LA QUIETUD EN LA DANZA

Por Patricia Rojas Pérez


Fuente: Pinterest


Desde tiempos antiguos, la danza se ha transformado en un rito social, que comunica estados internos y promueve la interacción con otras personas. Como consecuencia de lo anterior, y ante la necesidad de comunicarse, el cuerpo se transformó en un componente clave para su desarrollo; es así como, a través de diferentes movimientos, podían expresar sentimientos y estados de ánimo, logrando ritualizar acontecimientos importantes dentro de culturas y sociedades.

Cuando escuchamos la palabra danza, la primera asociación que realizamos es con patrones de movimientos que siguen una coreografía, donde el cuerpo se mueve en base a una estructura que indica la manera en que deberíamos realizarlo. 

Cuando un(a) bebé comienza su exploración por el mundo y escucha una música, su movimiento nace desde su sentir y comienza a danzar a partir de ello sin una estructura, sino más bien, conectado(a) a la libertad de expresión.

A medida que crecemos la exploración del movimiento se va limitando y transformando, a la vez, en algo más lineal, asociado esto último, a mandatos y roles respecto a cómo deberíamos comportarnos en diferentes contextos sociales.

Por consecuencia, la quietud se convierte en un anhelo desde la mirada adultocentrista; el quedarnos quietos o quietas es igual a tener un buen comportamiento y nos permite pertenecer a esta categoría. Sin embargo, a medida que crecemos, esta cualidad presenta una doble lectura, principalmente, porque quien está en quietud no está produciendo ni contribuyendo a algo útil desde lo social.

En danzaterapia, la quietud también es parte de la escucha corporal, transformándose en un componente que permite comprender, en mayor profundidad, nuestros estados internos. Nos permite activar nuestros sentidos y dejarnos sostener, pudiendo incorporarla como un movimiento importante dentro del proceso de danza.

Las primeras veces que escuchamos el deseo del cuerpo de estar en quietud, tienden a aparecer las creencias que integramos desde pequeñas, y que se asocian a cumplir expectativas en torno a cómo tiene que ser nuestro movimiento. Pero: ¿qué pasaría si descubrieras que cada movimiento es único, así como también, la propia historia de quien danza?

Si bien en Danzaterapia existe una consigna, que posteriormente va acompañada de una melodía -que permite potenciar el mensaje entregado y nuestra conexión corporal- siempre, lo más importante, será escuchar la necesidad de movimiento. Por consiguiente, éstos pueden ser amplios, pequeños e incluso podemos quedarnos en quietud, porque en ella también hay medicina.

En virtud de lo anterior, la quietud se transforma en una aliada dentro del proceso de danza. Su escucha permite sentir el ritmo con el que el cuerpo quiere habitarse, permitiéndonos reconocer la necesidad que hay detrás de ella y escuchar su mensaje.

Cuando escuchamos la palabra quietud, ¿a qué lo asociamos en nuestra vida? La respuesta que tengamos es el camino de inicio, que nos abre un mapa de ruta hacia donde podemos dirigirnos, y así empezar a trazar nuevas conexiones, cultivando la paciencia hacia nosotros(as) dentro de ese proceso.

Reconocer la quietud, también como un movimiento, permite que ésta sea un espejo de nuestro mundo interior y de aquello que somos, dejando que su poder silencioso guíe su propia danza hacia nuevas formas de expresión.

Permitirnos la quietud en un ritmo cotidiano que es cada vez más acelerado, se transforma en un desafío y en un acto de revolución y amor hacia nosotras(os) mismas(os), nos permite ampliar la perspectiva y nos entrega una energía renovada para encauzarla en nuestros caminos. 

Danzar la quietud, es volver a nosotras, es conectar con un espacio desconocido, que muchas veces incomoda, pero una vez que estamos en él y nos permitimos de manera paulatina explorarlo, podemos descubrir la forma de movimiento que anhelamos a partir de ese ritmo.

Todas las personas meceremos la quietud, entendiéndola como un tiempo de reencuentro con nuestro ser, que nos permitirá recuperar nuestra fuerza creadora, aquella que nace de nuestro mundo interior y que busca direccionar cómo queremos danzar nuestra vida. 

La danzaterapia, se transforma entonces en un mapa de encuentro con nosotras mismas, donde vamos liberando desde el cuerpo y desde nuestro propio movimiento, los condicionamientos externos, y conectándonos así con nuestras propias necesidades y autenticidad.