Por Patricia Rojas Pérez
darlevozalcuerpo@gmail.com
IG @darlevozalcuerpo
Vivimos en una sociedad donde el sentir no está permitido; al menos, no el que tiene que ver con emociones que nos sacan de nuestro eje. La tristeza, el miedo, el enojo, no son bien vistos, porque cuando conectamos con ellos, dificultan nuestra productividad y funcionamiento. La fuerza es vista como señal de empoderamiento, siempre y cuando sea invisibilizando el sentir y encapsulándolo en el cuerpo. Poco se habla de nuestra vulnerabilidad, como si siempre tuviera que estar oculta, en secreto, para que no se note lo que nos sucede y que el huracán interno pase lo más desapercibido posible.
Nos han reprimido tanto que nos cuesta visibilizar la necesidad que hay detrás de aquello que nos está pasando, privándonos de sentir. Las etiquetas impuestas por el sistema, asociadas al ser superpoderosas, multifuncionales, empoderadas, luchadoras, productivas, nos desconectan de nuestra autenticidad y terminan drenando nuestra energía.
Y en esta abrumación, donde siento que el mundo me pide mucho y no puedo con todas las exigencias, me permito reconocer el conflicto que se está generando en mí, y me entrego a la danza. Permito que la fuerza del huracán derribe las barreras internas para poder expresar mi sentir, y así reconocerlo, aceptarlo, acunarlo, para posteriormente darle un orden y crear en el afuera un colchoncito de amor que me permita sobrellevar lo que me acontece.
Cuando danzo me conecto con mi vulnerabilidad, con esa verdad que el cuerpo quiere contarme, que a veces incomoda, porque detrás de ella hay una herida que proviene de una necesidad no satisfecha, de algún fragmento de mi historia; y le doy voz, la escucho a través del movimiento que se quiere realizar, reconozco su ritmo, su forma de habitarme y de manifestarse en mi presente, aceptando lo que me sucede para lograr comprender y ordenar mi sentir.
Cuando acepto y me conecto con mi vulnerabilidad recupero mis partes perdidas, aquellas que en algún momento sintieron que no debían mostrarse para poder encajar, y vuelvo a tener contacto con mi autenticidad, reconociendo aquellos recursos que hoy me permiten estar presente para mí.
La danza me recuerda que ningún proceso es lineal, que los ritmos cambian, que la vida es movimiento constante y que, a través de este susurro, me acompaña, me guía y da voz a los síntomas que presenta mi cuerpo para reconocer lo que necesito. De esta manera comienzo a navegar nuevas rutas, acordes a todas las respuestas que tantas veces había buscado en el exterior.
En este viaje en espiral hacia mi vulnerabilidad, me conecto con mi fuerza creativa para anclarme al presente, porque sólo así puedo sentir la vida como un regalo y conectarme con lo que verdaderamente soy: siendo fiel al pulso de mi corazón.
Hoy me permito habitar mi cuerpo humano sintiente, pensante y conectado a su espíritu. Me permito escuchar las contradicciones que habitan en él para liberar así, todo lo que limita su expansión.