PRIMERA CLASE OTRA VEZ

Por Lucero Dávila

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Fuente: Pinterest


Volver. Retomar algo que dejaste no es sencillo. Muchas veces debes empezar desde cero, como en mi caso.


Nuevamente, en mi primera clase, quedo impresionada por la cantidad de cosas que el cuerpo registra, que no olvida y que manifiesta con alegría cuando la experiencia ha sido grata y nutritiva. En esta vida todos encontramos algo que nos lleva a ser mejores, que nos reta, y en esos retos vamos creciendo y mejorando como personas y profesionales. Es finalmente, el resultado de todo ese proceso lo que dejamos en el mundo como huella de nuestro paso por él.

Al empezar el calentamiento me fue difícil ocultar la euforia que me produce preparar mi cuerpo para bailar otra vez. Aprieto los labios para no reir e interrumpir la sesión, respiro hondo y luego contengo el aire para calmarme, repito mi ejercicio respiratorio mientras sigo las indicaciones del profesor hasta que, al fin, vuelvo a concentrarme en la clase.

Descubro que todavía conservo el conteo, encuentro el ritmo y, aunque he perdido mucha de la fuerza que la danza otorga al cuerpo, también observo que haber mantenido la constancia en las repeticiones de algunas de las lecciones, me sirvió para mantener mi cuerpo despierto y suficientemente preparado como para que nadie (o casi nadie) pueda notar que empiezo nuevamente.


Tras volver a ejecutar los Battement, ir al Passé, seguir en punta de pie y mantener el ritmo, vuelvo a encontrar la paz que la angustia por la ausencia de bailar me había quitado. Un gran momento de  tristeza me embarga al caer en cuenta de lo mucho que me cuesta hacer un cambré y ver que aún persiste aquel dolor al colocarme en attitude. Pero si hay una enseñanza de la danza para la vida es que, si te dedicas y te esfuerzas, el resultado será lograrlo. Después de tanta incertidumbre, tantas dudas sobre si volvería y si respondería a las clases, encontrar al fin una certeza, me devuelve  la calma.

Creo que todos merecemos esos tiempos de paz, seguridad y confianza que a veces los incesantes problemas nos quitan. Saber que en algún momento nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestros espíritus, recuerdan. Saber que existe una profunda voz que nos dice que estamos a salvo y que todo saldrá bien.

Mientras compruebo que mi memoria corporal está casi intacta, al menos en los primeros ejercicios, vuelvo a sentir eso que los seres humanos llamamos “felicidad”: ese momento de logro que viene a ser la recompensa por no perder la fe, por seguir constante en lo que quieres, por saber que será difícil, que hay mucho esfuerzo por hacer para superar obstáculos, pero que si das ese esfuerzo de más, entonces sucederá como resultado lógico de tus acciones.

En una ocasión, una maestra nos dijo en clase que la danza es para los valientes. Y así es. He visto a mis profesores y a mis compañeros más avanzados, bailar a pesar de sus dolores, entrenar como diciendo “sopla más fuerte y trata de moverme porque seguiré de pie”. Actitud que, sin dudas, contagia fortaleza e inspira. La danza te hace consciente de que así es la vida: si realmente deseas lograr algo, ponerte en pie a pesar de todo será el camino a seguir.

Me falta muchísimo para lograr siquiera la quinta parte de lo que los bailarines que me han inspirado pueden hacer; pero me gusta pensar que estoy en el camino, y que al verlos, existe una posibilidad para mí; que puedo encontrar paz; que cada vez que practico voy hacia la sanación de mis heridas; que encuentro armonía en la nueva composición de mi cuerpo, que es posible lograrlo y que puedo vivir un poco más.

Quiero agradecer a mi profesor de Ballet, Miguel Burgos, y al bailarín español Albert García Sauri. Durante la etapa más dura de la cuarentena en pandemia, mi profesor apoyó a todo su alumnado, al continuar con las clases de forma gratuita. Por otro lado, Albert García Sauri improvisó una coreografía en las calles de Valencia mientras regresaba de sus compras. Su danza se volvió viral al regalar esperanza y valentía como el más bello acto de rebeldía ante el temor y la muerte. Verlo me llenó de la fortaleza que necesitaba para no sucumbir ante tanta tragedia.  Fueron en realidad esos gestos de amor por  la vida los que hicieron que la pandemia culmine. Sin esas muestras de valor y generosidad, no existiría la vida y yo no podría creer en el arte, en la danza ni en nada que el hombre haya creado; así como tampoco podría creer que el humano es un ser que, en medio de sus errores y defectos, puede contemplar la compasión, la generosidad y el valor en sus actos. 

Hoy, no solo vuelvo a mi primera clase, sino también a creer en nuestra naturaleza de virtud: vuelvo a tener  esperanza y a seguir insistiendo en la danza.


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