Por Emilse Ianni
“Yo fui unan gran tímida de niña. Y vivía con mucho miedo, un sentimiento que aún conservo y que, en parte, ha sido mi motor. El miedo mueve. El miedo hace crear porque tú quieres inventarte un mundo donde tus ideas y tus sueños funcionen.” 1
Parto de estas palabras de Pina Bausch, porque en ellas encuentro representado con nitidez lo que aprecié en su obra Café Müller. Su cuerpo está expuesto, abierto; luce frágil, temeroso; y, sin embargo: avanza. Avanza tanteando, chocando, probando caminos posibles. Avanza con los ojos cerrados, pero no a ciegas. Hay en sus movimientos vacilación y determinación al mismo tiempo.
Cada vez que veo esas escenas, surgen en mí inmensos deseos de intentarlo. Y esos deseos aparecen, a su vez, teñidos de temor. ¿Cuánto se pone en juego al cerrar los ojos? ¿qué se abre cuando los ojos se cierran? “Pasé el primer día temblando de miedo y de emoción. Me obligué a cerrar los ojos y a sentir.” 2
Un aspecto que me cautivó fue la caracterización de los diferentes personajes a partir del ritmo propio de cada une. En varias escenas, la cámara seguía a aquella persona que tenía el foco principal (por decirlo de algún modo), dejando fuera el resto del escenario. Debo decir que esto me generó mucha inquietud: sabía que algo más ocurría en la escena que funcionaba de contrapunto, y no poder verlo me generaba molestia. Porque ese contrapunto era lo que, precisamente, potenciaba lo que sucedía en primer plano.
Me impactó la suavidad de los movimientos de las dos mujeres de ojos cerrados. Y me resultó más que interesante apreciar lo opuesto en las secuencias del personaje masculino cuyos ojos también estaban cerrados. En este último caso, los movimientos eran agitados, fuertes, impetuosos.
Otra de las cosas que llamó poderosamente mi atención fue que en toda la obra sentí con fuerza la presencia vital de otras artes: toda esa escenografía habitada y constantemente cambiante; los silencios y la ópera; los sonidos de las respiraciones, las puertas, las sillas cayendo; los colores...
Leer que en su formación con Kurt Jooss todas las artes se relacionaban y estaban presentes, me hizo comprender mejor la manera integral y polifacética en que Pina Bausch concebía sus obras.
Tuve la sensación de que nada sobraba, sino que todo aportaba a generar una escena danzada, visual, sonora, rítmica y fuertemente emotiva.
A lo largo de toda la obra me sentí convocada emocionalmente. Experimenté angustia, ternura, desazón, alegría, incomodidad, desesperación, esperanza. Pero estas emociones no se sucedían como enhebradas por el hilo de la obra, sino que se superponían y combinaban. Un claro ejemplo de esto me sucedía con los personajes de traje cuando iban despejándoles el camino a quienes estaban con ojos cerrados: me producía ternura, y a la vez temor, veía en esos movimientos desesperación, torpeza, violencia, pero también deseo de cuidado.
Fue interesante notar lo que me causaba el ritmo de la mujer de cabello naranja y zapatos de taco. Podía identificar con nitidez la incomodidad que genera querer hacer algo y no saber qué, o bien, suponer que se espera de nosotres que hagamos algo en determinadas situaciones, pero sentir que éstas nos exceden. Y lo más notable es que todo esto se lograba con movimientos simples, cotidianos (aunque, cabe destacar, sumamente precisos).
En este sentido, una vez más me sorprende y conmueve la inclusión de los movimientos cotidianos en las obras de Pina. Caminatas, abrazos, besos, quitarse y ponerse la ropa, abrir y cerrar puertas, entrar y salir del espacio. Me sorprende y me conmueve cuán tangibles son sus dichos: “Abrir los ojos para ver lo cotidiano de otra manera, mantener la ingenuidad de la mirada, para cuestionar lo banal, y descubrir secretos.” 3
Si pudiera sintetizar esta obra en una palabra/cualidad/estado, diría que es la vulnerabilidad en sus diferentes facetas. Eso es lo que me fue haciendo sentir la obra. Pude ver la vulnerabilidad en el moverse con los ojos cerrados, en la desnudez, en la emotividad desesperada de los abrazos repetidos, en la desesperación de quien quiere cuidar o ayudar y no sabe cómo (o, al hacerlo, va dejando destrucción a su paso). Lo que más rescato es que esa vulnerabilidad se sentía genuina.
Fue como un permiso: somos vulnerables y podemos mostrarnos vulnerables. Y, además, podemos crear a partir de nuestra vulnerabilidad.
Y es en este sentido que me pareció una obra sumamente esperanzadora y revolucionaria, aún al día de hoy. Que una artista cree obras a partir de la emotividad más genuina -no ocultando la vulnerabilidad, sino poniéndola en el centro de la escena- es algo transformador y que, reitero, agradezco profundamente.
1 González Vañek, A., La danza es mi única meta, biblioteca digital DANZA & COMUNICACIÓN
2 Ibídem
3 Ibídem