LA DANZA DE LAS ONDAS CEREBRALES

Por Daniela Mejía-Castaño


📧 danielamejiacastano@gmail.com


Con la ayuda de pensamientos musicales creados in situ, bailarines profesionales y un electroencefalograma, la neurocientífica Marieke van Vugt realizó un experimento, con base en lo que ocurre con los cerebros de los monjes tibetanos al debatir, llamado Notas sobre la sincronía. Aquí, la génesis del proyecto y las reflexiones que este suscitó.



Van Vugt (la primera de arriba a abajo) es profesora neurocientífica del Instituto Bernoulli de la Universidad de Groningen
Ph. Kristen Krans

Desde hacía un año la neurocientífica neerlandesa Marieke van Vugt se hacía las mismas preguntas todos los días: por qué, cómo y cuándo los humanos se distraen; cuándo es provechoso perderse para crear una idea y cuando el perderse se convierte en rumiar un pensamiento que es inservible y lastima. Había llegado a esas preguntas gracias a su interés por las prácticas contemplativas, y al convertirse en profesora asistente del Instituto Bernoulli para las Matemáticas, Ciencias Computacionales e Inteligencia Artificial de la Universidad de Groningen en los Países Bajos, en diciembre de 2010, Marieke pudo crear un laboratorio que se encarga de estudiar cómo funcionan los mecanismos de distracción en los humanos. Sus investigaciones la llevaron, años más tarde, a Bylakuppe, una región al sur de la India donde se encuentra el monasterio universitario Sera Je, famoso por una de las formas de meditación analítica más pintoresca que se haya conocido en el mundo: el debate budista monástico.

En aquellos debates Marieke veía una multitud de monjes que se hacía en dúos y parecía acordar un tema. Luego, uno de ellos se sentaba en el suelo, sobre un cojín, y su contraparte comenzaba, de pie y frente a él, a hacer movimientos agresivos y estilizados: daba palmadas muy cerca a su cara que antecedían frases en tono de pregunta o burla, y que eran contestadas por aquel en el suelo algunas veces de manera apacible y otras de manera altiva. Cuando la discusión parecía estar en su punto más álgido, ambos monjes sonreían y continuaban la discusión, que terminaba livianamente y sin dejar rastro de enojo en ellos. Toda la escena era una postal de hombres en trajes vino tinto que palmoteaban y murmuraban al mismo tiempo.

Absorta por aquello que veía y con el deseo de encontrar las respuestas a sus preguntas, Marieke regresó al monasterio para entender lo que ocurría en los cerebros de los monjes con un electroencefalograma (EEG), un aparato médico que Marieke describe así: “tus células cerebrales, que son las neuronas, se comunican enviando impulsos eléctricos entre sí, y tenemos billones de neuronas, así que el EEG recoge las señales de las neuronas más superficiales, las amplifica y les da una forma visual”. —Algo como un gorrito de baño conectado a muchos cables, o electrodos, que recogen esas señalas eléctricas que emanan de nuestras cabezas y las reproduce, en forma de líneas, en una pantalla—. En cada sesión Marieke le ponía un gorrito a cada monje, prendía una cámara para grabarlos y les pedía que debatieran. Los resultados de aquellos experimentos la sobrecogieron: las ondas cerebrales de los monjes, especialmente de aquellos más experimentados, se sincronizaban cuando ambos estaban de acuerdo con un razonamiento y, frente a los desacuerdos, la sincronía disminuía. Marieke, inundada por aquello que vio, descargó sus hallazgos en un artículo científico que se encuentra en revisión y que tituló Sincronización entre cerebros en la práctica del debate monástico tibetano, el primero escrito desde la neurociencia sobre el debate budista monástico, y que zanjó las discusiones sobre si se podía catalogar como una forma de meditación: lo era, y las ondas cerebrales que ella había registrado así lo demostraban.




Dos de los objetivos del debate monástico son no dejarse perturbar ni enojarse con el otro
Ph. Marieke Van Vugt

“No solo se trató de escuchar lo que el eco débil de miles de millones de neuronas decía, sino que quise entender qué papel jugaban, en la sincronía intercerebral, los movimientos agresivos y estilizados que realizaban los monjes”, comenta Marieke, que decidió abrir una nueva rama de investigación en su laboratorio con una pregunta madre: ¿cómo podemos explorar la conexión o sincronía social a través del movimiento? Lo primero que habría que hacer, pensó, sería el de unir dos mundos: el arte y la ciencia. Poner a la ciencia en modo salvaje, sacarla del laboratorio en forma de gorrito de baño y dejar que danzaran con ella.

