Por Alba Felpete
IG @albafelpete
Durante mi camino con la danza y sus estructuras, he transitado su lado más académico y formal y he vivenciado la danza como búsqueda del ser o del conocimiento profundo de uno mismo. Más adelante, he intentado llevar permeablemente, una a la otra en las áreas de enseñanza. Que las aulas se empapen de conexión y la búsqueda se direccione y estructure para poder ser comunicada. Esto no ha sido del todo complejo, o no más allá de la propia tarea que supone el trabajo personal y la inherente necesidad al mismo de compartirlo con los demás.
Ahora, con Cali Danza, se me plantea otra línea aparentemente divisoria entre dos territorios que observo a veces en los espectáculos de danza: un centramiento excesivo en la parte interna e individual que muchas veces no logra transmitir el mensaje o una proyección externa exacerbada y desconectada de la experiencia interna de la danza por parte de los intérpretes y del creador. Puede ser que en estos casos no haya habido creación real. Me planteo si habrá intervenido la supraconsciencia en el diseño de la obra porque no se ha permitido, o tal vez el impulso creativo se haya visto atrapado en el sistema más repetitivo mental y el destello puro y original se haya perdido en la cadena de vrittis inconscientes. Lo que sí se puede apreciar, es que estos dos extremos se dan en la escena convencional y no convencional.
Es complejo iniciar una obra de danza, que es el punto en el que nos encontramos en Cali. Hay que abandonarlo todo, rendirse al vacío. Tomar ideas, coger retales y respirar el impulso de hacer un collage con todo eso. Respirar también el automatismo de imponer un hilo conductor. Respirar la estética, la necesidad de un resultado. Acunar los objetivos y sostener la incomodidad. Aguardar desde el hara aquella acción correcta en el momento exacto y sentir en el corazón cuando el mensaje viene de algo más allá que nuestra mente parlante. Cesar en los intentos de crear algo desde un sentido limitado del yo y convertirnos en el mensaje más que en el creador.
Cuando entramos en estos procesos creativos de suma permeabilización a lo que brinda el momento presente, el tiempo se dilata y la forma no se corresponde con lo que un espectáculo demanda. Las experiencias duran más que lo que una actuación permite y se juega en la balanza el equilibrio entre lo interno y lo externo. Hemos de sostener ese proceso y esa conexión con nuestra verdad interna pero adecuándonos a los marcos espacio temporales y también estéticos que requiere la danza escénica. Es “seguir conmigo mientras te lo cuento embellecidamente”. Creo que ahí radica el equilibrio y que ahí habita la línea escénica.
Nosotras somos una compañía de danza en búsqueda constante de nuestro ser. Bailamos como medio para encontrarnos a nosotras mismas, sí, pero también deseamos transmitir esta búsqueda en marcos convencionales de representación. Que los espectadores respiren ese trayecto y puedan observar ese cultivo de la interioridad. No nos gustaría que el mensaje fuera desprovisto de un filtro escénico, no queremos vomitar un proceso sin tamizar y al mismo tiempo tampoco es nuestro deseo el perder genuinidad ni honestidad en este camino. No deseamos expresarnos (para esto ya existen prácticas y espacios seguros internamente que lo facilitan), deseamos comunicar algo que ya ha sido transitado, procesado y limpiado, para inspirar a otras personas, sin robar su tiempo ni atención con espacios y procesos que son personales. No les vamos a descargar nuestros procesos, les vamos a ofrecer la narración consciente y habitada del proceso entero.
Esta es la teoría pero la práctica es otra realidad, que es la que francamente vale la pena. Hay muchas fases en el proceso. Mucho equilibrio entre la organización y la desestructuración. Hay un mapa susceptible de ser rehecho en multitud de ocasiones. La sinapsis de la obra se va articulando con limpieza en la medida que el creador de la misma muera. Es una frase potente pero realmente creo que así es. Todo lo que uno cree que es, es lo que muere cuando entramos en un proceso creativo en sintonía espiritual. Es una demolición. Una entrega de nuestras pertenencias en el fuego de Kali para dar paso a la brillante verdad del ser. Lo que es, es. Y lo que no, desaparece.