Por María Luján Rossi
El texto que sigue a continuación fue escrito por María Luján Rossi en el marco de las actividades propuestas por el Taller Online El Legado de ISADORA DUNCAN
Como bailarina de Expresión Corporal es innegable el aporte que el legado de Duncan ofrece a la construcción de esta propuesta de danza que tiene entidad en sí misma; es por esta corriente que conocí la propuesta de Isadora.
La noción de un cuerpo holístico, de un ser en conexión con el universo que lo rodea ofrece herramientas para construir una danza singular propia de cada persona, genuina y auténtica de su tiempo. La evocación de imágenes, olores, sonidos, texturas, colores, temperaturas, la percepción espacial y temporal son fuentes de información sensorial que nutren la composición poética en el movimiento. Sumergirse en las profundidades del pensamiento o en los márgenes y más allá también, implica que la bailarina conecte con su propio deseo, del que es difícil escapar una vez identificado qué es aquello que la acerca a ella misma.
Problematizar el cuerpo fue parte de esa impronta, y es parte del hoy cada vez que nos preguntamos por la hegemonía de la danza, de las corporeidades y corporalidades, de los movimientos estereotipados, incluso de las formas hegemónicas de intentar ser vanguardia. Podría afirmarse que Duncan, cuando cuestiona al Ballet como institución, sin querer, termina dando lugar a las inquietantes e inacabadas posibilidades de dudar de muchas otras cosas a lo largo del tiempo. No es que con ella la danza comenzara a preguntarse por ella misma; eso, sabemos, es un proceso de larga data que no comenzó ni terminó con Isadora, pero resulta inevitable nombrarla como una de las grandes precursoras al momento de ofrecer otras alternativas a los mandatos y los estereotipos.
Creo que el gran desafío de hoy no está en poner en escena algo diferente, sino poder preguntarnos qué es lo que estamos poniendo en escena. Porque si el objetivo es únicamente ofrecer al público lo diferente, original o novedoso escénicamente entonces no hemos descifrado de qué hablaban cuando hablaban de liberarse de viejas y pesadas ataduras. Pareciera que hoy, las industrias han tomado muchos de los fundamentos de las vanguardias de principios del siglo XX pero también de los años 80, y cabría entonces preguntarnos también por el consumo de esos fundamentos. ¿Les bailarines de hoy, se conectan con su interioridad por placer, necesidad, búsqueda o es porque esa es la manera en que hoy se construye y se llega a la danza? ¿Qué buscan? ¿Creen que la originalidad no está en el producto final únicamente? ¿Pueden las tendencias actuales performáticas y tecnológicas conectar con aquello que fundó cierta inflexión en los discursos hegemónicos de la danza?
Retomar a Isadora Duncan, preguntarnos por la danza moderna, preguntarnos por las tendencias y discursos actuales, no se conforma sólo con lo anteriormente mencionado, sino que vuelve sobre la idea de que todes podemos bailar, todes somos bailarines, que no hay una única manera de profesionalizarse en la danza, y por lo tanto nos lleva a la búsqueda de cómo estar en escena, cómo abrirse paso en una permanente saturación informática. Creo que hoy, muchas personas ponen en duda, cuestionan a aquellas otras que se nombran bailarinas, que se nombran en sus danzas. Hoy, todo es llamado danza. ¿Acaso este celo por nombrarse bailarines o nombrar lo que cada une baila como danza no es otra cosa que la tormentosa pretensión de que aún les artistas quieran separarse del común para ser llamades artistas? ¿Cuál es o qué es lo que una o un o une bailarín tiene que tener para que se le de ese lugar tan sagrado de artista del movimiento? ¿Será que deba ofrecer algo digno de admiración y sensación de inalcanzable? ¿El, la, le artista de hoy tiene que seguir ofreciendo algo que sólo ese/a artista pueda hacer? Y si el camino tiene que ver con el conmover a quien oficia de público: ¿cómo lograr que ese público se deje conmover y lo reconozca?
Ser bailarina, me enfrenta a estas preguntas. Casi como una obsesión me pregunto por mi danza, por qué bailo, para qué, para quién. Cuáles son mis objetivos.
Llego, luego de algunos cuantos tropezones a la siguiente afirmación: “me gusta estar en el espacio escénico, me gusta bailar, me gusta que me vean bailar, me gusta que me reconozcan en la danza, que me reconozcan como artista, me gusta que guste mi danza, me gusta gustarme. Me gusta crear, sobre todo me gusta crear y bailar. Eso me acerca a mí misma. Deseo ser una gran artista ¿cómo lo logro, cuál es el camino?”.
Haber encontrado desde Loïe Fuller, Isadora Duncan y tantas otras, fundamentos para habilitarme como bailarina, sentirme merecedora de la oportunidad, de valorarme y que me valoren, encuentra en el hoy un anclaje bastante dinámico. En definitiva, si algo puede destacarse de Isadora Duncan es su impulso determinante hacia encontrar su propia danza, la genuina, que es conexión profunda con su deseo, con una introspección singular, que es cuando está siendo, un cuerpo que elija ser pleno y orgánico. Implica no olvidar jamás que nuestra mayor libertad (y nuestro mayor desafío) es nuestra danza autónoma, en nuestra más profunda y sincera sensibilidad incluso cuando nos pone frente a nuestros propios demonios.