Por Daffne Padilla
IG @daffnek
Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya sé,
nunca tendría el valor de comenzarlo. Escribo precisamente porque
no sé qué pensar sobre un tema que atrae mi atención.
Al plantearlo así, el libro me transforma, cambia mis puntos de vista.
Como consecuencia, cada nuevo libro altera profundamente
los términos de los conceptos alcanzados en los trabajos anteriores. […]
Cuando escribo, lo hago, por sobre todas las cosas,
para cambiarme a mí mismo y no pensar lo mismo que antes.
MICHEL FOUCAULT[1]
¿Quién puede responder, hoy por hoy, a qué llamamos flamenco? O simplemente, ¿qué es Flamenco? ¿Quién puede decir, por imaginar un ejemplo, que al mismo momento de nacer el baile flamenco entre los andaluces, no estaba generando ya una discusión, de si era o no más puro el cante por seguiriya con baile que sin baile? ¿Qué nombramos, qué significamos, qué simbolizamos al referirnos al flamenco? ¿Y qué hay detrás? Lo que queda sin ser dicho del propio discurso, porque las palabras no clausuran el lenguaje ni alcanzan la totalidad de su definición ni de su función simbólica.
Me parece, entonces, que el baile se transforma en la manera en que lo flamenco habla de aquello que no puede decir una letra por soleá; habla con lenguaje simbólico del discurso prohibido del flamenco; de lo que sucede debajo -de lo oculto-, y deja entrever la grieta del propio sistema; y así se convierte en la ruptura, en lo que tensa la cuerda y, a la vez, en una verdad necesaria que transforma el baile con el aire que da vida a la voz flamenca.
Al tomar la línea del pensamiento del filósofo Nelson Goodman[2], quizás deberíamos empezar a plantear y suplir la pregunta “¿qué es flamenco?” por “¿cuándo hay flamenco?”. y así revisar el paradigma, los mitos, la historia, y comprender el presente: este tiempo de postflamenco, de evolución.
El baile flamenco, emancipado de todas las creencias étnicas regionalistas, se transforma, por lo tanto, en un lenguaje artístico capaz de conmover a cualquier espectador y a quien lo realiza.
Habría que empezar a pensar en la danza –o movimiento del cuerpo de un bailaor flamenco– desde una multiplicidad de formas e incluir una mirada objetiva desde la contemporaneidad. Un cuerpo que danza es visto más como una forma estética que como la herencia cultural de sus ancestros. Un espectador no necesita conocer el pasado de quien baila; le basta con verlo bailar.
Vivimos un tiempo que favorece el cruce de disciplinas, el intercambio artístico, la mezcla de lenguajes, y eso se refleja en la producción artística.
El recorrido propuesto por los diferentes actores que conformaron las corrientes artísticas de la danza mediante el vaivén entre vanguardia y tradición, experimentación y creación, deja en claro que, actualmente, la frontera sólo se encuentra en algunos relatos. Flamenco o no flamenco, ¿quién puede decir a ciencia cierta “hasta aquí es”, “desde aquí no lo es”? ¿Por qué no mejor pensar “esto también” puede ser flamenco?
Los bailaores de esta contemporaneidad seguirán provocando una ruptura dentro del lenguaje flamenco y creando una nueva cartografía del arte del movimiento: un mapa que une tradiciones y futuros al deslindarse de su pasado para intentar construir un nuevo paraje estético – cultural.
El espectador dejará de ser un simple voyeur para convertirse en un participante activo. Con ello, la tensión entre lo moderno y lo tradicional la resuelve un espectador emancipado de sus propios saberes sobre el discurso flamenco y sus creencias sobre lo gitano o lo no gitano, lo flamenco y lo no flamenco, y serlo o representarlo.
Tuve la oportunidad de asistir a un evento organizado por el Centro Nacional de las Artes, llamado Jornadas de Danza Española, en la Ciudad de México, cuyo objetivo era motivar a jóvenes preparatorianos a estudiar la Licenciatura en Danza. Entre los participantes, me impactó mucho uno (no recuerdo su nombre), pues hasta ahora coincido con su manera de pensar. Comentaba que no baila mejor quien más rápido se mueve, es decir, el que tiene más velocidad. No. La velocidad va acompañada de tiempos, de acentuaciones. Y si éstas se respetan y si en vez de pegar veinte golpes dan diez, pero caen con gusto, con musicalidad y caen en los acentos flamencos, éso es maravilloso.
Hay poco que decir sobre quienes consideran que lo puro tiene valor en sí mismo, como cuando Paco de Lucía (1947 – 2014) decía que mucha gente llama puro a lo viejo y lo viejo es, solamente, viejo. Explorar artísticamente cuando hay flamenco podría liberarnos de los juicios acerca de su pureza.
___________________________
[1] El yo minimalista y otras conversaciones, Buenos Aires, La Marca Editora, 2003, p. 9.
[2] Filósofo estadounidense que propone un cambio en la reflexión del arte y en la pregunta original de ¿qué es el arte? Por ¿cuándo hay arte?, en el libro Manera de hacer mundos, Madrid, Editorial Visor, 1990, pp. 87-102. Disponible en https://monoskop.org/images/I/If/Good-man_Nelson_Maneras_de_hacer_mundos.pdf