Notas sobre la sincronía

Además de ser científica, Marieke también es bailarina desde sus once años, cuando en la biblioteca municipal se topó con un libro en donde vio “unas chicas en unos hermosos leotardos” y se dijo que eso era fascinante y también lo quería ser. Más de nueve años en la escena del ballet le dejaron un abanico de contactos con los cuales podía echar su proyecto a rodar, y el primer nombre que pensó fue el de Kirsten Krans, una bióloga marina que al ver la poca creatividad que su profesión demandaba decidió hacer carrera en el arte como mediadora entre los artistas y la burocracia. Kirsten, además, tenía experiencia con la simbiosis entre la danza y la ciencia, así que en una presentación de baile donde ambas coincidieron, Marieke le contó sobre el proyecto.

Meses más tarde Marieke, como directora científica, y Kirsten, como directora artística, estaban sentadas en una sala de ensayo dándole forma a algo que aún no tenía nombre y que debía cubrir dos frentes: desde la ciencia, quienes se encargaran del EEG; desde el arte, encontrar a los bailarines y a un dramaturgo que ayudara a moldear la puesta en escena. Ambas se apoyaron en sus equipos de trabajo, y así fue como la neurocientífica cognitiva e investigadora posdoctoral india, Debarati Bandyopadhyay, y su ayudador, el tailandés-estadounidense y doctorando en inteligencia artificial e ingeniería cognitiva, Lionel Newman, se encargaron del aparato que mediría las ondas cerebrales, —de los gorritos de baño—. Por su parte, Kirsten contactó al dramaturgo Ferdinand Lewis para que le ayudará con la puesta en escena, y a Ido Batash y Matan Zamir para que bailaran.



Artistas y científicos buscaron lugares y lenguajes comunes durante los ensayos para lograr la creación de la pieza
Ph. Kristen Krans

“El primer desafío que encontramos fue que los bailarines se acoplaran a los gorritos que medirían sus ondas cerebrales. Luego, había que explicar las hipótesis científicas, darle significado a todas nuestras ideas y que todos las comprendiéramos” dice Marieke. Desde el arte el desafío fue igual o mayor: “a veces los artistas tienen miedo, ‘ahora la ciencia va a explicar el arte y le quitará su magia’, pensaban. Mi misión fue la de aclararles que eso no ocurriría; la de acompañarlos en la paradoja de sentir miedo y querer conocer los resultados. Además de estirar la definición de una presentación artística, porque no sabíamos si era una presentación o un experimento, pero teníamos que hacerla presentable y rentable”, replica Kirsten.

A medida que pasaron las horas un par de cosas se desvelaron en la sala de ensayo. Aparte de los bailarines y su obvia conexión con la danza, el resto del equipo científico tenía más que una simple relación con las artes y la meditación: Debarati practicaba danzas tradicionales indias, Lionel había estudiado literatura mucho antes de interesarse por la inteligencia artificial y, además, practicaba meditación tailandesa del bosque. Matan también meditaba desde hacía varios años. Y desde ese lugar común las ideas comenzaron a florecer. “Los científicos tomarían notas sobre la sincronización intercerebral de los artistas, le pediríamos al público que tomara notas cuando viera sincronía entre los bailarines y Lionel haría poemas, bajo una mirada científica, sobre lo que veía a su alrededor”, agrega Kirsten. Todos estuvieron de acuerdo en que Notas sobre la sincronía sería el nombre de aquello que antes no tenía nombre.

Un laboratorio viviente

Los ensayos comenzaron en enero de 2019, pero a medio camino todo el equipo notó que a la puesta en escena le hacía falta ritmo. “Me citaron en el teatro, hablamos por diez minutos e inmediatamente después me invitaron a unirme a los ensayos”, dice Yoni Collier, un músico freelance y doctorando en grabación basada en la ubicación, interpretación y producción musical, y quien desde ese momento sería el encargado de hacer latir a aquella masa híbrida. Al principio, Yoni utilizaba un reproductor con música para que los bailarines danzaran, pero algo no lo hacía sentir bien: “si debían explorar la conexión entre ellos no tenía sentido que supieran lo que venía en términos musicales, debíamos fluir con el momento y conectarnos con ello, por lo que la música debía ser hecha in situ, yo debía crear pensamientos musicales más que darle play a una canción”.

En febrero del mismo año Notas sobre la sincronía abría su gira en Róterdam. Para cada sesión Ido y Matan interpretaban en escena cuatro fases: “La primera era El vacío, evitábamos pensar, meditábamos mientras bailábamos, nuestros movimientos no tenían principio ni fin. En la segunda fase, Tensión mecánica, nos movíamos con pasos del ballet de espaldas y de lado. La siguiente fase, Un cuerpo, fue la que más disfruté; evitábamos la toma de decisiones, pretendíamos estar dentro de una burbuja y volábamos entre nuestra energía con movimientos rápidos y salvajes, aunque estaban los cables, el gorrito, pero había confianza de por medio. Luego entrábamos a Diálogo, la última fase, la más teatral de todas, teníamos una conversación sin palabras, solo con el movimiento”, comenta el bailarín Matan. Y lo que ocurría con los pensamientos musicales que agregaba Yoni era pura sincronía también: “en la primera fase hice sonidos indefinidos, como un reflejo del ‘vacío’, y a medida que las fases parecían más claras hacía sonidos más identificables. Jugué con lo que veía en el público y, tras bambalinas, acordamos que si todo se tornaba muy acartonado dejaría sonar unas cuantas cabras, y así lo hice”.


