DANZA CON ESPÍRITUS

Por Marilina Graziola


Ph Fréd Boissonnas


De las cosas que he desechado en la vida, dos son los lugares a donde hoy vuelvo, honro y establezco como prioridades para darme una base de salud e integridad: la danza y la espiritualidad.

Hoy, a mis 47 años de vida, siempre inquieta, curiosa, buscando entenderme a mí, a las personas que me rodean y al mundo entero, elijo cada día bailar, escribir y practicar algo de lo que reconozco como espiritualidad.

No ha sido un camino recto sino más bien un laberinto en el que me he perdido y alejado del centro más de una vez.

Así que aquí estoy, compartiendo con quien se interese, para aclarar ese mapa y aprender a recorrer el laberinto hasta con los ojos cerrados.


De los prejuicios en la danza (primera vez que me perdí en el laberinto)

Dicen que los ojos son la ventana del alma y desde la neurociencia los ojos nos conectan con nuestros esquemas mentales y con nuestras creencias. Vemos lo que podemos o vemos lo que estamos preparados para ver.

Así, entonces observo los avatares del vínculo con la danza, a la que si bien me acerqué de niña -junto con la espiritualidad, desde que nací- los prejuicios han recortado qué podía tomar en ese momento de dichas experiencias.

Mi vínculo con la danza es como todo vínculo en mi vida: amor y odio, entrega y desconfianza, encuentro y desencuentro, placer y dolor.

¡Si hubiera sabido que todo está unido y que esas polaridades son tensiones con las que hay que jugar!

Todavía recuerdo la sensación de mirar un ballet por televisión, o una película de Ginger y Fred, y mi cuerpo de niña bailando con todos los poros en mi espíritu extasiado.

Pero en mi familia eso era sólo para ver desde afuera -¡cuánto talento!- y ya, como otras cosas que tienen otros y no te pertenecen: ser más ricos para que todo esté servido, viajar por el mundo, navegar, ser amado y elegido, caminar sin prisa y sentirse elegante. Lo permitido y conocido es estudiar, trabajar, usar la mente racional, confiar en la ciencia. Todo afuera nuevamente. 

Jugar, contar historias inventadas, armar escenarios para desplegar la imaginacion y las vidas de esos muñecos eran cosas de niños, cosas de poca estatura, cosas que hay que dejar u ocultar, cosas con las que te entretienes y estás en "tu mundo”.

Raro. Así que construí un afuera que es crecer, cumplir, mostrar, hacer con otros y un adentro culposo y raro. En las sensaciones, estar afuera se fue convirtiendo en incómodo, falso y ajeno; y estar sola para adentro, en calma y tranquila, un bálsamo, una película llena de imágenes, sensaciones y música. Adentro, el corazón expandido, cálido, un sol. Afuera, el corazón comprimido, mudo, una pasa de uva. Lo espiritual en la misma categoría. Afuera, una religión, una mentira para dominarte; adentro, cosas de locos y chantas; delirios.

Aún con ese panorama, mis ilusiones me impulsaron a ser insistente. Fui a danza clásica y allí entrené y me emocioné en la barra. Pasé a la academia del centro, la mejor. El piso de madera, la música de un piano, todo y todas impecables. Me emocioné más en la barra, en el entrenamiento con mis primeras puntas, con el devapuré, el yeté y todas las órdenes francesas, como yo las escuchaba y practicaba en casa. 

El olor de las medias, la malla y las punteras persiste en mi memoria. También sumé clases de contemporáneo y era apasionante, soltar lo que antes manteníamos rígido, desestructurar. Pasaron años en la libreta de calificaciones hasta que en un giro, intentando suspenderme en el aire, me esguincé al aterrizar.

Y conocí el dolor de dejar lo que uno ama porque no sos buena para eso: ¿valdrá la pena? Aquí en la escritura puedo hacer una pausa, rebobinar y preguntar en dónde quedó la espiritualidad… y allí la veo, enredada en mis prejuicios, exiliada del cuerpo, censurada, aturdida por una mente oscilante entre alentar y desaprobar. Años mas tarde, leyendo el libro “El camino del artista” de Julia Cameron, la espiritualidad volvió a vibrar en mis venas, en mis células... ¿cuándo me perdí? y cuánto me demoré en esos caminos, lejos de mi centro. Y cuántas veces me sigo perdiendo…


De los prejuicios en la espiritualidad (segunda vez que me perdí en el laberinto)

Exiliada de la danza, buscando bajar la ansiedad, buscando ser como los que avanzan en la vida, pasé al deporte, al estudio, a elegir una carrera. No rotundo a todo lo artístico o de poca estatura. Sí a la ciencia o lo más parecido que se pudiera: apareció Psicología. Si no podía conmigo, ayudaría a otros a que no les pase lo que me pasaba a mí. 

Para sobrevivir esos años, cumplía con el estudio medio día y el resto iba a recitales, cine y un taller literario. Danza no porque me dolía ver. 

El taller fue un salvavidas. La docente nos alentó a unir nuestros escritos, a encontrar nuestra propia voz en nuestra historia, y ahí surgió el nexo con mi abuelo paterno, la insatisfacción como enfermedad y volver al tango. En mi familia, escuchar a Piazzolla era de buen gusto e inteligente. Pero meterse en el tango y apasionarse, era peligroso, un suburbio de malvivientes. Y creo que ahí, el espíritu como una ola me fue empujando a unir la danza del tango,con estudiar y rescatar lo prohibido por peligroso.

Mientras tanto la ciencia reforzaba que estudiar, recibirse y buscar trabajo era lo primero, y luego la familia y luego los hijos, y lejos iba quedando el placer, el corazón, el danzar, el tango, el adentro, el espíritu vital.

Años más tarde volvieron a unirse esos caminos deshilachados: divorciada por primera vez volví a la milonga y al entrar al salón, mis ojos se abrieron otra vez: pupilas dilatadas al ver esos cuerpos abrazados, danzando, sentí que se reían con los pies entrando en un gancho, saliendo, un rebote y la improvisación ¡Pura vida!

Ahora, a mis 47 años, dije que soy persistente y aquí estoy, integrando la profesion, la danza y el tango al escribir con la espiritualidad. Todos los días son espirituales al igual que todo lo que hago: moverme, bostezar, despertar a mis hijos, trasladarme, atender en el consultorio, usar el celular, mirar un colibrí.

Quisiera, en mis próximos escritos, compartir la conexión orgánica entre la mano y el corazón, los pies y el piso, el tango y la espiritualidad; y en otros, la danza contemporánea, el release, la columna con el centro distal y la respiración.

Ojalá estés ahí, de espíritu a espíritu, para seguir conmovidos en este apasionante vivir terrenal.