SIGNIFICACIONES DE LA MODA EN LA DANZA CONTEMPORÁNEA

Por Wendy del Castillo

IG @wendydel


Fuente: Pinterest


Entiendo la danza contemporánea como un campo plural de prácticas corporales escénicas desde la danza urbana, danza-teatro, etnocontemporánea, hasta el performance, donde la técnica se convierte en herramienta flexible para la interpretación y la comunicación.

En estas prácticas, el cuerpo escénico no solo ejecuta formas; piensa, recuerda y media significados. La escena se configura como un territorio donde lo íntimo se encuentra con lo colectivo y donde los materiales sensibles —movimiento, espacio, voz, objeto— producen conocimiento sobre nuestro tiempo.

Cuando hablo de moda me refiero a aquello que deviene pertinente en el proceso creador: asuntos, imágenes y preocupaciones que insisten en ser nombradas. Estas corrientes temáticas nacen desde experiencias personales pero se desplazan con rapidez hacia un umbral de reconocimiento más amplio. La recurrencia de maletas en obras del siglo XX o la estética del Butoh tras los bombardeos en Japón son ejemplos de cómo los dispositivos escénicos se llenan de sentido histórico y afectivo, y terminan funcionando como formas compartidas de memoria y representación.

En contextos contemporáneos mexicanos, observamos preocupaciones que insisten en la escena: la resiliencia frente a la violencia y la precariedad, las narrativas de género que reconfiguran la presencia femenina en el espacio público, o la recuperación de rituales y corporalidades indígenas revitalizadas en clave contemporánea.

La estética, en este marco, opera como método de indagación. Más que un adorno, la estética es un modo de observación sensible: configura atmósferas, define puntajes de atención y orienta la percepción del público. Cada decisión estética, desde la economía del gesto hasta la disposición de objetos en el escenario, propone hipótesis sobre cómo mirar y sentir. 

Cuando la estética surge de la pesquisa íntima del creador, se vuelve una política de la imagen: revela prioridades éticas respecto a qué merece ser mostrado y cómo merece ser oído.

La tensión entre moda (temas que emergen colectivamente) y estética (la respuesta singular del creador) produce el campo crítico de la escena. En algunas piezas, el uso reiterado de un motivo como por ejemplo una maleta, un gesto repetido, una iconografía cultural, funciona como un signo que articula memoria y presente; en otras, la materialidad del cuerpo (su respiración, su fatiga, su silencio) impone una estética que reescribe la urgencia temática desde la experiencia encarnada. 

Es allí donde radica la fuerza de la escena: en la capacidad de transformar lo pertinente en experiencia compartida y en la posibilidad de que lo íntimo encuentre ecos en lo público.

Desde la práctica creativa, este diálogo exige humildad investigadora y disciplina poética. Humildad para reconocer que una tendencia temática no agota la complejidad de una problemática; disciplina para sostener un trabajo estético que permita que la intención se vuelva forma y que la forma, a su vez, abra preguntas. 

La investigación escénica combina archivo, entrevista, improvisación y ensayo en espacio. Allí, la creación no solo produce espectáculo: produce preguntas y dispositivos que hacen ejemplar un saber corporal sobre el presente.

Finalmente, la danza escénica se configura como un laboratorio social: instala preguntas, propone modelos de convivencia y devuelve al público la experiencia de ser testigo activo. Cuando la moda temática es atendida desde una estética comprometida, la escena no replica sensaciones prefabricadas; las problematiza, las encarna y las devuelve transformadas. En ese intercambio reside la posibilidad ética del arte: pensar con el cuerpo para comprender y transformar el mundo en el que habitamos.

Como afirma la teórica y coreógrafa Susan Leigh Foster, “el cuerpo que danza no solo expresa significado, lo produce.” Esta idea sintetiza la potencia de la creación escénica contemporánea: el cuerpo no es un medio de representación, sino un espacio generador de conocimiento. En su movimiento se teje pensamiento, memoria y deseo; en su presencia, el arte se vuelve una forma de comprender lo humano desde lo sensible.