INNER DANCER

Por Alba Felpete

IG @albafelpete


Fuente: Pinterest


Encontrarse con la realidad que el cuerpo nos ofrece no es fácil. Escuchar profundamente el cuerpo a través de una práctica que realmente nos de la información cruda no es sencillo. Cualquier disciplina, herramienta, práctica que nos ponga en contacto real con nuestro cuerpo, sin edulcorar ni teñir el mensaje, puede generar muchas resistencias. 

Encontrarnos con el mensaje del cuerpo requiere aterrizarnos profundamente en nuestra humanidad. Nos enraíza a la humildad de que somos seres y humanos, convivimos con esta realidad, somos las dos dimensiones, seres y humanos y qué complejo puede resultar a veces habitar este binomio. Digamos algo así como que la tierra duele. La tierra es densa, lenta y procesal. La tierra tiene sus fases. Y nuestra tierra, que es nuestro cuerpo, también. Toda la información más sutil está densificada en él y por ello, adentrarnos mediante una práctica cruda, nos pone directamente en comunicación con todo lo que portamos: nuestro, ambiental, cultural e intergeneracional. 

¿Cómo afrontar esta labor sin caer en una tonalidad dura? Danzando el proceso. Respirando la resistencia, acariciando con atención nuestra sombra, iluminando con ternura las zonas acorazadas, lamiendo las heridas con oxígeno, habitando la incomodidad sin aguantar, sólo sostener el corazón abierto en lo incómodo, haciéndonos una con el lodo que el día de mañana verá nuestros pétalos brotar sobre él. 

La danza académica y profesional, en ocasiones, cierra el flujo del inconsciente. Constriñe el ser. No deja fluir el caudal y encorseta al “inner dancer” que cada uno lleva. Con los paradigmas establecidos de lo que es la danza, se nos activan los automatismos y la información se pierde. Puede existir cierta consciencia del movimiento y de su articulación, incluso de los procesos formales creativos y de la expresión corporal pero no se llega a permitir que se abran las compuertas del inconsciente y esa barrera no se traspasa, es demasiado femenina, incontrolable... y asusta. 

Tampoco existe suficiente grado de detención, no hay espacio para la quietud, para el detenerse y buscar el espacio, por lo que ya sabemos quién toma el timón de la danza. Qué necesario generar espacios para danzar. Espacios dentro del cuerpo, espacios en las directrices, espacios físicos, espacios en silencio, espacios de escucha, espacios entre los pensamientos, espacios antes de comenzar a movernos. 

En la tradición yóguica el acto más sublime es la quietud. La práctica se fundamenta en diferentes peldaños y el último es la meditación, pasando por la ética en el vivir, el entramado de las asanas o posturas, el pranayama o ejercicios respiratorios, para por último, desembocar en la quietud. Todo es una preparación para poder sostener un estado meditativo, todo. Lo que sucede es que desde la mentalidad occidental hacemos un mercado y un circo de cualquier cosa mínimamente atractiva y satisfactoria y ahí nos quedamos, flotando en la superficie, saltando de rama en rama, perdiéndonos el néctar de la existencia: el aquí y el ahora. 

En la cara escénica sucede un poco lo mismo que en el aula. Dónde se halla la profundidad o la trascendencia artística? Desde dónde está danzando el intérprete? Dónde está su mente cuando danza? 

Cuanto más se habla del Tao más desaparece. Es por ello que comunicar con palabras lo esencial es jugar con una línea muy sutil. Escoger el lenguaje coreográfico también lo es. Codificar demasiado un mensaje es delicado para quien se sienta comprometido con la profundidad. Hablar con muchas palabras de algo que va más allá de ellas puede desvirtuarlo. Con la danza siento que es lo mismo. A veces es mejor quedarse en el campo pre personal, no codificar demasiado la información, dejarla en su campo simbólico, ofrecerla así, sin tamizar, con el cuerpo abierto.


Quién es él, pues? 

De quién hablamos?

Quién es nuestro inner dancer?

Sería algo así como un ser compuesto por los ritmos universales, ondulante, femenino y espacioso. Con el tono muscular desinhibido y la corriente emocional de un bebé. 

Sería algo así como un caudal majestuoso en donde los pensamientos apenas fluctúan, permanecen estables mientras lo orgánico se abre paso con la implacable verdad del momento presente. Aquí, ahora, aquí, ahora, corre este discurso por las venas de esta criatura. 

Sería algo así como el bailarín que hasta la persona más sedentaria posee. 

Sería algo así como una antena cósmica y un ser permeable e incorruptible a la vez. 

Sería algo así como un purísimo organismo sensible que no logra traducir la existencia en palabras porque el alcance de su percepción no cabe en el contenido del lenguaje. 

Sería algo así como el ser interno que se agita por dentro queriendo romper el cascarón, que siente, que se mueve porque todo es movimiento, que percibe la pequeña danza en el epicentro de su ser y responde. Que no se queda cuando no siente reciprocidad y se queda cuando es hogar. 

Sería instinto, impulso y quietud por igual.

Sería mitad corazón y mitad cuerpo. 

Sería todo aquello que es.