Por Victoria Monse
La siguiente reseña fue realizada en el marco de las actividades propuestas por el Taller Online de PERIODISMO DE DANZA
Fotografía: Luca Bonacini
Los espectáculos en espacios públicos de Buenos Aires, suelen teñir de color el
paisaje urbano de fin de semana. Una plaza y una tarde de sábado resultan
la combinación perfecta de espacio-tiempo para abrir el juego al vínculo
efímero entre un artista y un paseante.
El
sábado 11 de marzo se llevó a cabo la muestra Danzas de Isadora
Duncan, en la plaza El Salvador, situada en una zona residencial del barrio porteño de Belgrano. Este espectáculo, dirigido por Ana González Vañek, fue el resultado de la finalización del Taller El legado de Isadora Duncan.
Danzas
de Isadora Duncan se desarrolló como
espectáculo íntimo y abierto, en un parque con pocos
paseantes y a cielo abierto. Esa iluminación hubiera sido imposible de evocar en un teatro. Los
sonidos silvestres de una plaza en calma y la gran extensión verde fueron la
escenografía perfecta para una obra que nació del suelo y bailó con los
árboles. Además, la hora del ocaso impregnó, aún más, el sentimiento que brotaba de la naturaleza.
Las
cuatro bailarinas comenzaron su danza al son del canto de los pájaros, sentadas
como retoños en un árbol. Durante un lapso de tiempo, no se escuchó música. Ellas, con sus vestidos etéreos, de gasa -en color rosa, amarillo, verde y lila-
se parecían a los nenúfares de Monet o a las flores y ninfas de un
cuento. Tampoco hubiera sido posible el cruce de miradas a poca distancia entre
el espectador y las artistas, si el encuentro se hubiera dado en una gran plaza
con muchos asistentes.
Aprovechando
la amplitud del espacio, la obra, que empezó con los movimientos lentos de las
bailarinas sobre los árboles, se volvió ágil cuando comenzó la música y las intérpretes corrieron
por el pasto. Ante los primeros cambios de frente, el
público precisó de ciertas indicaciones, con algún gesto de la directora, para
comprender el dinamismo que esta pieza propuso. En cualquier momento, las
bailarinas cambiarían de dirección y por ende, de espacio.
Si bien danzaron en grupo, cada una de ellas planteó su
propia puesta. Quedó claro que no hubo una coreografía fija establecida, pero
sí un recorrido por el espacio que todas realizaron en conjunto. Mientras danzaban alrededor de un árbol, algunas lo hacían de pie y otras por el suelo.
A veces caminaban, a veces se tomaban de las manos, a veces daban giros y
saltos. A través de una danza lúdica, las bailarinas mostraron que bailar es
más que unir una secuencia de pasos.
El
vínculo entre las cuatro intérpretes sugirió que cada una aportó su propia
cadencia en un juego de cuadrante. Entre ellas formaban una armonía que hizo
recordar a la relación de las cuatro estaciones o los cuatro puntos
cardinales.
Sobre el final de este homenaje a Duncan, las
intérpretes le pusieron voz a la escena usando palabras de la misma Isadora.
Una de las frases fue: “Nietzsche dijo que no concebía un dios que no bailara.
Yo no concibo un mundo donde no se baile” (Isadora Duncan). Puede decirse que a
través de la unión entre danza y misticismo, la puesta sugirió cierta unión
entre la naturaleza y la ciudad, ya que mediante la irrupción de espacios públicos,
también se irrumpen rutinas corporales.
Como
espectáculo a cielo abierto, Danzas de Isadora Duncan invitó a los
paseantes de un sábado a la tarde, a observar los cuerpos de las bailarinas
expresándose, y también a habitar -y a recorrer- el espacio público, mirándolas.
El vínculo que surge entre artistas y espectadores espontáneos, abre múltiples
posibilidades de movimiento e interpretación, para unos y para otros.
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Danzas de Isadora Duncan
Muestra – Marzo de 2017
Ficha artístico – técnica
Interpretación: Viviana Lazo, María José
Patiño, Andrea Rossi, Grisel Lenci
Vestuario: Karen López
Textos: Isadora Duncan
Sonido: Gustavo Salgado
Fotografía: Luca Bonacini
Idea y Dirección: Ana González Vañek
Agradecimientos: Club
Alcorta, Parque El Salvador