El siguiente texto ha sido realizado por Melina Glassman en el marco de las actividades propuestas por el Seminario de Periodismo de Danza, a cargo de Ana González Vañek.
Basado en una coreografía de Rodrigo Pederneiras -interpretada por Grupo Corpo-, el análisis comunicacional presenta la aplicación de los conceptos de figura-fondo que tanto el pensador francés Maurice Merleau Ponty -quien retoma los conceptos propuestos por la Psicología de la Gestalt-, como los primeros teóricos de la Psicología de la Forma proponen para dar cuenta, el primero, de la noción de Perceción, y los segundos, del funcionamiento del pensamiento abstracto en el arte.
Basado en una coreografía de Rodrigo Pederneiras -interpretada por Grupo Corpo-, el análisis comunicacional presenta la aplicación de los conceptos de figura-fondo que tanto el pensador francés Maurice Merleau Ponty -quien retoma los conceptos propuestos por la Psicología de la Gestalt-, como los primeros teóricos de la Psicología de la Forma proponen para dar cuenta, el primero, de la noción de Perceción, y los segundos, del funcionamiento del pensamiento abstracto en el arte.
Por Melina Glassman
Líneas rectas, curvas, figuras geométricas y movimientos asimétricos se dibujan a lo largo de la escenografía; vestuarios que con sus estampas y colores se amalgaman y acompañan a la música que va en ritmo creciente, dejándome entrar en un sinfín de emociones. Coloco una mano sobre mi ojo derecho y me concentro en la morfología del fondo, en ese fondo fijo pero que a su vez se mueve en mi interior, y empiezo a crear. Me imagino ese fondo plasmado en seres humanos; coloco un fondo cuadrado liso y lo transformo en un sinfín de movimientos. Me pregunto: ¿Cómo sería la coreografía que plasmara todo el contenido ubicado detrás? ¿Sería contrastante, o se amalgamaría formando un todo?
De repente, dejando mi mano en mi ojo derecho, cambio mi punto de visión y comienzo a concentrarme en la figura humana que irrumpe en el escenario. Comienzan siendo unas pocas (como en una primera visión de la escenografía) y de repente empiezan a multiplicarse. Los movimientos pasan de ser cortados y rectos a tener más fluidez. Noto una combinación de repetición y sincronismo constante, entradas y salidas, un canon eterno de pasos, y me hago la misma pregunta: ¿Cómo sería el fondo que adornara y acompañara esas figuras humanas?
En un instante aparece la respuesta en mi cabeza. Es ahí cuando dejo caer la mano que estaba sobre mi ojo y encuentro esa misma respuesta plasmada en el escenario. Ya no sé si estoy viendo el fondo o la figura principal. Me confunde y a su vez me genera una sensación de estar inmiscuida dentro de él, formando parte de esos trazos finos y gruesos, de esas pinceladas realizadas con los brazos. Comienzo a focalizar mi atención no sólo en los movimientos de los cuerpos individuales sino en el desplazamiento dentro de la escena, y noto que las personas también forman figuras, y que esos cuadrados, círculos y líneas curvas y rectas que se ven de fondo, aparecen dibujados con los pies de los bailarines.
Ahora pasan a ser 3 los protagonistas de la escena, quienes, como instrumentos individuales y a su vez como un todo, dibujan desplazamientos de un extremo al otro en líneas diagonales; se trasladan juntos hacia un mismo lado; de repente, cambian la dirección y crean otras formas; a través de giros y saltos se dirigen a formar un círculo, se desarman del grupo y luego vuelven a fundirse en uno solo.
Esa sensación de continuidad, de repetición, me permite descubrir más y más formas a medida que transcurren los minutos en escena y me cuentan una historia: una con final abierto; una que me da la posibilidad de formar parte de ella y de elegir mi propio final.
Y me concentro nuevamente en el vestuario, ese cuarto integrante que aparece en escena. Parece descascararse del fondo y cobrar vida propia. En las mujeres, con colores vivos pero lisos, y en los hombres, con estampas idénticas a la escenografía. Esa fusión de líneas y lisos que nuevamente me sugieren nuevas historias.
Y cuando pensaba que nada más iba a suceder, sucede: percibo que el ritmo de los movimientos otorgado por la música, presente desde el inicio, se entremezcla en el fluir de los cuerpos, con sus pausas, sus cambios de ritmo y la densidad con la que esos movimientos se efectúan. Ahora aparecen en escena todos realizando un mismo paso pero en tiempos diferentes, y de a poco comienzan a unirse terminando todos en un mismo movimiento y en un mismo ritmo. Es la música ese quinto protagonista que cobra vida y se integra para poder ofrecerme un espectáculo encantador.
