Por Laly Alejandra Balcazar Arévalo
IG @lalybalcazar
Hace casi 3 años, durante una conversación con profesionales de la danza donde se hablaba sobre las capacidades de ciertos estudiantes -e incluso, se puso en tela de juicio mi capacidad para ejecutarla- una frase fue sembrada en mi cabeza. Aquel día escuche: "Tú no tienes las capacidades". Una pequeña frase bastó para alojar esa inquietud en mí, dejando una incógnita en el fondo de mi mente. Y aunque pensándolo fríamente, siempre me dije que aquella persona no sabía de dónde yo venía, ni podía juzgar desde su experiencia -diferente a la mía- en la danza, debo confesar que sus palabras me generaron malestar, lo que instaló ciertas dudas en mis profundidades; quizás, porque venía de una persona que admiraba debido a su trabajo y su visión sobre la danza.
Luego de casi 3 años, puedo decir claramente que aquella frase sólo fue infundada por los resultados obtenidos en unas cuantas horas de clase, donde los -muchas veces- mal llamados maestros, pretenden transmitir tradiciones de otras regiones cuando, en realidad, las mismas se nutren de las vivencias y las historias de los territorios a los que pertenecen. En aquella época estaba iniciándome en las danzas folclóricas de mi país, las cuales había decidido buscar después de llevar muchísimos años inmersa en otra cultura, totalmente diferente a mi cultura de nacimiento. Aunque fue una experiencia enriquecedora a nivel humano, fue supremamente frustrante a nivel dancístico. En efecto, las danzas tradicionales en la ciudad y en territorios distintos a su lugar de nacimiento, sí o sí sufren grandes transformaciones.
El simple hecho de salir del territorio y ser practicadas por personas de la ciudad, ya conlleva grandes cambios. Corporalmente, en la ciudad somos distintos. Caminamos y nos relacionamos de manera distinta con nuestro entorno y con la naturaleza. Nuestro funcionamiento citadino hace que así sea. Pretender adoptar corporalmente una técnica perfecta de una danza tradicional en sólo 3 o 4 meses de práctica, es algo totalmente ilusorio, como escuchar hablar de técnica para danzas que se practican en las diferentes poblaciones del territorio nacional, y donde cada comunidad y cada persona le dan un sabor y una ejecución distinta. En mi caso, era ilusorio pretender instalar en mí ciertos movimientos -e incluso, ciertos ritmos- viniendo yo de tantos años de práctica en otras danzas. Estas danzas habían modificado mi cuerpo, algo de lo que sólo pude ser consciente estando allí una vez más, como estudiante de otros estilos.
Fue una situación bastante interesante, encontrarme allí, dudando de mis capacidades para ejecutar las danzas de mi país, luego de llevar tantos años sumergida en otra cultura absolutamente diferente. La vida me había dado la oportunidad de estudiar danzas supremamente ancestrales y tradicionales, las cuales tenían bastante exigencia a nivel del trabajo corporal e intelectual. Aún hoy en día sonrío imaginando a aquella persona, a su turno, tratando de aprender en sólo unos meses lo que a mí me ha llevado años de práctica y entrega para lograr interpretar mínimamente, lo que realmente hacen las personas de origen en las danzas que practico. La expresión “mínimamente” no significa que lo haga mal, o no lo haga lo suficientemente bien. Pero considero que las personas que son del origen de estas prácticas, traen en sus cuerpos información ancestral, y se bañan diariamente en la cultura de origen, lo que, en la ejecución marca una gran diferencia.
De allí nace la pregunta: ¿ser o no una bailarina? Lo cierto es que existen en el mundo muchos estilos de danzas y múltiples técnicas, como existen múltiples maneras de vivir y de experimentar la danza. Aun así, considero que la danza no debe limitarse. Nuestro arte es un increíble camino de transformación para el ser humano, independientemente de su origen y estilo. Sin duda, la danza nos permite conectar con nosotros mismos y con nuestro cuerpo, el primer territorio que habitamos. La experiencia en la danza puede llevarnos a conexiones inimaginables, que van más allá del plano físico. La posibilidad de vivir la danza de diferentes maneras es tan grande como la cantidad de estilos y técnicas existentes, y sus múltiples beneficios pueden, incluso, salvar una vida.
Hacerse profesional en la danza, conlleva grandes responsabilidades, como la formación y la entrega para lograr los objetivos deseados. También, de cierta manera, se convierte en un estilo de vida para lograr lo que se desea desde la posición de bailarín profesional. Enseñar danza es una inmensa responsabilidad, porque nos convertimos en transmisores de tradiciones y técnicas, donde se debe ser honesto y aplicado con la formación. A nuestro turno, es lo que se entregará a los estudiantes para evitar cometer errores, como limitar a las personas por sus capacidades, o quedarse en el juzgamiento de una buena o mala ejecución.
En el camino de estudiar las danzas tradicionales de mi país, tuve también la oportunidad de iniciarme en la danza contemporánea. Es otro estilo, ajeno a mí, el cual, hasta aquella época, me había costado entender. Sin embargo, la experiencia con esta danza fue distinta y muy enriquecedora. En ella encontré profundidad y conexión, aquello que mi ser venía experimentando desde años atrás con mis otras prácticas. Sin duda alguna, el maestro fue sumamente importante. En alguna ocasión, sus consejos fueron vitales para continuar y entender muchas cosas. En varias oportunidades me habían criticado por tener la danza que practico demasiado instalada en mi cuerpo y, al parecer, notarse demasiado el estilo del que vengo al momento de ejecutar cualquier otra. Por el contrario, este maestro me decía: “tú no debes deconstruir nada. Lo que tienes, hace parte de tu trayectoria y de tu camino, y es con eso que debes seguir construyendo lo que sea que desees hacer con las nuevas experiencias”. Fue sin dudas, el consejo más sabio que pude recibir en aquel momento. Esto me ayudó a continuar con mi formación, y a seguir disfrutando de la experiencia sin mayores dificultades.
Para concluir a la pregunta que genera este escrito, invito a mis lectores a vivir la experiencia de la danza sin distinción de origen o técnica; sencillamente, escuchando lo que su cuerpo y su ser experimenta con este maravilloso arte que despierta y hace vibrar el alma. La danza nos acerca a nosotros mismos, nos permite conectar con los demás y, sin duda alguna, nos conecta con la grandeza de la divinidad que hace posible la magia del movimiento en el cuerpo, a través de lo que experimenta el ser.