Por Lucero Dávila
IG @lucerodavilaarte
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Todos sabemos que, al pasar el tiempo, nuestras posibilidades de logros en las diferentes áreas de nuestras vidas van disminuyendo. La ciencia y la experiencia de la vida misma nos han dejado en claro que el tiempo pasa por todos nosotros, dejando su huella sin ninguna excepción.
Es cierto que existen límites y también obstáculos: determinadas circunstancias o condiciones de cualquier índole que nos imposibilitan alcanzar una meta, un sueño o anhelo; pero ¿qué ocurre cuando hacemos de estas condiciones, precisamente, nuestro impulso para empezar a vencerlas?
En el año 2017 llevé a cabo un seminario de Neurociencia y Arte, donde tratamos sobre el impacto que tiene el arte en las personas de la tercera edad. Entonces, con base científica, presenté un proyecto —“Taller de movimiento creativo para adultos mayores”—, que incluía danza en una municipalidad distrital de mi ciudad. Posteriormente, logré abrir talleres y dictar clases de manera particular. En mis talleres empecé a reunir a personas de diferentes grupos etarios, siendo consciente, por supuesto, de las limitaciones y posibilidades de cada edad. Pero para concretar el objetivo que tuve al colocar el título de este texto, hablaré de mis adultos mayores.
Como sociedad, es poco lo que hacemos para agradecer a nuestros adultos mayores, cuya experiencia de vida es equivalente a una enciclopedia, además del hecho mencionado al iniciar este escrito: el saber que, al pasar el tiempo, nuestras posibilidades para alcanzar ciertas meta disminuyen. Mientras camina el reloj, nuestros cuerpos cambian, nuestras fuerzas se repliegan, y hace lo propio nuestra velocidad. Entonces, ¿sería justo detenernos y conformarnos con mirar hacia atrás y sólo suspirar al recordar nuestras victorias pasadas? La respuesta es NO. Cada taller que abrí, cada adulto mayor a quien enseñé, me demostró que no tenía que ser así.
En mis talleres iniciábamos con lo simple; luego, era imperativo aumentar la dificultad, alcanzar el in crescendo, no conformarnos con lo que resultara sencillo Es cierto que había que hacer modificaciones en los pasos de danza para que mis adultos mayores los pudieran lograr; y es precisamente aquí donde voy a resaltar el verbo "lograr". Ellos lo lograban. Había que calentar previamente, acondicionar el cuerpo, hacer muchas repeticiones de un mismo ejercicio hasta que el ejercicio quedara hecho y bien hecho; tomaba su tiempo, es totalmente cierto; pero es cierto también que lo hacían posible.
Trabajaba en sus mentes para que olvidaran las limitaciones que colocamos en nuestras cabezas cuando estamos frente a un reto. Para ellos, el gran reto era olvidar el paso del tiempo sobre sus cuerpos, y que este transcurrir del tiempo les impidiera lograr el objetivo del taller: ponerse en movimiento. Algunos alumnos tenían problemas en la columna; otros habían sufrido cirugías mayores, dolorosas y largas recuperaciones; otros pasaban por problemas personales realmente críticos y esto los hacía dudar. Pero aprendí que podíamos convertir todo lo sufrido en un impulso; les pedía que se enfocaran, justamente, en aquello que les causaba dolor o miedo y que cada vez que terminaban un ejercicio, cada vez que lograban completar una rutina, pensaran que estaban venciendo todo lo que les causaba sufrimiento.
Vivía repitiéndoles el mantra: “da oportunidad a la posibilidad, piensa en el movimiento, baila, respira y deja que tu cuerpo haga el resto”, y así ocurría. Les decía que era como pintar un cuadro que ya estaba enmarcado: el marco era la limitación de la huella del tiempo sobre ellos, pero dentro de ese marco podían pintar lo que quisieran. Sí, había un marco; sí, había un límite; sí, existía el obstáculo del paso del tiempo, el obstáculo de las enfermedades padecidas y de aquello que los cubría de pesar en ese momento; pero mientras estaban bailando, mientras lograban moverse de formas que ellos mismos pensaron no poder, lograban pintar dentro de los límites de sus posibilidades como lo hace un pintor frente a un cuadro ya enmarcado porque aprendieron a creer que podían.
Unían sus mentes con sus cuerpos y bailaban porque se daban la oportunidad de creer que podían.
Con ellos aprendí que las limitaciones son otra puerta a las posibilidades, si así lo queremos. Aprendí que el tiempo deja una huella imborrable en todos nosotros, que va marcando nuestra piel y miembros, que va restando calidad a nuestro movimiento y andar; pero que también nos abre a nuevas experiencias: nos reta para hacer las cosas de manera diferente y volverlas posibles bajo esta nueva forma.
Aquí menciono dos palabras con mucha frecuencia: límites y posibilidades. La primera, es un concepto perenne en todos nosotros con mucha más fuerza que la segunda. Por ello decidí hablar sobre mis alumnos de la tercera edad, a quienes recuerdo con mucho cariño y admiración, para que al leer este artículo sepas del gran margen de posibilidades que tienes, incluso dentro de tus limitaciones: ser consciente de estas últimas te puede llevar a crear universos dentro del marco sobre el cual estás pintando, encontrar en este nuevo espacio alternativas que te ayuden a avanzar con tu vida en la dirección que deseas.
La vida está llena de obstáculos y de eso se trata, de pararse frente a la tormenta y decirle: “¿quieres que me mueva? Mejor muévete tú, sopla más fuerte porque aquí estaré”. Para mis alumnos, esa tormenta fue el paso del tiempo y las señales que dejó; para ti, podría ser cualquier otra cosa. Ellos encontraron en la danza y en sus propios cuerpos una nueva forma de vencer sus obstáculos. De la misma manera, tú deberás encontrar dónde puedes expandir todas tus posibilidades y de qué forma hacerlo.
Agradezco a mis bellos alumnos adultos mayores por mostrarme un hermoso marco de posibilidades. Agradezco también a todos mis alumnos de diferentes edades, por ser parte de mi experiencia de vida y por dejar en mí tantas huellas constructivas.
En mi artículo previo escribía sobre mis hermosos escultores, y siendo que las artes plásticas han impactado tan bellamente sobre mí, esta vez quise dedicar una narración a mis pintores. Sé que los veré crecer, más allá de sus marcos.