Termino por descubrir que, ya sea con un ojo tapado, los dos o ninguno, puedo armar y desarmar cada uno de los innumerables componentes que aparecen en escena, dando cuenta de la importancia de lo individual dentro de un todo, porque cada uno de ellos tiene algo para ofrecerme, hablan por sí solos, individual y colectivamente. Porque en definitiva, cada detalle es, ahora, protagonista de la escena.
Líneas rectas, curvas, figuras geométricas y movimientos asimétricos se dibujan a lo largo de la escenografía; vestuarios que con sus estampas y colores se amalgaman y acompañan a la música que va en ritmo creciente, dejándome entrar en un sinfín de emociones. Coloco una mano sobre mi ojo derecho y me concentro en la morfología del fondo, en ese fondo fijo pero que a su vez se mueve en mi interior, y empiezo a crear. Me imagino ese fondo plasmado en seres humanos; coloco un fondo cuadrado liso y lo transformo en un sinfín de movimientos. Me pregunto: ¿Cómo sería la coreografía que plasmara todo el contenido ubicado detrás? ¿Sería contrastante, o se amalgamaría formando un todo?
De repente, dejando mi mano en mi ojo derecho, cambio mi punto de visión y comienzo a concentrarme en la figura humana que irrumpe en el escenario. Comienzan siendo unas pocas (como en una primera visión de la escenografía) y de repente empiezan a multiplicarse. Los movimientos pasan de ser cortados y rectos a tener más fluidez. Noto una combinación de repetición y sincronismo constante, entradas y salidas, un canon eterno de pasos, y me hago la misma pregunta: ¿Cómo sería el fondo que adornara y acompañara esas figuras humanas?
En un instante aparece la respuesta en mi cabeza. Es ahí cuando dejo caer la mano que estaba sobre mi ojo y encuentro esa misma respuesta plasmada en el escenario. Ya no sé si estoy viendo el fondo o la figura principal. Me confunde y a su vez me genera una sensación de estar inmiscuida dentro de él, formando parte de esos trazos finos y gruesos, de esas pinceladas realizadas con los brazos. Comienzo a focalizar mi atención no sólo en los movimientos de los cuerpos individuales sino en el desplazamiento dentro de la escena, y noto que las personas también forman figuras, y que esos cuadrados, círculos y líneas curvas y rectas que se ven de fondo, aparecen dibujados con los pies de los bailarines.
Ahora pasan a ser 3 los protagonistas de la escena, quienes, como instrumentos individuales y a su vez como un todo, dibujan desplazamientos de un extremo al otro en líneas diagonales; se trasladan juntos hacia un mismo lado; de repente, cambian la dirección y crean otras formas; a través de giros y saltos se dirigen a formar un círculo, se desarman del grupo y luego vuelven a fundirse en uno solo.
Esa sensación de continuidad, de repetición, me permite descubrir más y más formas a medida que transcurren los minutos en escena y me cuentan una historia: una con final abierto; una que me da la posibilidad de formar parte de ella y de elegir mi propio final.
Y me concentro nuevamente en el vestuario, ese cuarto integrante que aparece en escena. Parece descascararse del fondo y cobrar vida propia. En las mujeres, con colores vivos pero lisos, y en los hombres, con estampas idénticas a la escenografía. Esa fusión de líneas y lisos que nuevamente me sugieren nuevas historias.
Y cuando pensaba que nada más iba a suceder, sucede: percibo que el ritmo de los movimientos otorgado por la música, presente desde el inicio, se entremezcla en el fluir de los cuerpos, con sus pausas, sus cambios de ritmo y la densidad con la que esos movimientos se efectúan. Ahora aparecen en escena todos realizando un mismo paso pero en tiempos diferentes, y de a poco comienzan a unirse terminando todos en un mismo movimiento y en un mismo ritmo. Es la música ese quinto protagonista que cobra vida y se integra para poder ofrecerme un espectáculo encantador.
Termino por descubrir que, ya sea con un ojo tapado, los dos o ninguno, puedo armar y desarmar cada uno de los innumerables componentes que aparecen en escena, dando cuenta de la importancia de lo individual dentro de un todo, porque cada uno de ellos tiene algo para ofrecerme, hablan por sí solos, individual y colectivamente. Porque en definitiva, cada detalle es, ahora, protagonista de la escena.