LA ESCENA RITUALIZADA

Por Alba Felpete

IG @albafelpete


Fuente: Pinterest


Ritualizar la escena es volverla sagrada o, simplemente, reconocerla como tal, porque ella ya lo es. El único acto imprescindible para ceremoniar la danza escénica, es ser testigo de su sacralidad mientras se crea. Saber que uno no lo está haciendo, sino que estamos siendo atravesados e inundados por la creación. La labor está donde reside lo complejo para la mente humana: rendirse, disolverse, vaciarse, dejase hacer, someterse amorosamente a las fuerzas creativas. 

La escena ritualizada no pretende nada más que abrir un espacio para que cada uno sea. Opera como un inductor de experiencias internas, dejándole toda la libertad a la interpretación o a la experimentación. No argumenta ni impone una narrativa. Simplemente abre un campo de información subconsciente para que cada observador testifique e interprete lo que ve según quién es y/o según sus condicionamientos o libertades. Todo acontece en función de la amplitud de nuestra consciencia. La obra va a significar lo que nos refleje, lo que somos, o lo que estamos siendo en ese momento. 

El elemento primordial es el símbolo. Es a través de él que viaja la información hacia su multiplicidad de interpretaciones. El símbolo expone un tema, abre campos, espacios, centros energéticos, llega a lo profundo del subconsciente. Es transpersonal, transgeneracional: pertenece a la vastedad de la conciencia. Abarca y acoge a todos los seres. Navega directo hacia las corrientes neuronales del hemisferio artístico. Es holístico, matricial y primario. Llega a la médula del conocimiento porque penetra en nuestra naturaleza más sabia. Toca, roza y despierta la brillantez de nuestra mente, unida a nuestro corazón. 

“Una obra de arte tiene que contar algo que no aparece en su forma visible.” Giorgio de Chirico

Al ser conscientes de la escena como ritual, ya existe una relación profunda con el espacio, con los enclaves y con la significación de cada parte, o la percepción de la energía de cada lugar. De nuevo, es volverse un canal para que el espacio hable de su contenido: qué está sucediendo en el centro, hacia dónde quiere moverse el cuerpo, qué geometría se está tejiendo con el movimiento, qué interconexiones se están dando, qué constelación se está manifestando… Esta sería una escucha activa y sensible hacia el espacio escénico que dentro del convencionalismo y de la belleza que ya tiene la escena como tal, quiere expresarse espiritualmente. El alma del lugar desea hablar, y desde la posición de canal creativo, le dejamos ser, y vemos qué parte del cuerpo se mueve, qué emociones surgen, qué patrones, qué recorridos, cómo le damos una voz corpórea. Así, diseñamos un espacio escénico ritualizado, desde la escucha del marco. No escuchamos la escena, escuchamos el campo de información potencial.

“La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba.” Michelangelo Buonarroti

La iluminación va a acompañar este espacio habitado, escuchado, sostenido, significado, valorado, reconocido. La iluminación lo va a señalar, lo va a potenciar. Con sus precisos ajustes cromáticos, lo va a extender, a ascender, a detallar y a tornar en ambiente. La iluminación es lo que hace, en su sentido más profundo: iluminar. Es el sol de la escena. Es la fuente, con sus infinitos cuerpos y lenguajes. El vocabulario lumínico también es parte de este lenguaje simbólico. Tal vez estemos creando un altar con todos los elementos necesarios para ritualizar una obra de danza…

El sonido es otro de los factores creativos. El espacio sonoro en sí mismo, es un poderoso chamán que abre las puertas perceptivas y amplifica la información artística. Elegirlo cuidadosamente y de forma sintonizada, es esencial para no generar distorsión o incoherencia en nuestro altar escénico. Tal y como es importante el tono con el que pronunciamos un mensaje, también lo es la frecuencia que vamos a introducir en los cuerpos de los bailarines y en el oído externo e interno del espectador. ¿Qué frecuencias estamos introduciendo en los receptores de información de dichas personas? ¿Desde dónde vamos a contar lo que vamos a contar? Es tan importante el texto como la energía que lo acompaña, y en ello, es fundamental el sonido, siendo éste, análogo al tono con el que decimos las palabras.

Me gusta pensar en todas las mentes y consciencias que pueden recibir una obra de danza. Sin perder la fidelidad y esencia a mí misma y la de la propia obra, intento emplear un lenguaje inclusivo y abierto para dar la oportunidad a cualquier mente de abrirse al viaje. No estoy con ello diciendo que vaya a ser así per se, puesto que el creador no es una autoridad ni tiene poder sobre la propia consciencia de las personas, pero no concuerdo con las obras que sólo son creadas desde, por y para el campo individual del que las compone o para un sector concreto. Me gustan las obras que son de la vida; que son creadas más allá del sistema subjetivo del creador. De algún modo, se sienten como un generoso abrazo. Cuando uno las presencia, se siente acogido desde el alma. Uno no siente “que tiene que saber o entender, ni ser un experto, ni un erudito, ni estar a la moda, ni disponer de determinado nivel cultural”. Uno las observa y simplemente se siente partícipe: es como entrar en una casa y sentir que allí te puedes descalzar.

“Cuando tú no estás, está la divinidad. Eso es creatividad.” Chandra Mohan Jain

El cuerpo es el útero de la consciencia. El cuerpo es el recipiente de toda la información. El cuerpo materializa y traduce lo simbólico. El texto es la canción del cuerpo. El movimiento son las palabras en una composición coreográfica. Sostener un cuerpo silencioso y receptivo va a depender de la quietud y el espacio que exista entre nuestros pensamientos: son esos intervalos, los lienzos en blanco en donde lo sagrado se puede manifestar; es la grieta por donde entra la luz, es el mâ, el cuenco vacío, útero oscuro y fértil en donde los automatismos de la mente no van a intervenir. En definitiva, sostener un cuerpo silencioso y receptivo va a depender del estado de nuestra mente.

“Yogas chitta vritti nirodha” Patanjali

¿Qué sentido tendría pues, crear una escena ritualizada? Una escena profundamente conectada trasciende el entretenimiento y el disfrute, el juicio y la apreciación; diluye ciertas barreras y, aunque el espectador no ejecute las acciones que se desarrollan en escena, su proactividad se manifiesta en el nivel de consciencia, es decir, es partícipe, porque lo simbólico engloba a lo colectivo, además de que, energéticamente, es sumamente expansivo, ya que sus ondas de información traspasan los marcos espacio-temporales. Todo el mundo “sabe” lo que está sucediendo, aunque nadie lo entienda. No importa si logras explicarlo o interpretarlo conceptualmente; lo esencial en un ritual, es lo que has vivido, la transformación interna que has transitado.

El sentido de un acto artístico ritualizado es que lo sublima espiritualmente.