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En el equipo también se encontraba Johanna Paschen, una estudiante de artes liberales y ciencias que tenía como función preguntarse si las dinámicas colaborativas entre los miembros funcionaban, y analizar si la danza se apoderaba de la ciencia, o viceversa. “Nuestro límite eran los gorritos que medían las ondas cerebrales. Lo más recurrente es que la ciencia tome al artista y lo utilice como rata de laboratorio, sin embargo, aquí había un teatro de por medio”, afirma. Y ese teatro de por medio hacía que aquellas tensiones se desplazaran a otros lugares, como el público, que debía tomar notas de aquello que veía y percibía como sincronía. Kirsten aún recuerda las reacciones: “enojó a varios asistentes que no entendían qué debían hacer con las notas. Querían que les diéramos más indicaciones, pero incluso para nosotros no era explícito lo que estábamos haciendo. Algunos se bloquearon, otros fluyeron e incluso se atrevieron a pintar aquello que percibían”.



El experimento Notas sobre la sincronía se convirtió en gira nacional que visitó 6 ciudades neerlandesas durante 2019
Ph. Lisa Jasperina Bommerson


Diálogo

Un año después de la presentación, y con un camino transitado en la recolección de datos para encontrar las respuestas de las preguntas que los llevaron a hacer este experimento, los integrantes reflexionan sobre aquel híbrido que lograron montar en tiempo récord.

—A vuelo de pájaro las ondas cerebrales de los bailarines parecían mostrar sincronía cuando ambos hacían algo que no los conectaba físicamente y, otras veces era al contrario, podían tener contacto físico sin que las ondas reflejaran sincronía alguna —asegura Lionel, que sueña aplicar lo aprendido en este experimento en su misión científica: conocer qué dispara los mecanismos de conexión humana para aplicarlo a las relaciones de cooperación entre humanos y robots.

—Ocurrió especialmente en El vacío, donde los bailarines se sentían más conectados entre ellos pero las ondas cerebrales no confirmaron esa conexión —dice Kirsten, y añade —: Se destruye un poco la versión romántica de conexión, no es cuando nos sentimos más conectados que lo estamos necesariamente.

—También se habló de una sensación indescriptible, a veces los bailarines podían estar tocándose y el público no refería sentir conexión, pero en otros casos sí —agrega Johanna.

—Y el concepto de sincronía en la ciencia solo significa relación, cómo algo afecta a otro algo y eso lo afecta de regreso, solo que ahora esa ciencia se aplica a los cerebros: cómo los cerebros pueden afectarse mutuamente y cómo eso se refleja en el comportamiento de las personas. No es lo mismo que la imitación, y ahí está lo interesante, las ondas no tienen que ser iguales para estar sincronizadas —complementa Lionel.

—Al final del día quienes parecían saber más sobre sincronía y conexión, porque podían describirlo mejor, eran los bailarines —reflexiona Kirsten —: Las científicas no podían decir mayor cosa, no tenían conclusiones certeras, así es la ciencia, pero me sorprendió vernos tan estancados en esa única perspectiva, era como si todo lo que dijeran los bailarines tuviera que ser confirmado por las científicas. La ciencia es tan solo una manera de interpretación que no está por encima del arte.

—Es que danzar es la forma más alta y sublime de oración. Bailar es algo físico, pero lo que mueve la carne, los huesos, es el alma. Esta investigación, y en general la ciencia, indaga profundamente por la materia, no por el espíritu, no porque no crea en él sino porque aún no tiene las herramientas para hacerlo —aclara Matan.

—Pero también hay algo de arte en la ciencia, cada científico tiene su propia forma de crear sus investigaciones, de diseñarlas y de interpretarlas, y en ese sentido también hay arte en la ciencia — repone Debarati, que planea aplicar sus hallazgos al mundo de la salud, a través de la terapia de baile, para mejorar las conexiones sociales de pacientes que no pueden comunicarse verbalmente con el mundo.

— Y el impulso de hacer todo esto nació del deseo de poner a las neurociencias en estado salvaje. Porque, ¿qué nos dicen esos laboratorios con sus ambientes perfectamente controlados sobre el cerebro humano?Mientras que la danza, el movimiento, puede ser un camino fructífero que nos lleve al corazón de una investigación con preguntas importantes sobre la naturaleza humana, y al trabajar con artistas se avanza en esas preguntas mucho más rápido de lo que avanzaríamos en un laboratorio —dice Marieke, y mirándome con unos ojos grandes, redondos y azules , finaliza —: y aquí mi carrera se encuentra con mi pasión, al final del día siempre soñé con ser una bailarina, además, me hace única, no creo que hayan muchas neurocientíficas recolectando datos cerebrales mientras hacen puntas.