EL CUERPO COMO MATERIA DEL ARTE

Por Lucero Dávila

IG @lucerodavilaarte


Ph. Laura Makabresku


Me es muy grato dirigirme nuevamente a ustedes para hablar de lo que tanto amo: el cuerpo y la danza.

En esta columna, buscaré acercarlos a la magia de la corporalidad, y a la transformación que ocurre a través de la misma, ya sea cuando es considerada como objeto de estudio, o como fuente de inspiración para el campo de las artes.

Hablaré, por ejemplo, sobre el arte rupestre, y cómo mediante él tenemos las primeras manifestaciones -no sólo artísticas sino también de la corporalidad- que nuestra especie ha ido desarrollando, de manera inconsciente, en el transcurso de lo que conocemos como evolución del hombre.

Durante el tránsito de nuestro desarrollo como seres humanos, encontramos que son las expresiones artísticas las que nos han llevado a manifestar nuestro mundo interno y, en ese transcurrir, a descubrir nuestras afecciones, sentimientos, emociones, anhelos, temores, y todo un abanico de experiencias que han terminado por movernos, estancarnos, o bien, llevarnos a la reflexión; pero que, finalmente, hemos buscado compartir.

De la misma manera, nuestra actividad artística, en su cometido por representar la vida humana a lo largo de las diferentes épocas históricas, sirve de registro para la ciencia, y es mediante sus vestigios ofrecidos, que hemos llegado a conocer nuestro pasado, entendido como proceso antropológico e histórico.

Este conglomerado de información, otorgado por el arte y reunido por la ciencia, nos asiste ahora como fuente de conocimiento de lo que hemos sido en tanto civilizaciones, sociedades y, finalmente, individuos; apareciendo, en cada disciplina, del arte, una referencia común: el cuerpo humano, su expresión y su forma; es decir, la corporalidad.

En esta columna, pretendo abordar el extenso camino que, tomados de la mano, seguimos recorriendo junto a la expresión artística.

Para introducirnos un poco más en materia estética, continuaré diciendo que es la danza, la forma expresiva que durante más tiempo ha venido acompañando a la humanidad.

Datos científicos señalan que llevamos bailando diez mil años, aproximadamente. Es cierto que la pintura rupestre fue el primer registro de nuestras formas de vida; sin embargo, los estudios señalan que la danza, como expresión mediante el movimiento, se practicaba mucho tiempo antes que la pintura.

Sobre esto, por supuesto, hablaré más adelante, pero no quería dejar pasar la oportunidad de mencionarlo, siendo que es esta disciplina la que, aún sin mucha consciencia de ello, vive impregnada en nosotros.

Antropológicamente, hemos bailado desde la prehistoria, de forma rítmica y arrítmica, consciente e inconsciente, académica y cotidiana, y lo seguiremos haciendo porque estamos vivos, y todo lo que vive, está en movimiento.

Entonces, los invito a participar como lectores de este viaje para acercarnos un poco más a nuestro mejor instrumento: el cuerpo, materia en el arte. 

Quizás, con este entendimiento y recuento de nuestro paso por la tierra podamos vernos con más de amor y comprensión, ver a los demás de la misma manera, y acortar el distanciamiento, un mal que parece expandido alrededor del mundo.

Afrontar el momento histórico del que cada uno de nosotros forma parte, debería ser un tema que nos converja y nos fuerce a salir de nuestras burbujas, para ver el exterior en el cual coexistimos con otros seres, observando el efecto que las formas en las que crecimos han, en muchas ocasiones, impactado sobre ellos.

Actualmente, mientras lees este artículo, son cinco las guerras que ocurren. La envergadura del daño ecológico, financiero y humano que estos acontecimientos están ocasionando, aún no son cuantificables.

Sin embargo, considero que es necesario, precisamente hoy, cuando hemos logrado grandes avances científicos, sociales y tecnológicos, asumir nuestra responsabilidad en esta era, que es la que nos compete; si hemos hecho guerras es porque podemos firmar la paz; si hemos destruido, es porque podemos y debemos reconstruir.    

Encontrarnos en nuestro espacio individual y colectivo, que es la materia corpórea, podría ayudarnos en el ejercicio de aproximarnos a los demás para reconocernos como lo que esencialmente somos: cuerpos en movimiento, compartiendo una misma humanidad.