Por Pamela Guzzo De Sanzzi
pamelaguzzo@gmail.com
IG @integracion_consciente
“No hay nada permanente, excepto el cambio”
Heráclito de Éfeso
Los antiguos taoístas se dedicaron a la observación detenida de la naturaleza. Una de las leyes universales que notaron fue la del cambio continuo que experimenta todo lo que es y existe. No fueron los únicos que registraron esta realidad. Muchos otros subrayaron este hecho obvio pero que, dada la sutilidad y la persistencia con la que se presenta, se nos suele escurrir y pasar por alto si no hay algo que venga a recordárnoslo.
A cada momento, asistimos a una metamorfosis de quiénes somos, y esa realidad va cambiando nuestra percepción interna, la forma en que habitamos el mundo pero también la manera en la que nos hacemos presentes.
En general nos perdemos en lo cotidiano sin tomar demasiada consciencia de este hecho implacable, unido intrínsecamente al paso del tiempo y la decadencia que lo acompaña. Entendemos decadencia en el sentido que le da la filosofía taoísta; es decir, decadencia como declive mas no decrepitud o ruina de la cosa. Y va en la misma línea de pensamiento de la gran Martha Graham cuando sostiene: “El cambio es lo único constante. Es crecimiento, renacimiento continuo.”
Ahora bien, si el paso del tiempo y las transformaciones que esto conlleva son ineludibles, no siempre es posible aceptar estos cambios sin una crisis. Las crisis a veces se presentan cuando la mente/espíritu no puede seguirle el ritmo al cuerpo en esa mutación obstinada que modula nuestros días. El cuerpo evoluciona orgánicamente, pero la mente puede quedar atrapada en comparaciones o en lo que debería ser y puede resistirse a hacer el salto hacia la realidad física del momento.
Cabe preguntarse si la danza puede ser ese espacio de comunión donde, a través de la expresión en el plano físico, la mente, el espíritu y el cuerpo van dialogando y comprendiéndose mutuamente para lograr una unidad que dé cuenta de las decadencias, apogeos y renacimientos constantes que nos atraviesan.
A medida que envejecemos, forzosamente, el cuerpo se transforma. Poco a poco, nos vamos despojando de las capas físicas más densas para que la sabiduría de la conexión espiritual se haga más presente. En la vejez somos más espíritu que cuerpo.
Según la cosmovisión taoísta, es el elemento Metal, asociado a la última etapa de la vida, el que nos enseña cualidades como el despojo, fortaleza en la autoestima, el coraje de duelar. Cualidades que nos preparan para soltar el peso del cuerpo. A medida que pasa el tiempo, el danzar puede convertirse en ese ámbito de expresión de la propia evolución espiritual que vamos desarrollando, ineludiblemente.
El cuerpo sigue siendo el sostén pero es el espíritu el que va ganando más espacio. En este sentido, pareciera que, quien sigue bailando en el otoño de la vida, cultiva una excepcional hondura y un organismo que se expresa desde una sabiduría exquisita donde el cuerpo es sutil y refinado en sus movimientos, y es la fortaleza del halo espiritual la que le imprime un pulso vivaz y sublime al gesto danzado.
A medida que nos acercamos a la muerte, el ser humano se despoja de las capas no esenciales, las que tapan el núcleo pulsante y, poco a poco, empieza a aparecer lo primordial. Es el recorrido de toda una vida la que permite que la impermanencia sea, como subraya Martha Graham, un renacimiento. Es lo que abre el camino para que, desde el centro, se produzca, al fin, el surgimiento de esa gema pulida que brilla en el interior de cada persona, hija de la inspiración divina, para que resplandezca e ilumine el devenir en comunidad. Honrar el paso del tiempo es una cuestión comunitaria, grupal y tribal.
Danzar es ritualizar el paso del tiempo y la vejez, contemplar la metamorfosis infinita de las formas y dejarnos asombrar por la poderosa manifestación vital del aplomo espiritual en la ingravidez de un cuerpo libre y que ha sabido vivir.
Referencias
Blair, Norman. Brightening our inner skies: yin and yoga. Mic Mac Margins (2017)
Su Wen, Segunda parte. Ed Dilema (2003)
Tolja, Jader y Puig, Tere. Ser cuerpo. Ed. Del nuevo extremo (2021)