Por Laly Alejandra Balcazar Arévalo
IG @lalybalcazar
©Ravshaniya
Estos últimos meses, hemos hablado acerca de la danza como camino, sus múltiples beneficios, y las increíbles experiencias que ella nos permite en nuestra existencia. Lo increíble, es que la magia de la danza nunca termina. Ésta nos lleva a un sentir más profundo cada vez, a un estado de presencia y consciencia constante, a una conexión con nosotros mismos, con nuestro entorno y, sin duda alguna, con ese algo divino que todo lo rige. Para algunas personas, la danza se presenta como un reto, porque consideran que no tienen las capacidades para lograrlo, o porque, en ocasiones el hecho de conectar con el primer territorio que habitamos, puede despertar ciertos miedos. Sin dudas, cuando logramos aventurarnos en el universo de la danza, nos damos la posibilidad de experimentar una vivencia profunda, ante la cual es difícil ser indiferentes.
Uno de los regalos de la vida es sentir la danza en el cuerpo, experimentar los cambios que la misma va generando a nivel corporal. En el caso de la práctica que realizo con las danzas de la India, lo que sucede puede ser tan sorprendente como mágico. Se convierte en una observación constante del cuerpo. Es posible observar cómo las caderas se van haciendo más anchas con el pasar del tiempo y, con ayuda de una práctica constante, las piernas se hacen más fuertes, se toma consciencia del centro y la importancia del mismo, e incluso comprendemos la importancia de tenerlo presente y activo en la cotidianeidad. A través de esto se puede, incluso, tomar consciencia de lo importante que es estar presentes y bien enfocados en las diferentes áreas del día a día, para asumir los movimientos inevitables de la vida. Las manos, casi que hablan acompañadas de los gestos del rostro, sin necesidad de utilizar el sonido de la voz. La percepción de los sonidos se hace más aguda. Los reflejos son intensificados gracias a un cuerpo despierto, alerta, al mismo tiempo que el intelecto se abre para recibir la información que lo alimenta cada vez más.
Sin duda alguna, la magia y el misticismo de la danza se puede extender cuando vamos más allá del cuerpo y el movimiento, cuando ella habita nuestro ser interno y hace parte de cada fibra de nuestro territorio, cuando el movimiento nos permite ir a las profundidades del ser y deja en evidencia las oscuridades que nos acompañan. Las dinámicas tales como la incapacidad de aceptar nuestras dificultades, la manera cómo vivimos cada una de ellas, y nuestra forma de gestionar cada impasse que se presenta, permiten que las luces salgan a flote. Y así, uno sigue abrazando, de la mejor manera, lo producido por el movimiento de la danza en nuestro cuerpo y en nuestro interior, yendo cada vez más lejos, al punto de llegar a sentir una total libertad en cada movimiento, lo que permite sencillamente ser, sin necesidad de palabras o artificios, acompañados y habitados por el fluir de la danza.
Cuando esta magia sucede, y estamos listos y atentos a lo que se va explorando, logramos tener una experiencia mística donde se genera una relación con ese algo divino que nos permite vivir la experiencia de la danza, y que nos lleva a conexiones más allá de lo que pueden ver los ojos. Es cuando la danza trasciende el movimiento, permitiendo sentir que somos instrumentos de la divinidad que opera en cada uno y que, a través de lo que nos habita, que podemos llegar a todos aquellos que conectan con nuestro arte.
En realidad, se trata de vivir y sentir la danza, yendo mas allá del movimiento; permitir la inmersión en las profundidades a las que puede llevar la práctica; llegar a un lugar donde el bienestar producido, sostiene el cuerpo, alimenta el ser y llena el espíritu. Es una manera de poder encontrar la armonía personal, que puede llegar a extenderse al entorno y verse reflejada en cada paso que se da en la vida. En general, la danza hace seres conscientes, presentes y alertas. De manera general los bailarines son personas muy observadoras, que saben escuchar realmente, seres que, en lugar de pies, podríamos llegar a decir que tienen alas y que viajan a universos mágicos donde el mundo es distinto, gracias al sentir de la danza en el cuerpo y en la vida.
Soltar los miedos y atreverse a conectar con nosotros mismos y nuestro ser a través del movimiento, teniendo a la danza como herramienta, puede ser un regalo de amor y, quizás, la mejor experiencia que podamos ofrecernos en el camino de la existencia.