VOLVER AL CUERPO, VOLVER A MÍ

Por Patricia Rojas Pérez

darlevozalcuerpo@gmail.com

IG @darlevozalcuerpo



Fotografía - Fuente Pinterest


Si cerramos nuestros ojos y pensamos en nuestras versiones de pequeñas, toda nuestra espontaneidad y libertad de movimiento se encuentran moldeadas por creencias limitantes en torno al ser femenino: “debemos ser buenas, comportarnos como señoritas y tener un cuerpo socialmente aceptado”, viéndose nuestro actuar reprimido. De esta manera, nuestra capacidad energética disminuye y se amolda a lo esperado, teniendo repercusión en nuestro cuerpo, donde se va acorazando para encajar en este modelo.


¿Qué pasa con nosotras entonces? Nos empezamos a negar: negamos nuestras necesidades y deseos, cerrando nuestro caudal energético, creciendo sin consciencia corporal; nos vamos alejando de nuestra verdadera esencia para encajar en un molde lleno de expectativas. Empezamos a generar una relación con el cuerpo reflejada en la relación que tenemos con nosotras mismas, nos amoldamos a estereotipos de belleza que hacen que presentemos conflictos constantes por no poder cumplir con ellos, viéndose reflejados en nuestros procesos emocionales.


Toda nuestra emocionalidad en torno a la carga que esto genera, queda acorazada en nuestro cuerpo en forma de miedo, dolor, culpa, vergüenza, lo que se manifiesta en sintomatologías que reflejan la desconexión con nosotras mismas, volviéndose nuestro cuerpo un lugar difícil de habitar.

La internalización de estas ideologías nos lleva a evidenciar nuestros cuerpos como un enemigo, como un objeto que hay que controlar, adormecer y arreglar para que encaje en un sistema productivo que nos lleva a invisibilizar nuestro poder, fertilidad y creatividad.


Reconocer la voz del cuerpo nos permite ir rompiendo los pactos patriarcales que alguna vez el mismo, asumió como verdades. Nos permite darle voz al síntoma para ir descubriendo y observando su coraza, y así acceder a su mensaje que nos muestra que todas las veces que manifestó su dolor, buscaba protegernos.


Y aquí la danza se vuelve una aliada clave en el proceso. A través de ella logré que mi cuerpo me relatara su dolor, me contara su historia, me mostrara su verdad. La libertad y espontaneidad del movimiento me permitió darle voz a ese dolor que por años estuvo acorazado y encapsulado en mí, buscando una vía de escape a través de síntomas y enfermedades.


La danza me permitió volver a confiar en mi cuerpo, y aquí no hablo de romantizar la relación con el mismo, sino de permitirle la incomodidad para observar dónde se manifiesta, aceptarla, sentirla y comprenderla, para poder transformarla y darle una nueva dirección.


Me permito darle voz al cuerpo, que relate su dolor, que me cuente su historia mientras voy encontrando el movimiento y el ritmo que me acompaña a expresarla. En la danza soy yo sin etiquetas, es el momento donde me siento con mayor libertad, pues nadie más que yo conoce mi proceso; dejo que mi cuerpo me guíe para encontrar una nueva salida e integrar una nueva verdad.


La danza me nutre, me permite ser mi refugio, me permite volver a mí, me conecta con la libertad de ser, me guía y me permite encontrar las respuestas para avanzar.


El cuerpo nunca miente: en él está toda nuestra historia. Darle voz es permitirnos canalizar los mensajes que nos trae para observar, sentir e integrar esos dolores, sensaciones, emociones y creencias, permitiéndonos, a través de la escucha y reconocimiento, resignificar nuestra historia y volver a confiar en su sabiduría. Volver a confiar en él, es volver a reconocerlo como un lugar seguro donde podemos encontrarnos con nosotras mismas.


“No era que el cuerpo no me respondía sino que me estaba mostrando algo”