EL LAGO DE LOS CISNES: UN CLÁSICO QUE SIGUE EMOCIONANDO

Por Candelaria Penido


El siguiente artículo fue escrito por Candelaria Penido en el marco de las actividades propuestas por el Seminario Online de PERIODISMO DE DANZA.
📧 candelariapenido@hotmail.com




La historia de amor entre el Príncipe Sigfrido y la Princesa Odette es figurita repetida. No es raro encontrarlo en el repertorio de las compañías de danza de todo el mundo; más aún: cuando se da a conocer el cronograma de funciones de ballet del Teatro Colón y se vislumbra la obra para el año entrante, el corazón sonríe. Por lo menos el mío. Es una historia sin fin que muta según la versión que se represente y que aloja distintos desenlaces, pero que siempre logra tocar al público.

La princesa-cisne logró alcanzar el status de heroína de las pequeñas niñas. Tanto de las que soñaban con convertirse en bailarinas como de las que no. Películas como La Princesa Encantada, La Princesa Cisne o Barbie en el lago de los cisnes hicieron de los hechizos de Von Rothbart y las partituras de Tchaikovsky, un lenguaje conocido.


Actualmente, viviendo en cuarentena, con los afectos lejos, 35 mil personas eligieron emocionarse al unísono con la función El lago de los cisnes que transmitió de forma online –a través de sus redes sociales– el Teatro Colón. La función original fue grabada el 2 de julio de 2017  y a partir del 5 de abril de 2020 se la puede encontrar en formato virtual, como video en Facebook y en YouTube.

Yo la disfruté hoy a la mañana, mates de por medio. Una experiencia extraña. Me sorprendió ver -antes de apretar play- que el video sobrepasaba las 180 mil reproducciones. Es decir que 180 mil personas eligieron visualizar este ballet. Danza que atrapa, sin dudas. Historia conocida por muchos y corazones que sonríen.

Suelen decirme que soy una persona empática y sensible, que por eso me emociono con facilidad. Pero cómo no emocionarse con una historia de desencuentros, soledad, obediencia y magia. El amor como la chispa que desencadena la tragedia.

El lago de los cisnes es un ballet clásico, en cuatro actos. En él son las bailarinas las que se lucen con sus brazos como alas. Cisnes, princesas (humanas) y amigas de la corte, en colores tierra y blanco, son todas parte de un todo que las excede, a la vez que obedecen ciegamente -entre otras cosas- la coreografía desafiante de Mario Galizzi.

Son las emociones las encargadas de guiar al público en esta obra. Las emociones de los personajes en escena se trasmiten, como por arte de magia, a cada espectador. El bochinche, los festejos y la efusividad que parece reinar en el Primer Acto, contrastan con la soledad que emana del príncipe. Éste, a pesar de estar celebrando su cumpleaños, parecería posicionarse casi al margen de lo que sucede. Ajeno, en otro lugar mental, vislumbra la fiesta pasar, dejando a su rastro un aura de tristeza que logra contagiarnos al final del acto. Luego de festejar con los amigos de Sigfrido, ilusionarnos con sus amigas que intentan lucirse y conquistarlo, reirnos con el bufón y quedarnos sin aliento con sus saltos, la música baja unas cuantas revoluciones, las luces mutan a colores tenues y grisáceos y sentimos la angustia del príncipe; una que sólo se disipa cuando toma la decisión de estrenar su ballesta e irse a cazar: decisión que nos transporta al Segundo Acto.

En él, los conocedores de la obra esperamos encontrarnos con el cisne; sin embargo, ese momento conserva su capacidad de impactarnos. Son, creo, los aleteos y la desesperación de  Odette en medio de la vastedad del azul, sola en el centro del vacío, lo que hipnotiza. Lo mismo sucede a medida que van apareciendo el resto de los cisnes en orden, repitiendo en secuencia el movimiento de la bailarina que las precede. Una procesión de tristeza que responde al llamado de su hechicero. Espectro verde que se confunde con negro.

La sorpresa, lealtad, obediencia, orden y miedo, inundan el Acto número dos. Es recién en el pas de deux donde se nos escapa un suspiro y se nos afloja el pecho, con la presencia del amor entre los príncipes.

Lo negro y el oro reinan en el Tercer Acto. Los colores son vibraciones, explican desde la metafísica, y son éstos los que nos tensionan y reponen. Juegan con los espectadores a lo largo de todo el acto. La diversión que surge con las danzas regionales que se van presentando, se convierte en bronca. Ésa que genera la brusquedad de Odile. El interés con las variaciones de cada princesa cede su lugar a la inevitable piel de gallina luego de la promesa de amor de Sigfrido hacia la mujer equivocada.

El silencio interior es el que marca el Cuarto Acto. A pesar de que la música suena con fuerza e intención, la pérdida y desolación son las protagonistas. Luz blanca y azul. Cuerpos en blanco. Los aleteos desamparados pero aún alineados, y la fragilidad de Odette, nos transportan al final de la tragedia. Amor, desencuentro, traición involuntaria y muerte.

Qué otra cosa se le puede pedir a una historia narrada con danza, que hacernos subir a una montaña rusa de emociones para terminar con la piel de gallina y mil bravos en la punta de la lengua, esperando que el telón caiga para poder, por fin, lanzarlos. O escribirlos, como se hace hoy tras la pantalla, en los comentarios del video en Facebook.



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