Por Constanza Biroccio
IG @toujoursenmouvement
“Si quieres que algo se muera, déjalo quieto...”
Jorge Drexler
El día comienza y con él, el movimiento.
Despertar un nuevo día es dar paso a una nueva aventura en movimiento. Cada mañana, al ponerme en posición vertical, mis pies comienzan a escribir una nueva página del libro de mi vida.
Salgo a la calle. El cielo, las nubes, el sol (cuando se deja ver), el canto de los pájaros y el aire que roza mi rostro, me dan la bienvenida a un nuevo día. Estoy viva. El caminar de algunas personas, el correr de otras y el movimiento de los medios de transportes que llevan a cada uno a su lugar de trabajo o estudio, trazan nuevas líneas en la historia individual y colectiva. En la mía, todo eso forma parte del movimiento cotidiano que integra la danza efímera de cada día.
Intento vivir cada jornada nutriéndome de esos devenires que se van creando y se renuevan al día siguiente. Cada danza aporta un matiz distinto. Cada día es un nuevo comienzo, intrínsecamente ligado al día anterior... y al siguiente...
Me gusta moverme al ritmo de cada melodía, ésa que escucho en el interior, y también de la que se escucha fuera de mí misma.
Todo tiene ritmo alrededor nuestro; todo resuena en nuestra alma, y ese sentir se transforma en danza: una nueva danza que se crea y se comparte; una danza efímera que se renueva en cada paso que doy. Por momentos bailo sola y por otros, es más bien en grupo.
Mirar alrededor, cruzar la calle, bajar y subir escaleras, saludar, hablar, sonreir, subir y bajar del transporte, respirar, moverse. Todos bailamos.
A lo largo de mi vida, fui encontrando el gusto a moverme con cada música que escucho, ya sea que esté sola o con gente; en un lugar privado o público. Me gusta compartir el ritmo propio que llevo dentro: el que nació conmigo, el de las palpitaciones del corazón, así como también el ritmo que fui aprendiendo a escuchar y a sentir con tantos compañeros, bailarines y profesionales que pasaron por mi recorrido en la danza, durante el período amateur, y también el universitario.
Todos esos matices musicales y corporales fueron ampliando mi bagaje de movimientos.
A veces me preguntan por qué bailo. Bailo porque mi alma lo necesita. Bailo porque así hablo con un lenguaje universal que desconoce los límites lingüísticos. Bailo porque desde muy pequeña, tuve la gracia de encontrar en la danza, el medio de abrir mi mundo y expandir mis horizontes. Bailo porque la danza me permite ser yo misma, sin prejuicios personales y con una mirada externa que resignifica mi transmisión del movimiento. Bailo porque mi cuerpo me lleva a hacerlo, y si por algún motivo me lo impidiera, encontraría la manera de bailar del mismo modo: en lo pequeño y simple, en el día a día, porque así es como escribo mi propia historia y cada página del libro de mi vida: bailando.
Siempre en movimiento...