MI ENCUENTRO CON LA CANALIZACIÓN ARTÍSTICA

Por María Victoria Dieci


©Estefanía Assis


A fines del año 2014, con 19 años, comencé mi camino espiritual. Tenía la intención de comprender ciertas percepciones y experiencias que me sucedían desde chica. Empecé estudiando canalización espiritual y registros akáshicos. A partir de 2018 me dediqué a su enseñanza. En paralelo a esta búsqueda, amaba bailar, escribir y dibujar.

Cuando estudiás canalización, lo primero que aprendés son las diferentes formas en que cada persona puede recibir la información: imágenes, sonidos, sensaciones, inspiración en pensamientos, etc. Pero había dos que fueron las que más captaron mi atención: la canalización onírica, que consiste en recibir mensajes mientras soñamos, y la canalización artística, aquella información e inspiración que se recibe desde el plano espiritual y sutil para ser plasmado a través del arte.

Este concepto le daba un poco más de sentido a algo que hacía con 14 años: agarraba el compás y dibujaba la flor de la vida sin tener referencia alguna sobre ello. Pero no solamente esto. Siempre tuve una conexión sutil con la danza oriental. Ese estilo de danza me atrapaba, me fascinaba, la sentía natural y familiar, pero tampoco tenía mucha referencia, más que Shakira, como toda niña o adolescente de aquella época.

A los 12 años empecé a explorar el mundo de la danza asistiendo a una escuela de ritmos latinos durante un año. Participaba en las clases de salsa y los días sábados había una clase llamada “ritmos” donde podíamos pedir cualquier otro estilo que no se enseñara allí de forma regular y se realizaba en un estilo de zumba coreográfico.

Aquella clase era una fiesta para mí. Yo siempre pedía árabe, obviamente, y cuando se dictaba la clase, por alguna razón que desconocía, la disfrutaba mucho más que salsa.

¿Qué me llevaba a estar conectada con la danza oriental desde tan temprana edad sin tener casi referencia, sin tenerla en mis raíces? ¿Recordarla de otros tiempos, quizás?

Recién en el año 2018 me animé a empezar una escuela de danza árabe y tribal, Montevideo Bellydance (MBD). Fue un sueño hecho realidad, aprender la parte técnica y comprender eso que, ya desde niña, me fascinaba tanto.

Aunque pude asistir sólo algunos meses, esto dio paso a nuevas experiencias. En 2020 empecé a tener sueños con una mujer oriental: la veía trabajando en un mercado, en una cocina y además, bailando.

Como verán, mi vínculo con la danza fue siempre intermitente hasta que finalmente, en 2021 retomé las clases de forma regular. Hasta ese entonces, meditaba con dichos sueños y trataba de conectar con la energía de esa mujer para así dejarme guiar en los pasos de manera intuitiva.

Tuve la oportunidad de asistir a talleres de otros estilos de danza, pero por alguna razón, con la que más conecto, fluyo y disfruto es con la danza árabe.

En 2021 tuve también la grata experiencia de participar en un espacio grupal de danzaterapia en modalidad online con una colega de Chile. Mi propósito durante esos 8 encuentros fue afianzar mi conexión con la danza, que mis resistencias no me hicieran dejarla de lado y animarme a bailar en público en la gala de fin de año de la escuela. Propósito más que cumplido.

Había algo más profundo. Viéndolo en perspectiva, a partir de ese momento una semilla fue sembrada en mí: cómo unir mi vocación artística con la espiritualidad. Hoy me encuentro en ese viaje.

En la experiencia de danzaterapia recibía esta frase: “unx artistx no deja de ser unx sanadorx, cambia simplemente la forma en la que entrega su medicina.”

Cuando realizamos una coreografía, estamos representando algo, estamos contando una historia. Al menos una parte de eso que está íntimamente relacionada con unx mismx, se conecta con la historia personal de cada unx, y al danzar una parte de nuestro mundo interior, el mismo se transmuta.

La danza es una forma de ir directamente a nuestro espíritu. Estamos profundamente conectados a nuestra intuición y recibimos los mensajes del cuerpo, pero... ¿sólo esos?

A través de ella, liberamos información que está dentro nuestro, transmutamos energías y a su vez recibimos inspiración sutil ¿Cuántas personas habrán soñado una coreografía o una secuencia de pasos que después necesitaron materializar?

¿Recibimos la inspiración de bailarinas/es que ya no se encuentran en este plano? ¿Por qué hay estilos de danza que nos atrapan más que otros? Aunque no estemos directamente conectados a la cultura de una danza específica ¿de dónde vienen esas conexiones?

Seguramente yo no sea la única que se hace estas preguntas. Y es que es un misterio todo aquello que nos lleva a conectar con lo sutil, lo que resulta invisible a los ojos físicos.

La canalización artística es algo muy poco explorado y reconocido como tal a nivel social, pero es algo que siempre existió. No reemplaza el estudio formal pero sí lo enriquece muchísimo. Y aquí me encuentro, con 27 años, sumergida en estos misterios, haciéndome nuevas preguntas que me lleven a nuevos aprendizajes.

Al fin y al cabo, la espiritualidad incluye aquellos caminos que nos llevan a escuchar la voz de nuestro espíritu, de nuestra alma, que nos transforman y nos reencuentran con nuestra verdadera esencia. El arte es sin lugar a dudas, un sendero espiritual.