquier circunstancia; que es siempre, afinar el oído y mirar cuando -no logro- por ejemplo, comer en pausa. Simone Weil (1994), al respecto nos dice: “Tratar de enmendar los errores por medio de la atención, y no por medio de la voluntad” (p.90). Podría deducir que mi cuerpo atento es absolutamente sabio ante mi pensamiento apegado a un fin específico que, pocas veces por sí solo logra alcanzar -ese- fin. Mi tarea consiste en aprender a mirar2. El fin, quizás no sea aprender a hacer tal o cual cosa más lentamente, sino practicar estar atenta. Ahora bien, ¿qué tiene que ver comer atentamente con una clase de teatro? En este punto me gustaría introducir a este análisis a Sonia Sanoja: ella puede darnos luces.
Para Sonia Sanoja (1998), fue mediante el cuerpo que el ser humano ancestral tomó consciencia de sí mismo y de su entorno; del movimiento y de la inmovilidad […] A partir de allí, crea un “lenguaje primigenio: la danza” (p.8). Si para Weil, la atención constituye la fuerza creadora del ser humano, y para Sanoja, a partir de la observación de sí mismo, el ser humano empieza a crear diferentes formas de estar en el mundo que manifiesta a través del cuerpo, ¿tienen la atención y el movimiento una estrecha relación?
Cuando escucho la palabra movimiento, la imagen que viene a mi mente es la de una medusa, y a su vez pienso en la palabra en sí misma. Parece que se mueve al pronunciarse y al escribirse. Para aproximarme al movimiento como acto creador, de observación, escucha y atención, hablaré desde mi vivencia en el teatro. Antes de ejecutar un movimiento en una puesta en escena teatral, de las primeras cosas que hago, (además de dudar), es recordar: caminar de una determinada forma sin que eso interfiera con el texto que voy a decir; en qué parte del texto hay pausas y en qué partes mi cuerpo se detiene; en qué momentos del texto hago tal o cual cosa; cuándo debo moverme de un lugar a otro, etc. Re-dibujo la partitura en mi mente antes de hacerla. Pero a veces, me he dado cuenta que me olvido de respirar; entro a escena y lo primero que hice no fue respirar, sino otras cosas, que no están desligadas de la escena, pero, lo principal no lo hice. En un sentido práctico podría decir que “hago lo que tengo que hacer” pero no estoy haciendo “lo que fui a hacer”. Es una línea delgada que no necesariamente separa lo metódico de lo inspirador, es decir: es necesaria la práctica, el trabajo y la repetición para ejecutar una partitura de movimiento (puede variar) y, al mismo tiempo, lo que hago debe -conmover- al espectador, o al que contempla3, pero si en toda esta situación no estoy respirando adecuadamente, de alguna forma, en mi experiencia, algo pierdo. Estoy concentrada en el pensamiento de lo que debería hacer, pero no estoy atenta a la acción que requiere la escena. Entonces, difícilmente escuche a mi alrededor; puedo oír, pero no con todos mis sentidos totalmente presentes. Eso me incomoda, y me frustra; lo cual me lleva a tensar el cuerpo, los hombros y el cuello; mi cuerpo se cierra; el aire no pasa fluidamente a lo largo de toda la extensión que mi cuerpo, en un estado sin tensión, le permitiría; dirijo el foco hacia cómo no seguir haciendo lo mismo, y me convierto en un perro persiguiéndose la cola.
En este punto me encuentro enajenada, concentrada en mí, sin estar atenta. Sin embargo, algo de la práctica y el trabajo pueden volver instintiva o intuitivamente para “salvarme”. A veces, también es un golpe de suerte, pero como la suerte no siempre está a favor, considero más seguro afianzar la memoria en la práctica. De pronto, escucho/siento -algo- que me recuerda que estoy aquí. Mi cuerpo recuerda lo que trabajamos. Algo sucede; algo comprendo en ese momento; y allí es donde comienzan a revelarse cosas que no estoy estructurando desde mi pensamiento, sino que vienen dadas desde la acción y la escucha en el presente. Respiro. Me relajo. Siento. Escucho. Estoy aquí. Tengo una necesidad más allá de lo que estaba haciendo; tengo la necesidad de decir algo. Y no puedo evitar relacionarlo con lo que nos dice Simone Weil sobre la interpretación de aquello que requiere… otra cosa:
“Un método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz” (p.91).
Hay cosas que se revelan y bajan al cuerpo; de alguna forma estaban en un espacio “etérico”, y jamás las iba a mirar si no me acercaba a la atención del movimiento en mi cuerpo, al cansancio y a la repetición.
En escena quiero ser una medusa moviéndose con fluidez y precisión.
Lograr trascender el pensamiento que no es eficaz en una práctica, o en una escena, es una búsqueda activa que, muchas veces, me resulta difícil; cuando más creo entender es cuando menos lo hago y vuelvo al punto de inicio. En palabras de Simone Weil, hace poco más de medio siglo, desde la filosofía y el misticismo: “Una vez se posee un punto de eternidad en el alma, no queda más que preservarlo, pues crece” (p.91). Y reafirma Sonia Sanoja, a partir de la danza y la filosofía, con respecto al danzarín que ha logrado sobrepasarse a sí mismo, “[…] El danzarín ya no siente su cuerpo. Su cuerpo es pura energía creadora, se ha transmutado ya en un ser irradiante. Lo que vemos desplegarse es su alma” (p.15). Me veo entonces empujada a reconocer los límites de mi cuerpo; del espacio en el que estoy. Me reconozco y, a partir mis límites, tendré que buscar otras posibilidades que me permitan transitar desde el movimiento externo e interno de mi cuerpo. Y si no lo logro, que es lo más probable, tengo que seguir haciéndolo, hasta poder situarme en ese espacio con otras puertas para abrir: absolutamente, el lugar aterrador de lo desconocido, del vértigo, de belleza, de hallazgos, de trascendencia.
Practicar la atención diariamente, volver a ella, siempre volver. Descubrir cómo estar atenta y cómo mi cuerpo se siente cuando lo estoy… escucharla cuando esté, y aterrizarla a este espacio-tiempo… esto, lo continúo comprendiendo.
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NOTAS
1. Simone Weil con respecto a la atención orientada con amor a Dios, o a cualquier cosa hermosa (p.91).
2. Frase del artista y profesor Miguel Arroyo, que yace escrita en el pasillo de Las Escuelas de Artes, Letras y Filosofía, en la Universidad Central de Venezuela.
REFERENCIAS
-Weil, Simone. (1994). La gravedad y la gracia. Editorial Trotta.
-Sanoja, Sonia. (1998). Danza, vértigo consciente. Notas para una filosofía de la danza contemporánea. Rodríguez, Orlando. Apertura del Instituto Universitario de Danza. Conferencias magistrales. Instituto Universitario de Danza.