El siguiente texto fue escrito por Sheyla Araya Jofré en el marco de las actividades propuestas por el Seminario de Periodismo de Danza. Se trata de un ejercicio de observación perceptual, necesaria para realizar una aproximación despojada de prenociones, a la escritura sobre danza. En este caso, se trabajó sobre la observación de la coreografía de Rodrigo Pederneiras para la reconocida compañía de danza contemporánea brasileña, Grupo Corpo.
Por Sheyla Araya Jofré
Realizo un repaso del día y de los espacios que me rodean a diario, es decir, de aquellos fondos cotidianos como lo son la calle que recorro rumbo al trabajo, el paisaje otoñal, mi hogar, en fin, de todo lo que interactúa en estos campos tan diversos. Desmembrando planos o capas, distinguiendo fondos y figuras, así estoy en silencio en mi comedor a propósito de este ejercicio.
Realizo un repaso del día y de los espacios que me rodean a diario, es decir, de aquellos fondos cotidianos como lo son la calle que recorro rumbo al trabajo, el paisaje otoñal, mi hogar, en fin, de todo lo que interactúa en estos campos tan diversos. Desmembrando planos o capas, distinguiendo fondos y figuras, así estoy en silencio en mi comedor a propósito de este ejercicio.
Silencio
que, como era de esperar, se interrumpe, aunque
de la mejor manera, pues entra en escena mi gran amiga de cuatro patas, Simona,
desatándose todo un campo magnético
entre nosotras y en nuestro alrededor.
Si
hablamos de escena recuerdo haber leído alguna vez que, justamente, “la escena es un campo magnético”. ¡Wow! Pienso entonces en Brasil como el gran fondo magnético de lo que me apronto a
observar. También mi mente recorre sus infinitos “cuadros” culturales. Decido
dar play al video. Primero
música. Luego dos, tres y más bailarinas aparecen. Seguido se suman los hombres. Todas
y todos con las manos en sus caderas.
Se
mimetizan al inicio por segundos con un fondo colorido en el que predominan
figuras geométricas, sobre todo, triángulos y cuadrados.
Este
breve juego de imágenes superpuestas quizás esconde un embrujo certero en el
que el contenido simbólico de las figuras geométricas del fondo se impregna rápidamente
en el cuerpo de cada bailarín/a. Así, imagino, reciben una suerte de pócima con
suficientes ingredientes socio-culturales que van sosteniendo el rito colectivo.
Percibo
entonces a las bailarinas y bailarines
como figuras inmersas en este fondo unificado y enigmático. Sus vestimentas de
colores fuertes, lisos y estampados me revelan la diversidad y herencia
cultural del país carioca. Protagonizan secuencias de movimientos continuas que
evocan un transitar libre, liviano. Imagino
aves recorriendo un campo, quizás el Amazonas, sin prisa ni fin ¡jugando a conquistar el aire!
Intento
ver “más partes”. De esta manera, es posible percibir, cuando la cámara se
acerca, que sus cuerpos, siempre próximos, constituyen el fondo de sus brazos, caderas, cabezas, peinados, pies,
piernas, manos. Todo ello como subcapas entrelazadas del universo que observo.
Y
sigo. Brazos ondulantes, miradas hacia arriba y hacia abajo, miradas que son parte
de la estructura coreográfica. ¡Me emociona la belleza de bailar con la mirada!
Y también con la sonrisa.
Me
acuerdo de Simona. Se ha quedado dormida a los pies de la silla donde
permanezco sentada. Y al escribir la palabra pies me detengo en la sutileza de
los pies de las bailarinas y bailarines apoyados en un piso gris que contrasta
con lo colorido de todo lo demás.
Vuelvo
a la música porque todo está envuelto por un fondo musical incesante que le
otorga una sonoridad tal que empiezo a
sospechar que existe relación entre lo
estructurado del fondo geométrico y lo que he escuchado a lo largo de este
ejercicio como un ostinato dulce y juguetón.
Todo
un patrón rítmico que (me) mantiene hipnotizados a los cuerpos danzantes. Salvo
leves variantes, música y movimiento siguen secuencias repetidas una y otra vez
en franca armonía.
Hasta
que de pronto se escucha cada vez más nítido una suerte de campanilla(s). Este
elemento sonoro, algo perturbador, se toma el espacio. Todos empiezan a
replicar el mismo movimiento y los brazos de los danzantes empiezan a girar
como simulando un extraño reloj.
Mi
mente también empieza a girar. Lo que me parecía figura ahora es fondo y al
revés; en este punto... todo es tan relativo. La única que permanece fija es Simona, que sigue dormida.
El
sonido va en aumento anunciando la mayor intensidad y también el fin de la obra. Desaparecen
los colores, irrumpe el color negro. Ya no percibo fondo ni figura. El rito ha finalizado dejando un halo de imborrable magnetismo.
Levanto
la vista. Ahora el fondo más próximo es
el espacio hogareño en el que me encuentro junto con Simona, espacio que, a su vez, es parte de un sistema mayor y éste de
otro... y así de interminable.
En
definitiva, no podemos percibir todo al mismo tiempo, pues estamos sobredeterminados por variados factores internos y externos. Como sostienen diversos autores,
la relación figura-fondo dependerá entonces de nuestro propio sistema
perceptual, el cual es siempre subjetivo,
selectivo y temporal.