Por Flavia Basilico
IG @sinobailoescribo
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Es domingo, me desperté tarde y me vibra el cuerpo. Siento algo complejo de explicar; sin embargo, lo voy a intentar. Cada poro parece tener una tamaño particular y expandido porque siento todo tres veces más, al menos. El viento me cala la piel, el sol me quema más, escucho más fuerte a los autos, el café está más intenso y los jazmines del florero son todo lo que se puede respirar en este momento. Estoy amplificada, sensorialmente hablando. Expuesta, en el mejor de los sentidos. Sensible al día.
Los artistas ya somos sensibles. Todo el mundo lo dice, lo percibe, lo sabe, pero nada supera a la sensibilidad que se aloja en mí, al día siguiente de haber tenido función. La potencia de la escena nunca va a dejar de fascinarme. Son tantas las emociones que se entrecruzan en pocas horas. Siento que tal vez no entran del todo y por eso se expande la piel, para hacer lugar a toda esa vibración.
Anoche bailé en dos obras (con intervalo de por medio, por suerte). Bailar, a veces, es una palabra que puede abarcar poco. En otros términos, "lo di todo", "lo dimos todo", puede abarcar más.
En cada función culminan horas de ensayo, días y días de procesos creativos, de hacernos preguntas sobre la danza, sobre el cuerpo, el movimiento. Tardes de frustración, de enojo con una misma, de llantos y de reirnos hasta llorar. Algunas noches sin dormir por nervios, porque son tantas las ideas para llevar a la sala de ensayo, las modificaciones, los mensajes en sueños, la música correcta, el paso más a fin con la obra. La obra toma vida propia y no se toma descansos. En cualquier momento del día aparece para reclamar atención: "acá estoy, cambiá toda la escena 1 (uno) porque no está buena’’; "acá estoy, la música que elegiste después de una semana de cambios, finalmente va a funcionar’’. Y así, va y viene, en una marea de creatividad interminable hasta que pisamos el escenario.
Y ahora, escribiendo, empiezo a entender mejor que es natural que luego de meses de estos vaivenes creativos, de sudor, cansancio, alegrías, tristezas y conexiones profundas, quede así, al borde del colapso, insertada en una insondable sensación de bienestar.
Ayer empecé la noche bailando una obra dirigida por una colega y amiga querida. Éramos cuatro bailarinas en escena. Una obra densa, sin lugar para esbozar una sonrisa. A los cinco minutos de estar en escena, ya me corría el sudor por todos lados. El escenario pequeño, la sala llena de gente. Las gotas de transpiración, me dificultaban la vista; sin embargo, todo eso era algo menor, casi inexistente. La energía que se generó, la conexión entre nosotras, y nosotras con el público, nos levantaba, nos sostenía, nos movía. El público quería vernos y nosotras queríamos bailar. No importaba si el piso se partía en dos, nada podía corrernos del eje de ese momento trascendental. Algo similar a cuando te enamorás y sólo importa una persona. Similar, pero no igual. Mi amor con la danza es eterno y siempre estoy enamorada; aún cuando me enojo con ella, la sigo amando. Nada ni nadie me hace sentir así.
Usé el intervalo para tomar una botella entera de Gatorade y recuperar energías, porque el segundo acto abría con mi obra ‘Desmadre’, y así como el título indica, debe bailarse. Estaba agotada y me encerré en el camarín para hacer una meditación improvisada con el fin de mandarme energía, volver a conectar conmigo, mi danza y mi obra. Esto es lo que amo -pensé-, y la energía va a llegar sola. Volví a mi, me cambié el vestuario y salí. Mientras bailaba, llegaron momentos de cansancio. La obra es muy demandante físicamente, la capacidad pulmonar tiene que estar a tope; asimismo, los músculos listos para largas escenas de grandes saltos combinados con golpes contra la pared. En esos microsegundos de agotamiento, apelé de nuevo a la danza misma y a mí misma: "estamos acá haciendo todo lo que amamos, vamos a seguir". Este recurso de "me levanto y sigo", se sostiene por nuestra conexión con la danza y todo lo que nos genera. Es una entidad que te eleva y te sostiene. Nadie entiende cómo ensayamos mil horas por día, hacemos largos procesos creativos (a veces sin obtener nada a cambio), entrenamos cada día de nuestras vidas y vivimos alrededor del arte, sin más. No lo entienden porque no lo viven. Los que lo sentimos, sabemos que no hace falta explicar nada.
Hoy me duele un poco cada parte del cuerpo, lo normal para cualquier día de post función: por supuesto que vale la pena. Tengo esa felicidad adentro y me voy a agarrar de ella todo lo que pueda; en unos días se va a disipar, con la rutina y las cosas por hacer, y está bien que así sea; no sé si podría vivir en tal éxtasis. Ayer decíamos que siempre se acaban las funciones, pero nunca la danza. Vive en nosotras; no es un día, una clase, un ensayo, una obra; es una forma de vida. La danza, o cualquier arte es una forma de vivir, de encarar la vida. El artista no concibe la vida sin su arte como parte total de ella. No hay un día que yo no piense en la danza, y no lo habrá.