METAMORFOSIS A TRAVÉS DE LA DANZA

Por Patricia Rojas Pérez

IG @darlevozalcuerpo


Fuente: Pinterest


¿Alguna vez te has preguntado qué harías si tuvieras mayor libertad? ¿Qué te gustaría crear si tuvieras la oportunidad de construir algo nuevo? Más de alguna vez, lo hemos pensado, creando situaciones en nuestro imaginario donde somos protagonistas de una vida donde todo es mejor, siempre enfocadas en un futuro.

Nos enseñaron que la vida es lineal y, por ende, a enfocar nuestra energía en ese escenario, donde nunca es suficiente, siempre falta algo para girar la rueda de la vida, llevándonos de manera constante a pensar que estamos atrasadas en el cumplimiento de objetivos propuestos por un sistema que resalta los resultados y no el proceso. 

La linealidad activa el piloto automático, el hacer sobre el ser, el sentirnos prisioneras de nuestros propios procesos, deseando una varita mágica para que todo ese sentir revolucionado pase rápido y deje de mostrarnos la verdad a través del cuerpo. 

Nos resistimos al dolor porque nos enseñaron a adormecerlo y a ponernos corazas como mecanismos de supervivencia, ya que todo lo que nos acontece tiene un tiempo de caducidad impuesto.

El cuerpo acorazado se contrae y le incomoda la expansión: la desconoce, le es extraña. Pero es al expandirse cuando se conecta con la libertad, tal como lo hace una mariposa durante su proceso de metamorfosis, generando una danza entre el interior y el exterior para desplegar sus alas, y descubrir así, nuevas formas de habitarse.

En su proceso de crisálida, se envuelve en un manto protector que le permite sentir seguridad, mientras se entrega a su transformación. Esta etapa de su ciclo, se asemeja, precisamente, a la medicina que entrega la danza, donde quien acompaña las diferentes consignas se convierte en una guía que permite sentir que es seguro mostrarse vulnerable, y que ese sentir que tantos años ha estado adormecido en el cuerpo tiene un espacio para ser resignificado.

Danzar los procesos, implica dar voz a esa contracción para que, a través del propio movimiento, acorde a nuestro sentir y nuestra historia, nos permitamos reconocer el dolor, derribar esos muros emocionales que por años nos han protegido en la adversidad, y crear así un nuevo escenario donde el bienestar se encuentre presente, ampliando el repertorio de nuestros movimientos en la vida.

El camino de regreso a nosotras mismas, nos permite aceptar y observar la herida, dando un nombre a lo que sentimos, movilizando y liberando esas contracturas, para dar espacio a nuevas sensaciones corporales, creando, de esta manera, nuevas posibilidades de habitarnos.

Y es allí donde la vida se vuelve un ritual, en ese sentir que la vida es movimiento constante, donde el repertorio de nuestra danza puede variar acorde a lo que queremos crear, expresar y comunicar, brindando a nuestro cuerpo la oportunidad de contar una nueva historia.

La danza como terapia nos da la posibilidad de reconocer aquello que nos afecta, así como también nos permite rescatar nuestro potencial para transformar el presente. Comprendiendo que aquello que nos sucedió en algún fragmento de nuestra vida, no nos define como personas, sino que, al darle luz, podemos crear estados de bienestar donde el cuerpo se transforme en un lienzo de expresión.

Y así, como una mariposa, permitirnos la danza de la expansión y contracción de la vida, conectándonos con su fuerza transformadora.