Por Pía González Maldonado
A veces se nublan las ideas, me pierdo. Hay días en que la angustia me invade y con ella llega la frustración, la ansiedad, y ¿por qué no decirlo? ¡el autoboicot!
El ritmo de la vida de repente consume, y es fácil distraerse en el camino. Soy humana, o más bien estoy aprendiendo a serlo.
Cuerpo. El transporte de mi alma, aquí en la tierra. El espacio donde circula la energía y también se estanca cuando no gestiono mis emociones. Todo es energía: emociones, palabras, pensamientos.
Cuando me visita la angustia, hay una emoción estancada: aquella que no permite el flujo energético, provocando una incomodidad en mí. Gracias a las incomodidades he comprendido la tremenda magia de la danza.
Me permito vivir este momento. Me permito sentir y siento éso que mi cuerpo quiere expresar. Y me pierdo en el movimiento sintiendo, tan sólo sintiendo. Entonces recuerdo la memoria que hay en el cuerpo. No es la primera vez que paso por esto y el cuerpo, a través de la danza, recuerda: va reconociendo el sentir, comprendiendo de dónde viene, le da una forma para expresar, vaciar, transformar y dar espacio a lo nuevo para crear. Danzar es pura medicina.
Danzando la vida, mi mente pasa a segundo plano y la verdad es que para una mente torturada por la ansiedad ¡esto es un regalo! Siempre le puse harta mente a todo, y entregarle el mando a mi cuerpo para que dirija los movimientos, dejando atrás lo que mi mente me podría decir en ese instante... es, definitivamente, un acto de amor.
Para el movimiento no existen límites (sólo los que viven en mi cabeza). De hecho, cabe recordar que todo se mueve, todo está en constante movimiento. Sé que el permitir entregarme a esta instancia íntima de mi ser, transforma mi sentir. Es un momento sagrado.
En compañía de Lightning Son, Anathema y una Luna llena en Leo, mi cuerpo se sacude con cada movimiento; conecto con el aquí y ahora, y con esa incomodidad que me trajo a esta instancia. No hay mente pues ella se pierde en el movimiento para conectarse con el todo.
La conexión que surge con la emoción a medida que el cuerpo conecta con el movimiento, es incomparable; siempre se expresa de manera distinta; es, literalmente, un sacar afuera todo eso que estanca. Es reconocerlo y abrazarlo para expandirse en una danza que fluye de forma innata.
A medida que mi mente se silencia, voy disfrutando este movimiento que me lleva y conectando con este instante; me pierdo en él siendo parte de lo que se mueve dentro de mí. Mi cuerpo físico danza pero también danza mi sentir, esa emoción que me atormentaba y que no me permitía seguir.
Me traigo a tierra y observo qué fue lo que cambió dentro de mí. Danzar me trae de vuelta al presente.
Tomo contacto con mi cuerpo. Se mueve cada una de las células que me habitan, se renueva el oxígeno de cada partícula de mi ser. Movilizo mi energía y me conecto con una fuente superior, lo que me permite llegar a la claridad y ver todo desde otro escenario para accionar de manera distinta.
Mi consciencia evoluciona, es más amplia, lo que me permite dar la oportunidad a todo eso que por una u otra razón, me negué.
La danza transforma, me lleva a viajar a donde la imaginación nunca se atrevió a llegar. La creatividad aflora. Mi fuego se enciende y es capaz de movilizar eso que estanca. El fuego conecta con mi corazón. Mis aguas fluyen como el caudal del río
Danzar me permite volver a mí, sacudirme de todo lo que ya no es parte de mí, me rescata y recuerda que la ansiedad es una respuesta de mi ser que está clamando por una pausa.
Es tan fácil perderse, pero aquí me traigo de vuelta, más sonriente y consciente, abriéndome a nuevas posibilidades, enfrentando aquello que la vida tiene para mí, llena de esperanzas y recordando siempre que esto también pasará.