Por Patricia Rojas Pérez
IG @darlevozalcuerpo
Mi vida está escrita en mi cuerpo, relata mi historia y la manera en que me posiciono en el mundo, reflejando cada vivencia experimentada. Mi cuerpo se transforma en una bitácora, registra mi ruta, aquella que lo direcciona para comunicarse con el exterior, volviéndose protagonista de mi andar.
El ritmo y la melodía de mi cuerpo reflejan mis sentires y sensaciones, se transforman en un reflejo de lo individual y lo colectivo.
Durante los últimos años, el camino de regreso a mí, a través de mi cuerpo, se ha transformado en una herramienta de autocuidado, pero no siempre fue así; viví anestesiada y sobreadaptada a un sistema en el que nunca lograba comprender lo que me sucedía y que constantemente me decía “que había algo malo en mí”.
La primera vez que dancé sin estructura y patrón de movimiento, sentí pánico; mi cuerpo se paralizó, la ansiedad se expandió y mi ritmo cardíaco se aceleró. ¿Por qué?, se preguntarán. Porque mi cableado interno, acostumbrado, a seguir el curso lineal de la vida y las expectativas acordes a ella, no comprendió esta consigna de libertad. Pero, a diferencia de otras ocasiones, me permití traer todas esas sensaciones al presente. ¿Qué cambió? Miré a mi alrededor, sentí que era un espacio seguro para mostrarme, y fue entonces cuando percibí, por primera vez, que nadie iba a juzgar la forma en que mi cuerpo quería moverse.
Los movimientos empezaron lentos, caminé por el espacio al ritmo de la música, observando y sintiendo la energía de mis compañeras. Fui moviendo lentamente partes de mi cuerpo, hasta que la confianza se expandió y me entregué a la danza.
Y fue allí donde se sembró una nueva semilla en mí: me di cuenta de que podía transformar a través del movimiento; que cada vez que me permitía hacerlo, el desenlace de esa experiencia era una sensación que no estaba en mi registro corporal, pero que me entregaba mucho bienestar.
De manera paulatina, fui explorando y ampliando los movimientos, reconociendo que en ese presente danzado estaba mi medicina, pues empecé a ser mi refugio, siendo consciente de la manera en que me estaba habitando, para permitirme una nueva historia, donde soy capaz de percibir mi sentir.
Volver a confiar en la sabiduría de mi cuerpo no ha sido un camino fácil. Ha significado dar voz a aquellos capítulos de mi historia que por años, estuvieron encapsulados, buscando ser escuchados pero siendo silenciados por el ritmo y las exigencias del sistema: el mismo sistema que nos ha hecho creer que debemos movernos y encajar, todas las personas, en un mismo ritmo.
Sin embargo, cuando danzamos tenemos la posibilidad de buscar el ritmo natural individual, que viene desde adentro y está impreso en nuestra fisiología.
Conocer el cuerpo es conocer nuestro mapa, es saber cómo y dónde estoy para empezar a buscar nuevas rutas que me permitan transitar mi presente con mayor claridad.
El día que volví a conectar con mi luz, la oscuridad no me dio tanto miedo. Aprendí a danzar con ella, a amigarnos, y me ha ayudado a visualizar cómo quiero habitarme, entendiendo que, para ello, requiero pasar por todas las estaciones, por sus ritmos y melodías.