Por Ana González Vañek
Sin la necesidad de contar una historia, Sopesar se nos presenta tal como es; un conjunto de imágenes y situaciones donde los bailarines privilegian el uso de sus cuerpos en función del estado de peso en que se encuentran. La interpretación de música en vivo se convierte en un aspecto fundamental en el desarrollo de la obra y la ejecución de movimientos.
Creada por Gabriel Cichero, tiene como prioridad el acompañamiento de las escenas, creando un clima particular para cada una de ellas gracias a la riqueza que caracteriza la espontaneidad de un trabajo musical que, en cada función, se muestra diferente; si bien hay tramos y pautas que se respetan, se ponen en juego improvisaciones sonoras y melódicas. “Se creó una relación muy buena entre los bailarines y la música, y eso hay que aprovecharlo. El trabajo entre ellos crece en cada función. Me parece que ahí está lo bueno de la investigación del intérprete, ya sea del lado del movimiento como del lado musical; ellos generan una conexión, una comprensión en la escencia de la obra, y la llevan adelante con mucha libertad y respeto”, afirma Soñez.
La escenografía, que dibuja los cuerpos de los intérpretes con arpillera, hilo sisal, piedras y madera, es un diseño de Rodolfo Leal y forma parte de un proceso que, como nos cuenta Ramiro, se configuró como una relación de “pregunta - respuesta”. “Todo comenzó cuando le alcancé unos bocetos míos con ideas de espacio y objetos; yo quería trabajar especialmente con adoquines y piedras en un espacio lo más abstracto posible y luego él continuó, con sus diseños, desarrollando la idea”. En Sopesar, la presencia de objetos en escena ayuda al movimiento, generando propuestas y cerrando la idea de peso en el cuerpo del bailarín.
Partiendo de distintas imágenes y sensaciones como las que podría generar un objeto suspendido, Soñez emprendió el desarrollo de Sopesar el año pasado, transitando así varios caminos donde distintos cuerpos ayudaron a definir la idea general del proyecto que se fue enriqueciendo y consolidando en cada uno de los tramos del proceso creativo. Un proceso que, de alguna manera, continúa al interior de la obra en cada función ya que la búsqueda y el desarrollo físico de los estados de peso de los intérpretes es nuevo cada vez, generando de esta forma un vínculo donde la comunicación entre los bailarines y entre los mismos y el músico, es primordial en la ejecución de las pautas y propuestas. Como nos cuenta el director, “todo se trata de percibirse y seguir el pulso que hay entre ellos”. En un claro contraste con la calidez de los colores de la escenografía, la tenue iluminación de Sopesar es creación del propio Soñez quien, compartiendo algunas ideas con Leal, simplemente imaginó cómo podía recortar los cuerpos, generar contornos y realzar las figuras, colaborando así con la indefinición del espacio donde transcurre la obra.
El vestuario es otro elemento fundamental en la puesta en escena. Laura Ohman propuso una completa oposición con la escenografía, desde la paleta de colores, definida en blanco y negro, hasta el diseño en sí mismo. Acentuando de esta manera, aun más, lo indefinido del espacio y provocando un corte en la rusticidad que presenta el ambiente en Sopesar. Generando un quiebre y descolocando visualmente al espectador. En relación con ello, Ramiro considera, tomando su propia experiencia como público, que la percepción de una obra siempre depende de la predisposición con que se va a ver un espectáculo y cómo el receptor permite o no que lo que está sucediendo en escena lo provoque.
Sopesar es una obra abstracta, íntima y bastante compleja a nivel de resolución técnica en movimientos, calidades e interpretación. En este sentido, “el trabajo de los bailarines (Pablo Fermani, Victoria Hidalgo y Ludmila Rossi Guareschi) es maravilloso, lo cual demuestra el conocimiento y el dominio que tienen de sus cuerpos. Agradezco tenerlos como intérpretes en esta obra”, afirma Ramiro Soñez, un director joven y talentoso que, en los momentos de creación, sabe valerse de su intuición. Esa verdad indescriptible que existe en el primer impulso.