Por María Luz Lassalle
Fotografía / Hernán Paulos
Seis
mujeres con idénticos vestidos que sólo difieren en su color, polleras largas,
pies descalzos y los pechos que se perciben libres bajo sus vestuarios; caminan
lentamente, pero sin detenerse, sobre un escenario casi en penumbras, habitado por un piano y un violoncello callados. Durante este momento casi
solemne, ingresan los espectadores.
Los instrumentos comienzan a hacerse escuchar. El sonido se apodera de una de las bailarinas cuyos movimientos dejan entrever una especie de zapateo, fuerte y a la vez femenino, cuidado y preciso. Se acoplan las cinco mujeres restantes, cada una con su danza; un malambo que se define, irá tornándose cada vez más masculino pero de una manera excesiva, grotesca. Aparece la voz como un murmullo visceral que irá adquiriendo más presencia hasta convertirse en una voz de guerra, una pantomima de patriotismo exagerado y cómico.
Los instrumentos comienzan a hacerse escuchar. El sonido se apodera de una de las bailarinas cuyos movimientos dejan entrever una especie de zapateo, fuerte y a la vez femenino, cuidado y preciso. Se acoplan las cinco mujeres restantes, cada una con su danza; un malambo que se define, irá tornándose cada vez más masculino pero de una manera excesiva, grotesca. Aparece la voz como un murmullo visceral que irá adquiriendo más presencia hasta convertirse en una voz de guerra, una pantomima de patriotismo exagerado y cómico.
Casi
como una marca registrada, Polvaredal, la nueva propuesta de Figueiras y Rímola, toca lo solemne,
lo femenino y lo grotesco a la vez. Aparece en esta oportunidad una especie de
burla al estereotipo masculino de raíz folklórica. La obra nos irá llevando
desde lo lírico-poético con una hermosa
copla acompañada sólo por caja, hipnótica, fresca y encantadora, a la comicidad
de lo absurdo, con escenas como la representación extremadamente literal de la tan conocida letra de "La firmeza", dejando escapar alguna que otra
risa proveniente del público.
Se hace presente un particular unísono de
movimiento, momento donde los cuerpos toman preponderancia, comenzando por
las piernas: firmes, marcando el pulso con templanza y fuerza; las faldas se
elevan tapando la parte superior del cuerpo; las seis caderas femeninas bailan
con su desnudez entera, acompañadas por la maravillosa música impartida por los
instrumentos presentes. Esas polleras que adquieren distintas posiciones para generar
diferentes connotaciones, juegan con las imágenes entrelazadas con la música, el ritmo, las formas, el folklore propiamente dicho; la caja que
anteriormente se hizo escuchar, toma posición de "luna" mientras que
la sala queda invadida con aires de hembra fuerte y femenina que levanta polvo
de las raíces ancestrales.
POLVAREDAL
Idea
y dirección: Laura Figueiras, Carla Rímola
Intérpretes:
Bárbara Alonso, Noelia Meilerman, Eugenia M. Roces, Marisa Villar, Natacha
Visconti, Paola Yaconis
Piano:
Santiago Torricelli
Violoncello:
Karmen Rencar
Música:Santiago
Torricelli
Diseño
de vestuario: Mariana Seropian
Producción:
Laura Chidichimo Rinaldi
Asesoramiento
hitórico: Eugenia Cadús
Diseño de luces: Claudio del Bianco
Diseño de luces: Claudio del Bianco
Asistencia de iluminación: Martín Fernandez Paponi
Producción y asistencia artística: Lali Chidichimo Rinaldi
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Este artículo fue escrito por María Luz Lasalle, en el marco de las actividades propuestas por el Seminario de PERIODISMO DE DANZA, a cargo de Ana González Vañek. La observación refiere a la presentación de la obra Polvaredal en el Portón de Sánchez (ciudad de Buenos Aires) durante el desarrollo del FIBA.