EL INSOMNIO DE LOS CUERPOS

Por Giselle Denise Bellini


Ph Annika Svenmarck


Otra vez no puedo dormir (como casi siempre). Otra vez, se me atragantó la palabra en el esternón que no baja a mis pies y en la cervical que ya no conecta mi cabeza con todo lo que se supone que es el resto de mí. Otra vez, te metiste en mis huecos. 

Necesito caminar, sentir mis plantas, el frío en mis pies.

Pies paralelos, mirada al frente como buscando-te. Espacio. Pecho al techo, ojos abiertos. Contengo el aire entre las costillas. Puntos suspensivos. Mis manos al costado del cuerpo me empiezan a pedir que respire. Te piden que me sueltes arañando el espacio. Me piden que me rinda a la necesidad que no me atrevo ni quiero reconocer. El aire sigue ahí. Puntos suspensivos. Mis hombros se sacuden, piden aire, piden sacarte. Yo persisto, no respiro, no suelto. Una lágrima aparece de la nada. Se me aflojan las rodillas, se me hinchan las venas. Mis manos, como garras, suplican cada vez más alto. La boca tiembla, mi garganta es un globo a punto de explotar. Silencio, crujir interno, tiempo detenido. La intensidad se me escapa, brota, encuentra espacio. Exploto. 

Punto y aparte. 

Me caigo hacia adelante como si me empujaras pero sigo de pie. Mi torso sobre mis muslos se rinde, mis brazos sucumben a la gravedad. Una coma, una pausa que respira. Salto abruptamente y empiezo a correr y corro corro corro corro corro corro corro corro sin comas sin pausas sin puntos seguidos sin puntos y comas sin puntos y aparte corro y sigo corriendo y me encuentro con la piel que deseo extirpar, arrancar de mi carne para encontrarte ¡¿En dónde es que estas?! Te sentía en mi esternón y en mis vértebras pero ya no estás ahí y sigo corriendo sin pausa y mis manos desesperadas recorren, indagan, buscan de dónde agarrarse para ver si encuentran la cascarita por donde te colaste esta vez sin que ni si quiera lo note. Te busco en mi espalda entre mis omóplatos. Ahí no estas, ahí no hay nada, sólo pasado. Corro, te busco entre mis clavículas. Hundo los dedos al derecho y al revés, escarbo, pero no te encuentro, sin embargo, cada vez hay más palabras. Corro te busco entre mis brazos con las uñas. Corro te busco entre mi cara entre mi pelo en mi cintura. Corro, un poco más lento, corro, troto. Me detengo.  

Punto y aparte. 

Caigo. Busco aire pero me encuentro con mi sudor. Busco aire, pero me encuentro con el agua viscosa y pesada de mis ojos, busco aire, pero se me nubló la vista. Busco aire y encuentro temblor. Busco aire, me ahogo. Busco aire, me pierdo. Busco aire… puntos suspensivos. Encuentro un átomo de oxígeno y me aferro a él como si fuese ésta la última vez en la que me permito a mi misma respirar. Entonces me descubro en este embrollo de piel y hueso y de palabra atorada en el tintero. Me muevo lento en el piso, buscando el mayor contacto posible con la totalidad de lo que supuestamente soy, sos y somos. Punto seguido. Me recorro con un poco mas de calma y me topo con el repentino placer en la piel y se me escapa una sonrisa. Recuerdo, me erizo, me acaricio, me celebro; punto y coma me encuentro, te encuentro. Estabas ahí, en un pliegue del ombligo. Te tomo entre mis dedos mientras me reincorporo empujándome lentamente con el brazo izquierdo sin dejar de mirarte intentando que te creas en quietud y a resguardo. Estas acá entre las yemas de mi pulgar y mi índice. Sos como un grano de sal que no se sabe tal, entonces endulza. Estas acá entre mis dedos y yo te miro y te pregunto quién sos y busco verte más de cerca avanzando sólo con mi rostro como si el pasado me tomara de la cintura y me tirara hacia atrás una vez más para no enfrentarte. Pero yo lucho y busco alcanzarte o abrazarte (ya no lo sé) con mi cabeza decidida y testaruda. Avanzo hacia mi mano que esta lejos e inmóvil empacada y firme buscando que te encuentre o que me rinda. ¿Quién sos? Y busco mas lejos, ¿Quién sos? E insisto, ¿Quién sos? Y aumenta la tensión ante la espera. ¡¿Quién sos?! Y aprieto las muelas y se tensa la piel de mi cuello y se me hunde el estómago porque el cuerpo tiembla y se contrae mientras mi cabeza quiere alcanzarte para que me respondas quién sos y por qué otra vez me sacudiste las entrañas sin permiso. ¿Por qué otra vez vas y venís como si este cuerpo fuese tuyo, pero en realidad es mío? ¿Quién sos? ¿Quién sos? ¿Quién sos? ¿Quién sos? 

¡¡¡ ¿QUIÉN SOS?!!! Y ya no aguanto, ya no llego, no puedo verte, no te alcanzo y salto sobre vos para atraparte con esa mano que termina de impulsarme del suelo y caigo y me golpeo.  

Te me escapaste. 

¿Quién soy? 

Punto y aparte. 

Me arrastro en el suelo en cuatro patas en un acto desesperado por reencontrarte. ¿Por qué te busqué, te encontré y te dejé ir? ¿Quién sos? ¿Quién soy? Y las preguntas se acumulan y vos no respondés a ninguna, porque no estas acá, porque te estoy escribiendo, pero no estás, no me leés, no tenés voz o me la olvidé, no tenés rostro o lo destruí y no tenes corazón o lo desmantelé. Punto y coma; y busco con mayor intensidad, miro para todos lados, ¡¿Dónde estás?! Y me sigo arrastrando y ya perdí la forma y entonces lloro intempestivamente de bronca o de tristeza o de lujuria. Lloro por tu pérdida, por la mía, porque no estás, porque no puedo hablarte, ¡Porque sólo entendías mi cuerpo por eso te hablo en movimiento! Pero no estás. Y entonces empiezo a golpear el suelo con mis manos hasta que se calientan, hasta que me arden, hasta que se vuelven rojas, hasta que se ponen moradas y grito. No hay pausa y grito y golpeo y me arrastro y lloro y tiemblo y agotada me arrodillo y me rindo. Puntos suspensivos. Me miro las manos, noto que laten. Lloro chiquito (casi que no me escucho ni yo misma). Me toco la cara lentamente como un ciego que conoce a alguien por primera vez. Me toco la cara.  La recorro con las yemas de mis dedos. Reconozco el líquido del sudor y la lágrima. Me toco las cejas, las pestañas, la nariz. Puntos suspensivos, cierro los ojos, tomo aire, lo suelto en 1…2…3… 4 tiempos. Dejo caer mis brazos, me inclino para rechazar el suelo y ponerme de pie. Me mareo. 

Punto y aparte.

Corro en línea recta. Me detengo. Punto seguido. Me clavo la mirada. Observo cómo es que estoy ahora que te dije y te digo con mi voz que estoy cansada, relajada, confundida, consiente, en calma otra vez, tensa, en blanco y negro y en colores. Me clavo la mirada y te miro y te digo y te respiro y mis brazos caen y mi esternón ahora también. Tomo aire. Puntos suspensivos. Lo retengo, me observo, me pregunto cómo estoy. 

Punto y aparte. 

No lo sé. Suelto el aire. 

¿Quién soy ahora que no estás? Una acumulación de todos los antes que no conociste y de todo este ahora que me creé. Siempre digo que soy al menos tres. Pero vos tenías que aparecer para moverme y desordenarme.

Punto final.