Por Ana González Vañek
El reconocido coreógrafo de danza contemporánea Angelin Preljocaj debuta en la realización cinematográfica con una historia basada en la novela gráfica homónima de Bastien Vivés. Codirigida junto a su esposa, la realizadora Valérie Müller, Polina, danser sa vie muestra el proceso madurativo, tanto artístico como personal, de una joven bailarina clásica que aspira a ingresar al ballet Bolshoi.
El reconocido coreógrafo de danza contemporánea Angelin Preljocaj debuta en la realización cinematográfica con una historia basada en la novela gráfica homónima de Bastien Vivés. Codirigida junto a su esposa, la realizadora Valérie Müller, Polina, danser sa vie muestra el proceso madurativo, tanto artístico como personal, de una joven bailarina clásica que aspira a ingresar al ballet Bolshoi.
A través de un bello recorrido estético en imágenes cuya poesía acompaña a la perfección el inspirador lenguaje que presenta, Polina es una propuesta relativamente novedosa en la filmografía sobre danza. A diferencia de otras películas del género, el film se destaca por el tratamiento discursivo de la temática, mostrando con gran precisión los altibajos de una carrera que dista de ser lo que su apariencia ha cristalizado en el imaginario.
Habituados al criterio de la contemplación distante que ofrece la danza clásica y a los cánones de su belleza etérea, corremos el riesgo de olvidar las inmensas presiones y exigencias que caracterizan a esta disciplina en su entorno académico; presiones y exigencias que bien podrían ser fieles reflejos de un profundo entramado social.
Polina es una jóven rusa que incursiona en el mundo del ballet siendo muy pequeña. Su complejo entorno familiar será el contexto propicio para mostrarle el camino que habrá de seguir una vez que decida explorar su propio lenguaje del movimiento, gracias a la aparición en escena de diversos maestros con quienes ella, de una u otra manera, explícita o implícitamente, disentirá.
Habiendo ingresado al reconocido ballet Bolshoi, Polina conocerá a su novio con quien abandonará la compañía para viajar a Francia. Allí descubrirá la danza contemporánea de la mano de su maestra (Juliette Binoche), quien le mostrará las infinitas posibilidades creativas que surgen de ahondar en la propia subjetividad.
Pero ciertas tensiones comenzarán a manifestarse en lesiones físicas; quizás, como consecuencia de intentar danzar la subjetividad ajena. Será a partir de ese momento que comenzará la incursión introspectiva de Polina, quien encontrará en la improvisación los elementos que le permitirán crear su danza más sincera.
Habituados al criterio de la contemplación distante que ofrece la danza clásica y a los cánones de su belleza etérea, corremos el riesgo de olvidar las inmensas presiones y exigencias que caracterizan a esta disciplina en su entorno académico; presiones y exigencias que bien podrían ser fieles reflejos de un profundo entramado social.
Polina es una jóven rusa que incursiona en el mundo del ballet siendo muy pequeña. Su complejo entorno familiar será el contexto propicio para mostrarle el camino que habrá de seguir una vez que decida explorar su propio lenguaje del movimiento, gracias a la aparición en escena de diversos maestros con quienes ella, de una u otra manera, explícita o implícitamente, disentirá.
Habiendo ingresado al reconocido ballet Bolshoi, Polina conocerá a su novio con quien abandonará la compañía para viajar a Francia. Allí descubrirá la danza contemporánea de la mano de su maestra (Juliette Binoche), quien le mostrará las infinitas posibilidades creativas que surgen de ahondar en la propia subjetividad.
Pero ciertas tensiones comenzarán a manifestarse en lesiones físicas; quizás, como consecuencia de intentar danzar la subjetividad ajena. Será a partir de ese momento que comenzará la incursión introspectiva de Polina, quien encontrará en la improvisación los elementos que le permitirán crear su danza más sincera.
"Lo más profundo del hombre es su piel" Paul Valéry
La danza es una práctica social y en consecuencia es un acto de comunicación. Su naturaleza efímera le permite acceder a los registros emocionales y sensoriales del espectador de una manera efectivamente imperceptible. Esto es lo que sucede durante el hecho escénico. Pero ¿de qué manera percibimos la danza durante la puesta cinematográfica? El relato debe, indefectiblemente, adaptarse a un soporte que, a través de diversos recursos que le son propios, logre contar el lenguaje de la danza.
En este sentido, Polina se caracteriza por poner de manifiesto un espacio-tiempo acorde a la narración que propone, quebrando la lógica tradicional del discurso lineal con el fin de hacer accesible un lenguaje que, para muchos, continúa siendo un enigma. La sutileza del cuerpo como aspecto sensible que bordea la apertura de nuestra imaginación, aparece claramente en Polina. La piel, la mirada, el pelo, son elementos que la película destaca, poniendo en escena el imprescindible espacio-tiempo efímero donde la danza siempre acontece.
Las escenas filmadas en hermosos planos secuencias, a través de milimétricos planos detalle, confluyen junto con la elección musical en un bello relato poético que invita al espectador a sumergirse, junto con la protagonista, en su particular sensorialidad.
De todo esto se deduce la posible ambigüedad que la película presenta -quizás, de manera intencional-. Si la danza es una manifestación artística y además, un hecho social, Polina podría invitar, desde un discurso sobre el arte, a reflexionar sobre el origen de nuestra mirada sobre el mundo: ¿Por qué danzamos? ¿Para qué hacemos lo que hacemos? O mejor dicho ¿Para quién?
En este sentido, Polina se caracteriza por poner de manifiesto un espacio-tiempo acorde a la narración que propone, quebrando la lógica tradicional del discurso lineal con el fin de hacer accesible un lenguaje que, para muchos, continúa siendo un enigma. La sutileza del cuerpo como aspecto sensible que bordea la apertura de nuestra imaginación, aparece claramente en Polina. La piel, la mirada, el pelo, son elementos que la película destaca, poniendo en escena el imprescindible espacio-tiempo efímero donde la danza siempre acontece.
Las escenas filmadas en hermosos planos secuencias, a través de milimétricos planos detalle, confluyen junto con la elección musical en un bello relato poético que invita al espectador a sumergirse, junto con la protagonista, en su particular sensorialidad.
De todo esto se deduce la posible ambigüedad que la película presenta -quizás, de manera intencional-. Si la danza es una manifestación artística y además, un hecho social, Polina podría invitar, desde un discurso sobre el arte, a reflexionar sobre el origen de nuestra mirada sobre el mundo: ¿Por qué danzamos? ¿Para qué hacemos lo que hacemos? O mejor dicho ¿Para quién?
Polina, danser sa vie (France/2016). Dirección: Angelin Preljocaj y Valérie Müller. Guión: Valerie Müller, basado en la novela gráfica de Bastien Vivés. Elenco: Juliette Binoche, Niels Schneider, Miglen Mirtchev, Aleksey Guskov, Marie Kovacs, Nastya Shevtzoda. Fotografía: Georges Lechaptois. Edición: Fabrice Rouaud y Guillaume Saignol. Música: 79D. Duración: 108 minutos. Distribuidora: CDI Films. Apta para mayores de 13 años.