DANZA. LA VIDA MISMA

Por Laly Alejandra Balcazar Arévalo

IG @lalybalcazar


Fuente: Pinterest


Por lo general, cuando pensamos en la danza, imaginamos al cuerpo en movimiento, un ritmo, e incluso un estilo y una técnica. Algunos dicen ser malos bailarines, o no tener facilidades para la práctica. Lo cierto es que la danza existe en múltiples estilo, en todas las culturas, y es parte importante de la identidad. En realidad, sin darnos cuenta, todos somos danzantes desde el momento mismo en el que inicia nuestra existencia, y es algo que haremos durante toda nuestra vida, hasta el último de nuestros suspiros. 

La danza está presente a cada instante y nos acompaña desde el momento mismo de nuestra concepción, junto con la danza de los cuerpos que dieron origen a nuestra vida, y las emociones de los progenitores, en ese preciso instante. Allí inicia todo, en una danza química y física.

Si ponemos atención, todo a nuestro alrededor es danza: la tierra que nos sostiene siempre está en movimiento; el vaivén de las olas del mar son una danza que, según el momento, las lunas y el lugar, tiene su propia energía y fuerza; los árboles que se mueven con el viento son la danza de una pareja indisociable; las nubes danzan sin parar; los pensamientos y emociones, activos siempre en nuestro ser, son una danza que solo deja de existir cuando nuestro ser desencarna. 

Me atrevería a decir que las relaciones humanas son una danza incesante con cambios de ritmo, e incluso, de estilos, a través de los amigos y colegas con quienes hacemos camino, quienes nos llevan por la vida en una permanente danza de experiencias. Las parejas que hacen parte de nuestro camino de vida son la danza variable de nuestras emociones con las cuales vivimos movimientos distintos, a diversos ritmos. Permanentemente estamos en movimiento, en la danza de la vida y todo lo que la permea. 

¿Cómo aceptar la conexión divina que hace de nuestras vidas, una danza en constante movimiento? Permitiendo a nuestras almas aprender, crecer y evolucionar, a través del baile efímero de la existencia.

Los latidos del corazón, la circulación de la sangre y la respiración, son una danza incesante, acompañada por el fluir de la mente, en constante movimiento. Ser conscientes del transcurrir de la vida como una danza permanente, podría, quizás, ayudar a muchas personas a recorrer de manera más placentera, el viaje en este plano; a vivir, danzar y disfrutar cada movimiento, así como también los múltiples ritmos y estilos que existen -como en el universo de la danza-, en el camino de una vida. Se trata de vivir, así como podemos bailar hasta el cansancio, y al final, terminar con la satisfacción que produce la danza en el cuerpo y en nuestro interior, al activarse el mismo con cada movimiento. Esta libertad genera, sencillamente, la posibilidad de ser.

Podemos danzar la vida, vivir a nuestro propio ritmo, explorar en el camino, disfrutar cada movimiento; no enfocarnos únicamente en la técnica; sentir y saborear lo que produce cada nuevo paso, con todas y cada una de nuestras experiencias.

En esta ocasión, propongo vivir y sentir la vida como una danza en evolución, y observar cómo todo a nuestro alrededor, es danza. Algunas veces, el ritmo puede ser suave, otras puede variar y ser pausado, o quizás, más acelerado. Lo valioso es que siempre aprendemos y conectamos con nuestro ser, reconociendo la magia de estar vivos.

Y aunque los pasos, o la técnica, no sean siempre los más fáciles, podemos darnos el regalo de fluir con el baile de la vida en constante movimiento. La danza permite que aflore el milagro de sentirnos, y de vincularnos con nosotros mismos y con los demás, para experimentar conexiones que van más allá del cuerpo físico, porque trascienden la técnica o un estilo: porque la danza es la vida misma.