El texto que sigue a continuación fue escrito por Florencia Sasson en el marco de las actividades propuestas por el Taller Online El Legado de ISADORA DUNCAN.
Me gusta volver atrás y recordar el momento en el que me inscribí al taller.
Sobre todo porque este año (2020) fue un año diferente a cualquier otro. En lo personal, este
“parate” que nos tocó a causa de la pandemia me llevó a
detenerme sobre mis hábitos y mis creencias. Este proceso de autoconocimiento me
atravesó principalmente en mis preguntas: ¿Para qué bailo? ¿Por qué dedico mi
vida al arte?
Comencé a investigar sobre la historia de la danza, y a tomar
diferentes clases de improvisación para encontrarme en diferentes puntos de
vista. Al mes y medio apareció ante mis ojos (en mi inicio de Facebook) este
taller, “El Legado de Isadora Duncan”, el cual resultó tener un significado
potente en este proceso de desarrollo personal y como bailarina. Pasé por muchas
emociones. Al principio recuerdo haber sentido mucho entusiasmo al leer los
textos y entender cómo concebía Isadora la inspiración. Luego me sucedió el identificarme con sus vivencias en lo que sería la parte técnica y académica de
la danza. Fui descubriendo el por qué de mucho enojo conmigo misma y frustración
que había aparecido en mi vida con el ballet, logrando dimensionar de dónde
venimos como cultura occidental, cuál fue y es nuestra historia como bailarines
y seres humanos, a la vez que iba percibiendo un nuevo horizonte y nuevas
respuestas, de un paradigma libre y amoroso en un camino trazado por Isadora.
Al
leer su biografía llamada ”Mi vida” me encontré con un relato trágico y poético.
Me sucedió que fui conectando a mi propio relato de vida, y también con mi
propia oscuridad y miedos. Isadora cuenta problemas y horrores terrenales que
atraviesan la experiencia humana, pero también muestra al arte como un punto al
que siempre volver, como un salvavidas, como lo eternamente presente e infinito.
Era sorprendente la forma en que siempre desde un pozo emocional y/o económico, Isadora continuó creando, moviéndose y luchando por sus ideas y por su goce.
Conecté con mi responsabilidad como ser humana, deseante, con capacidad de
disfrutar, amar y vivir por y para la danza.
Era también muy revelador cuando
hablaba del amor libre. Ella hace una observación interesante en el libro:
compara la cantidad de placeres que nos prohibimos por tabúes y moralidades, y
cuánto dolor en cambio tenemos que pasar constantemente en estos cuerpos por
enfermedades o situaciones cotidianas. Con respecto a este tema, estuve
investigando acerca del amor libre, hasta me metí en un grupo en Faceboook con
gente que lo practica, y que comparte sus experiencias, problemas y preguntas en
cuanto al tema.
Lo que yo me llevo de Isadora en cuanto a lo romántico, es su
capacidad de enamorarse mil veces, su capacidad de crear, disfrutar y compartir
los cuerpos, el arte y el alma con los demás. Cuando leí la última página del
libro que describía su muerte me quedó un vacío en el pecho. No sólo el vacío
que aparece al finalizar cualquier libro, película o vida. Un vacío raro,
amargo, que venía tras un final inconcluso y sobre todo, injusto. Y ahí sentí la
responsabilidad que mencioné, que apareció como una ola de vitalidad y de
esperanza por mi proceso artístico, que se sentía como un deber o una misión.
Valoré el estar, el momento y la posibilidad que éste me brinda de desarrollar
mi sueño: de danzar y de enseñar, de decir a través de la danza, y de
compartirlo con más personas, tal como lo hizo Isadora Duncan.