CAFÉ MÜLLER. UN PIE EN LA VIDA Y EN LA MUERTE

Por Ileana Noguera


Fotografía - ©Heloísa Bortz


Gracias al taller PINA BAUSCH. Cuerpo y Emociones que me permitió conocer acerca de la historia de Pina Bausch, me encuentro marcadamente interpelada por la manera de implicarse la danza, el cuerpo y la psicomotricidad. 

Me interesaría comenzar indicando que, así como lo plantea Henri Wallon (creador de la psicomotricidad, tarea que desempeño en el ámbito profesional), somos seres sociales por naturaleza ya que necesitamos del otro para sobrevivir, y será la emoción el elemento capaz de posibilitarlo. 

Café Müller, de Pina Bausch, me conduce a pensar en la concepción de la danza como el acto a través del cual fluye el despliegue de sensaciones, vivencias, sentimientos, estilo e historia de las personas, así como también la creación de movimientos que se propagan en la sociedad, productores de sentido en el mismo acto expresivo. Vivencia conmovedora y de transformación que inspira y se expande, dentro y fuera de cada cuerpo.

En este sentido, se desprendieron numerosos elementos que han cautivado mi atención y han conmovido ciertas emociones marcadamente profundas.

Principalmente, al inicio, esos cuerpos en estado de sonambulismo me reflejaban algo ligado a lo espectral: un pie en la vida y en la muerte, un estado intermedio. Un espacio entre el querer despertar y el querer seguir durmiendo para continuar con el trazado de un trayecto entredormido, torpe, accidental, soñado, negado.

A su vez, la presencia de esos objetos que, al observarlos sin los contextos de uso se vuelven materia inanimada, dificultan el trayecto pero al mismo tiempo son continentes de eso que se intenta desbordar de los cuerpos. Aquello espectral que, en este sentido, representaría el conjunto histórico de fantasmas, dolores y penumbras de esos cuerpos que han sido domados, disciplinados, extrañados, aislados, extinguidos, marginados, tal como se ha vivenciado en la etapa de posguerra.

Cabe destacar la escena de la reproducción de la mujer con apariencia de fallecida sobre los brazos del bailarín, que se desliza sobre sus manos hasta caer en el suelo y levantarse estrepitosamente para con-fundirse en el abrazo con el mismo. Luego, la introducción del hombre de traje quien realiza contactos precisos sobre ellos para indicarles la figura a formar. Esta repetición incansable con aumento de velocidad mientras que paulatinamente avanza la obra, me ha generado una marcada intensidad emocional al momento de observarla.

Asimismo, se visibiliza la emoción tras repetir un esquema de acción. Danzar un esquema de intercambio y una repetición que da lugar a la diferencia y la alteridad: no es reiteración que nos devuelve una fijeza sino que son una fenomenología de gestos concatenados que arman ritmos y la aparición de “lo otro”, nuevo y distinto.

Finalmente, se observa cómo los bailarines continúan con la secuencia de movimientos como algo instituido: se instala desde el orden socio-cultural una forma, se reproduce, se vuelve incuestionable: se actúa. Pienso, cuántas veces han direccionado con hilos invisibles las acciones de las personas, modeladas por el medio político y sociocultural; y en este caso, una destacable obra de arte como Café Muller nos permite adentrarnos en una profunda experiencia de conmoción y posterior reflexión sobre nuestro ser en sociedad, nuestro ser sintiente, con otros, sensibles y ávidos por crear y transformar.


Este ensayo fue escrito en el marco de las actividades propuestas por el Taller Online 

PINA BAUSCH. Cuerpo y Emociones