RECONCILIARNOS CON NUESTRA HISTORIA

Por Patricia Rojas Pérez

IG @darlevozalcuerpo


Fuente: Pinterest


Si nuestra vida fuera danza ¿Qué color tendría? ¿Cómo sería su aroma? ¿Qué sensaciones despertaría? ¿Cómo sería su ritmo? ¿Qué movimientos nos gustaría realizar? ¿Cuáles de ellos no nos acomodarían más? ¿Cómo sería su melodía? ¿Cómo sería su sabor? 

Vivimos en una sociedad que nos ha inculcado desde nuestra infancia a medir el éxito en base al cumplimiento de metas y a la obtención de reconocimiento en base a ellas, sesgando nuestra mirada hacia lo lineal e incorporándonos un ritmo similar a una carrera, que tiene como consecuencia la limitación de nuestra perspectiva.

Lo lineal se vuelve abrumador; el ritmo acelerado de la vida pareciera aumentar cada vez más su velocidad, cobrando protagonismo el hacer y quedando en un rol secundario el ser.

Atrevernos a explorar el ser, se vuelve un desafío y un terreno desconocido, que genera temor en muchas ocasiones. No nos enseñan a observar e indagar nuestro mundo interior como una herramienta de autoconocimiento, sino más bien a accionar cuando la señal de alarma del cuerpo nos pide evacuar.

Vivimos el presente, anhelando un futuro distinto; uno donde seamos libres y estemos bien, pero ¿A qué asociamos estos conceptos? La respuesta es subjetiva y representa el mundo individual de cada persona, incluyendo aquellas fragmentaciones de las que no nos gusta o nos es difícil hablar; un mundo individual que es impactado por un contexto social, el cual también es parte importante de la representación de nuestra historia de vida.

La danzaterapia nos da la posibilidad de acceder a nuestra historia y dar voz a muchos de aquellos fragmentos que están encapsulados en el cuerpo, deseando encontrar un nuevo cauce; o bien, a aquellos que, de manera racional, ya son parte del pasado.

En este sentido, la libertad de movimiento se vuelve una aliada importante para acceder de manera respetuosa a ellos: es el cuerpo quien irá trazando un mapa de ruta para acceder a su memoria. Esta memoria se expresa a través de movimientos, posturas y sensaciones, permitiéndonos recordar experiencias, emociones y sentimientos que, por años, habían estado reprimidos.

De manera paulatina vamos permitiendo al cuerpo, no sólo recordar estos eventos sino también activar y reconocer aquellos recursos que han sido parte importante dentro de nuestra historia y que hoy merecen tener otro lugar.

Reconciliarnos con nuestra historia, es permitirnos, a través el movimiento, darle voz, actuando éste como un puente para explorar nuestras vivencias. 

Las formas en que nos movemos son personales y se adaptan a las necesidades de cada persona, promoviendo, de esta manera, la autoexploración.

Acceder al diálogo en nuestro cuerpo, evoca recuerdos, sensaciones y emociones que buscan una nueva representación. Cada movimiento se transforma en una guía que nos permite otorgar a aquellas experiencias nuevos significados, a partir de la exploración de nuestra propia narrativa.

La danza, entonces, se transforma en una herramienta que permite narrar nuestra historia, otorgándole voz y significado, así como también nos otorga una mayor comprensión de ella, ampliando el mapa de rutas hacia nosotras mismas y devolviendo al cuerpo, de manera paulatina y amorosa, la capacidad de confiar y sentir seguridad: todo esto, reconfigurando nuestras narrativas internas, fortaleciendo nuestros recursos y dándonos la posibilidad de otorgarle al cuerpo, una nueva historia.