DANZA. MI REFUGIO

Por Laly Alejandra Balcazar Arevalo

lalywood.india@live.fr

IG @lalybalcazar


Fotografía - Gentileza Laly Balcazar


Cuando la danza hace parte de la vida y la existencia misma, podemos vivirla de múltiples maneras.

Sus infinitos beneficios la convierten para mí en un lugar seguro y de esencial importancia.

He trabajado la danza en diferentes formas: algunas veces he sido sólo estudiante; otras, profesora; en otras ocasiones, ambas a la vez, o sencillamente, espectadora; incluso, he incursionado como critica de la misma. Lo cierto es que existen mil y una formas de experimentarla y disfrutar de ella. Sin embargo, pocas veces se es consciente de lo importante que se vuelve para quienes vivimos de este maravilloso arte.

Podemos crear para nuestros estudiantes y público, estudiar a nuestro turno para lograr objetivos que nos permitan avanzar en los aprendizajes o, sencillamente, disfrutar de una buena representación dancística por el placer de observarla para redactar una crítica sobre la misma (y en ocasiones, para inspirarnos y enriquecer nuestra visión).

Durante muchísimos años la danza ha sido vista como un arte para divertirse, para representar la cultura de un país o para competir. Afortunadamente, los tiempos van cambiando y las mentalidades también. Hoy en día, existe en el mundo una ola de transformación, y así como podemos escuchar cosas terribles que suceden o ser testigos de cómo el ser humano llega a perderse en las dinámicas del modernismo, estamos otros que transitamos una búsqueda permanente y vamos despertando cada vez más consciencia, siempre atentos a lo que sucede porque hemos decidido mirar y trabajar hacia adentro.

Personalmente, es allí, en el interior, donde la danza se ha convertido en un camino de evolución para mi alma y me ha permitido, a través de estos últimos 17 años, conectar conmigo misma a través del trabajo corporal y emocional. En pocas palabras, bailar ha sido aprender a habitar mi propio territorio, reconociendo cada rincón del mismo para convertirlo en parte vital de mi existencia. 

Existe aquel momento donde estás a solas con tu práctica, cuando no estás danzando para crear o para lograr un objetivo en específico; aquel momento donde la vida se puede tornar compleja con las situaciones del cotidiano: la decepción de una amistad, un mal negocio, un mal entendido familiar, la pérdida de un amor o un simple vacío existencial. Y es allí donde sucede aquel encuentro que se convierte en refugio.

La danza es el único lugar seguro para sobreponerme a los movimientos de la vida; un momento de ósmosis entre la danza y mi cuerpo donde cada dificultad se hace presente, cargando de una u otra forma mi energía y generando cambios en mi cuerpo físico, en mi cuerpo mental y en mi cuerpo emocional. 

La práctica de la danza refleja lo que me sucede en la calidad de mis movimientos y las respuestas de mi cuerpo en la práctica. Pero sumergirse allí y permitirse sentir, escuchar cómo el cuerpo habla a través de la dificultad, cómo el dolor se desvanece y se transforma cuando la música y el movimiento se fusionan en mí, me permite ir a otro lugar, donde logro evadirme de la dificultad que atraviese en aquel instante. 

Puede parecer surrealista, pero en aquellos momentos, cuando la vida se hace compleja y me encierro en mi refugio, surge una increíble magia que aún no logro descifrar. Es entonces cuando el resultado de la catarsis que me permite la danza se convierte en creación, como si el dolor o la dificultad que estuviera atravesando se transformara en un río de creatividad del cual surgen las ideas y las creaciones más inesperadas.

Mientras escribo en este mismo instante, puedo obtener una parte de la respuesta. Y es que la magia de la creación sucede porque es en mi refugio donde suelto todo lo exterior, donde logro conectar con mi propia luz y reconocer mis sombras, donde la danza se convierte en el cincel con el cual voy dándole una forma más definida a mi ser, sintiendo que el trabajo que realizo con mi cuerpo, el movimiento y la energía durante la práctica, ponen en evidencia esas cosas en mí, que a veces se esconden o que, sencillamente, no logro ver en ocasiones debido al ruido exterior. 

Todo esto no es más que la prueba de la libertad de ser que me brinda la danza: libertad de sentir, de soltar, de sanar y de evolucionar en la consciencia de cada movimiento de mi cuerpo, guiada por la luz divina que un día me permitió el encuentro del mejor de los refugios. 

Cuando inicié este camino, no imaginé que sería el resguardo que un día tendría mi alma para los momentos complejos de la vida, entregándome, al mismo tiempo, grandes alegrías a través de las experiencias y las personas que me ha permitido conocer en el camino. Aquellos momentos me dan el regalo de saborear la danza como una meditación en movimiento de libertad absoluta: el lugar más seguro para un momento de fragilidad y sensibilidad profunda, recordándome cómo la danza es un regalo divino en el transitar de mi existencia.