CUANDO KALI DANZA

Por Alba Felpete

IG @albafelpete


Fotografía - Vadim Stein


“¿Cómo aproximarse a ella, que habita dentro de nosotras y en todas las cosas? ¿Cómo acercarte a sus ojos encendidos y no quemarte completamente?

¿Cómo danzar con ella… la diosa oscura, demonizada…? ¿Cómo bailar en el límite, cómo bailar con la destrucción, cómo darle espacio…?

Ella, nosotras, premenstrual, runamula, caos, impulso, fuego, cenizas, menopáusica, butoh, las tinieblas, Clarissa, la muerte, la lengua, el grito. La furia que quema... cuando Kali danza”. 


Toda mi vida he amado a Kali. Sin saber sus nombres ni formas, la he amado. Diría que incluso la he buscado para curarme. He bebido de su medicina de forma consciente e inconsciente, he aprendido de sus efectos directos y secundarios, he visto los diferentes rostros de su poder. 

Kali ocupa mi corazón desde que tengo memoria. No sabía sus nombres y ya la conocía. La amo profundamente y observo su energía poderosa dentro de las mujeres, queriendo salir desesperadamente por alguna rendija del entramado de su psique. 

Kali tiene un hogar en la Compañía Cali Danza Consciente. Se hace notar en los cuerpos, en la intensidad, en la rotundidad de nuestra labor. Su arrolladora energía empecinada en limpiar lo que ya no tiene lugar, se hace espacio en nuestro núcleo, en nuestras prácticas y lenguaje coreográfico. Yo la cuido, la venero y la reconozco. Le pongo un poquito de miel y flores. Le cedo el paso cuando tiene que entrar en mis procesos y la saludo cuando quiere aparecer. Te reconozco, estás aquí. Gracias, bruja mía, gracias diosa negra, por darme la visceralidad de tu guadaña cuando no tengo el valor de cortar lo que me daña. 

El nombre de nuestra Compañía de Danza es Cali, como el prefijo griego cali, pero en el diseño de su logotipo está la K presente, haciendo honor a esta fuerza inconmesurable de la gran diosa oscura y sangrienta.

Cerrar los ojos y conectar con la potencialidad de lo feo, lo destructivo ante las apariencias, nos viaja hasta la médula de las profundidades y cortamos con un sable interno cualquier disonancia con nuestro poder esencial. La acogemos, la honramos, la meditamos, centramos su fuerza y dirigimos su potencia para el mayor bien. La abrazamos tiernamente como quien acuna su dolor con una canción de Chavela. Rasga por dentro esos rincones profundos a evitar. Escudriña las esquinas con la punta de su guadaña y rasca hasta sacar la ponzoña que nos va hiriendo. “Esto ya no tiene que estar aquí” manifiesta su voz en el cuerpo, y desde ahí sale la fuerza de su expresión, ayudando a exteriorizar los entramados del sufrimiento.

Nosotras, con nuestra danza, dejamos que le de forma. Nos pintamos los labios de rojo en su honor, abrimos la garganta, la pelvis, la boca, extendemos la lengua y externalizamos el veneno que nos va desempoderando, que nos va agotando, que nos va mermando y minimizando. Mientras ella dice, una vez más: “déjame danzarte las entrañas”. 

Nosotras no hablamos de una personificación. Nosotras simplemente nos dejamos hacer por la destrucción. No se trata de guerra ni violencia. Se trata de lo que ya no tiene lugar, lo que ya no ha de estar ahí. Son fuerzas existenciales, naturales, que nuestros sistemas de control reprimen. Y qué gozoso es poder darle un lugar en la danza. Y qué poderoso mostrarlo en escena. Es una forma que ella tiene de acercarse con belleza a todas nosotras, y darnos el permiso de “cortar cabezas” sin ningún daño, ni propio ni colateral. Ella es el espacio seguro y divino de los impulsos destructivos. 

¿Puede existir una diosa más punky? ¿Puede ser lo más punky, espiritual? ¿Puede haber un contraste más hermoso? ¿Puede romper más esquemas mentales, mandatos y creencias?

Y cuando ella termina su misión, el escenario queda despejado y limpio, como un campo lleno de rocío, fresco y puro. Nadie en el día la vio. Ella vino a hacer el “trabajo sucio” y el sol salió como eco de su grito nocturno, a iluminar y secar las heridas que ella abrió y desinfectó. El escenario queda sin densidad, arrasado por su fuerza, porque ella se la comió, la transformó y la escupió como danza de fuego. Ni rastro del filo de la guadaña en el linóleo, sólo verás su esencia en las ganas que tienes de moverte sin pensar, de romper papeles y desestructurar tu forma de actuar.

Si fuiste espectadora de Cali o de Kali, la notarás en tus ganas de expresar sin censura. Si fuiste bailarina de su danza, la verás en el brillo de los ojos y en la fuerza de tus piernas… Sentirás que tu vida amanece en completa plenitud… Mientras a lo lejos, Chavela parece susurrarte una nana y ofrecerte un sorbito de tequila.