EL LAGO DE LOS CISNES NARRADO POR UNA MILLENNIAL

Por Daniela Mejía Castaño

El siguiente artículo fue escrito por Daniela Mejía Castaño en el marco de las actividades propuestas por el Seminario Online de PERIODISMO DE DANZA.
📧 danielamejiacastano@gmail.com


Ver este clásico del ballet en vivo le tomará mínimo dos horas. Pero si no le gusta el ballet o simplemente quiere ahorrarse las dos horas, en este texto podrá leer, en la voz de una millennial noventera y en menos de mil palabras, de qué va la famosísima historia en donde Odette -la princesa de los cisnes- y Sigfrido -el príncipe de los humanos- luchan contra fuerzas oscuras para estar juntos.

Acto I (una madre intensa y una ballesta)



Todo empieza con un bufón que puede hacer más de veinte piruetas sin parar, un príncipe, Sigfrido, su consejero (que es un viejo rollizo y bobalicón) y una reina que, al parecer, llega de visita para dar regalos a su hijo, el cumpleañero. Lo especial no son los regalos -un libro y una ballesta- sino que la reina sea incapaz de entregar los regalos a su hijo con sus propias manos. No sé qué problema tenga, pero la obliga a que sean dos de sus criadas quienes los entreguen.

Y el hijo se emboba con la ballesta pero lo que la mamá-reina quiere, en realidad, es que el hijo se case. Se lo hace saber dándose un golpecito en el dedo anular y señalándole diferentes alturas en el aire, como quien dice “ya estás grande y te toca casarte”. Ajá. Para eso sí no está enferma la reina. Pero el hijo quiere la ballesta y no quiere casarse. Se da un golpecito en el anular, como un príncipe, y se lo dice (que no quiere casarse). Pero la madre insiste, sinó no sería madre. Le pide que lo piense bien y se va con sus cuatro criadas, o esclavas, no sé qué sean ellas.

¡Ahh! Pero la jarana sigue sin la reina y, mientras tanto, el príncipe termina de embobarse con la ballesta; pasa muchacha por muchacha al centro del escenario para hacer su mejor solo e impresionar al príncipe, mientras le lanzan sonrisas atontadas. No vaya a ser que el blanquito privilegiado se antoje de alguna. El bufón se ve nítido al fondo, como si no fuera suficiente con ellas.

Ya van tres mujeres que hacen su solo. Pero el consejero, como buen viejo rollizo y bobalicón, se queda dormido en medio del bullicio. Hasta que lo despiertan, o se despierta, para robarle besitos a las doncellas. Luego le avisan al príncipe que hay cisnes en el lago y él pide de nuevo su ballesta y se va a cazar. También se va a casar pero no, aún no. Esperen.

Acto II (sesión de caza que termina en enamoramiento)



Ya en el lago, algo magnífico ocurre: uno de los cisnes se convierte en una mujer blanca, lógicamente blanca, y es bellísima, lógicamente bellísima. Y baila. Y el príncipe la ve y parece enamorarse. Sus cuerpos se atraen, congenian y danzan juntos. Parecen como dos hilitos de miel derramándose sobre el escenario. Pero esto es un drama, entonces algo negro, lógicamente negro, sale de la nada y controla la voluntad del príncipe y la mujer-cisne. Los separa. ¡Ay!

Acto III (malas decisiones)



Vuelve el bufón con lo que parece ser la corte, y unas cuantas muchachas que le danzan a la reina como si fueran a casarse con ella y no con el príncipe. Se sabe por sus pintas que no son y jamás serán iguales de bellas y blancas a la mujer-cisne. Pero la madre insiste, astuta ella. Hasta que llega ese algo negro, lógicamente negro, que llaman hechicero, y le hace otra jugarreta al príncipe. Le hace creer que otra mujer, que en la vida real es la misma mujer-cisne, es la mujer-cisne que él vio en el lago. Pero para los libretos no es la misma, y además está vestida de negro. Y el príncipe, bello, bello, se emociona porque cree que sí, que es la misma mujer solo que vestida de negro. Lo es, pero no para el libreto.

Después de tanta brega y amor, los hilitos de miel bailan por primera vez en el libreto y por segunda vez en la vida real. Es impresionante y sentimental. Luego, él hace un solo y ella le sigue. El príncipe queda aturdido: “Es ella. Me caso, mamá”. Y la reina une las manos de los enamorados y da su aprobación. Se supone que todo esto es el éxtasis, pero no. El éxtasis llega con el hechicero arrebatándole el cuerpo de la amada al príncipe mientras revela que esa amada es una mentira, un engaño, lo irreal. No es la mujer-cisne.

Ese algo negro, entonces, hace un solo de ballet tremendo que casi no se puede ver. Lo negro con un fondo negro es difícil de percibir. Es la ausencia de todo. 

Acto IV (El amor siempre gana, obvio)




Luego ocurre que estamos en el lago y la mujer verdadera, la mujer-cisne original, baila triste y rota, con la maldad. Hasta que llega el príncipe muy roto también, la busca y ¿adivinen qué hacen? ¡Bailan! Eso no le gusta a la maldad, al hechicero, así que hay una pelea y ¿adivinen quién gana? ¡La maldad! Pero el príncipe pide perdón y parece suicidarse, eso libera a la mujer-cisne y la fuerza del amor vence a la maldad. ¡Wow! Parece que el príncipe y la princesa estarán juntos por siempre.

La verdad es que la mujer-cisne siempre estuvo bajo un hechizo de ese algo negro que vaya a saberse por qué la hechizó a ella y a los otros cisnes del lago que, en realidad, son mujeres. El hechizo se deshacía si la mujer-cisne conseguía un hombre que la amara por siempre, y lo consiguió.

La obra se estrenó en 1877 y no se sabe quién la escribió, unos dicen que Vladímir Petróvich Béguichev, quien fuera el director del Teatro Imperial de Moscú. Otros dicen que fue Petróvich Béguichev junto con Vasily Geltzer, maestro del Ballet Bolshoi. Quién sabe. El caso es que aquí estamos, en el 2020, durante una pandemia, viendo el Lago de los cisnes.


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