Por Laly Alejandra Balcazar Arevalo
lalywood.india@live.fr
IG @lalybalcazar
Caminaba por la vida, en búsqueda de algo, sin saber exactamente qué. Claramente, el arte era aquello que me procuraba satisfacción, interés y conocimiento. Convencida de estar en el camino adecuado, siendo estudiante de artes plásticas le apostaba a mi creatividad y la posibilidad de expresarme a través de ella.
Y de pronto, un día, la vida te sorprende. Cuando naces en un lugar donde bailar hace parte de la cotidianeidad, no imaginas que ése puede ser un camino, pero el destino y la divinidad están allí, siempre atentos a guiarnos para que, a través del camino escogido, podamos tener la evolución de nuestra alma. Estoy firmemente convencida de que a eso vinimos: a irnos mejor de lo que llegamos; a crecer y aprender con el recorrido que hacemos en esta vida.
El encuentro con la danza fue ver claramente que ése era el camino que me permitiría avanzar, trabajar en mi y transformar mi ser. Los primeros encuentros son siempre satisfactorios. Ese momento donde estás descubriendo todo es fascinante y nuevo, pero la realidad inicia cuando la danza te permite ver quién eres realmente; cuando te pone frente a las dificultades, a la capacidad de aceptación de ser o no, capaz de lograrlo. Y una vez que lo logras y que te demuestras a ti misma que sí puedes, una vez que descubres que la disciplina es necesaria para crecer y llegar a tus objetivos, y que la persistencia es una base sólida que se convertirá en tu mejor aliada para avanzar, se te muestra el ego: ése que muchos decimos no tener pero que, inevitablemente, hace parte de nuestra naturaleza humana. Orgullosos de lograr los objetivos que parecían tan imposibles tiempos atrás, das espacio al ego que es alimentado por el entorno y el público, producido por la satisfacción de sentirte admirado por tus esfuerzos.
Una vez más, la divinidad, a través de la vida, hace lo suyo para aterrizarte y permitirte ver que aún no tienes nada, que lo único que has hecho es entender que se necesita entrega para lograr lo que se desea.
Allí inicia el viaje al interior, despertando la consciencia de para qué realmente has decidido danzar. ¿Danzar para ser admirada? ¿Danzar para tener la mejor técnica? ¿Danzar para ser reconocida y ser la más entrevistada o la que más likes puede obtener? Hoy, después del camino recorrido, puedo decir que yo danzo para vivir. La danza me dio el regalo de reconocerme a mí misma, de conectar con mi cuerpo para llegar a mi ser interno. Me permitió ver aquellos rasgos de mi personalidad que me generaban bloqueos, me enseñó a ser tolerante y amorosa conmigo misma, a través de la comprensión de mis procesos. La práctica de la danza me permite entender que todo está en mí y en lo que yo tengo para dar como persona, me ayuda a sanar y a creer en mis propias capacidades, me conecta con la divinidad que habita en mí y está presente en cada cosa que sucede, me hace soñar y me da la fuerza que necesito para lograr esos sueños.
La danza me da la oportunidad de estar presente en el primer territorio que habito, que es mi cuerpo. La danza me acerca a los demás, se convierte en el vehículo para navegar en otros universos a través del movimiento. Hace que me sienta viva y libre, porque enfrentar las dificultades genera menos miedo, porque sabes que cuando te entregas, tarde o temprano, la recompensa llega.
La danza se convirtió en mi posibilidad de brindarme sin medida, dar sin esperar, sólo con el deseo de aportar a quien pueda conectar con este viaje que cada vez se hace más profundo y trae sus sorpresas a cada paso. La danza es el pincel con el cual la vida ha ido puliendo mi ser y se convirtió en el pincel con el cual puedo ayudar a pulir a todos aquellos que conecten con mi arte, y mi manera de vivirlo.