Por Laly Alejandra Balcazar Arévalo
IG @lalybalcazar
En algunas culturas, la clasificación de las danzas sagradas se realiza partiendo del hecho de que son realizadas para honrar a los dioses y realizar conexiones directas con ellos, con ofrendas u oficios religiosos. Sin embargo, en mi camino he tenido la oportunidad de observar cómo las personas viven la danza, y el significado que le dan a la misma, a través de la relación estrecha que se crea con esta práctica.
En mi cultura de origen, a simple vista, podríamos decir que la gente vive la danza como un medio de disfrute, de alegría e incluso de apertura con ciertos estilos o culturas, como cuando se aprende una danza diferente a la del propio lugar. A través de diversas experiencias, tuve la oportunidad de ver que hay personas que viven la danza de una manera muy profunda, con maestros que han entregado su vida a este arte, a su preservación y transmisión. Y esto lo observo desde mi camino particular, el cual ha sido marcado, desde el inicio, por una presencia divina que me ha llevado por una ruta inesperada, signada -me atrevería a decir- por un alto grado místico y mágico-religioso.
A través de las múltiples experiencias espirituales que he podido observar en mi práctica de danza, me surgió la siguiente inquietud: ¿Qué es lo sagrado en mi danza? Se puede decir que una danza de orígenes y tradiciones muy antiguas, es sagrada, porque se considera que fue creada para y por los mismos dioses. Su origen y su creación son considerados sagrados, así como también sus fundamentos en relación con lo religioso.
En la mayoría de las culturas, lo sagrado y lo religioso son temas inseparables, reforzados por la forma en cómo se han transmitido a través de las diferentes épocas y linajes. En realidad, el primer interrogante que me surgió fue: ¿Cómo vive lo sagrado un bailarín que conecta y se enfoca en la estética, la técnica y el crecimiento del ego, a través de sus avances como intérprete y/o profesor?
A lo largo de mi trayectoria, he tenido la fortuna de conocer el territorio de origen de mi danza: estudiar y aprender de la mano de excelentes maestros, con experiencias profundas y, en muchas ocasiones, sorprendentes. Esto me ha llevado a sentir un gran respeto por la práctica, gracias a todo lo que ha sucedido en varios aspectos de mi existencia, que va desde lo corporal y lo mental, hasta lo espiritual. Seguramente tú, querido lector, al leer la palabra “práctica”, la relacionas con el aprendizaje o perfeccionamiento de la técnica; y, efectivamente, eso hace parte. Pero en realidad es algo que va más allá. En mi caso, la práctica constante y consciente (sobre todo de las dificultades) me ha permitido otras posibilidades de conexión y entendimiento. Es allí donde el sentido de lo sagrado ha tomado toda la amplitud de lo que significa esta palabra.
Profundizar y entregarme a la danza con el corazón abierto y libre de pretensiones egóicas, ha permitido que pueda experimentar la magia que la experiencia de la danza ha hecho en mí, creando una relación muy estrecha entre este arte y todo lo relacionado con él. Esto empieza por el lugar físico de la propia práctica, ese espacio material donde todo sucede, y que en mi caso, es el salón de danza. Es también mi cuerpo, que hace posible el movimiento y evoluciona a la par, con los avances corporales e intelectuales. Estos elementos se acompañan con todo lo que implica tener una práctica de danza como camino de vida: la ropa con la cual entreno, los trajes y accesorios que utilizo para las presentaciones, e incluso el cuaderno de notas. En realidad, todo lo que sucede ha sido tan profundo que me ha llevado a darle un carácter sagrado a cada cosa que acompaña mi experiencia artística.
Digo "sagrado" porque, a través de la práctica, he podido vivenciar conexiones profundas, y la primera de ellas ha sido conmigo misma. La consciencia corporal que se genera, permea toda la existencia y lleva a una consciencia profunda, más allá del cuerpo y el espacio físico. Poder autoobservarse, autoreconocerse, autotransformarse, genera algo que las palabras no pueden describir, pero que puede percibirse en el alma y se hace evidente en el comportamiento como individuo. Podría decir que es algo parecido a cierto tipo de alquimia que se realiza entre el cuerpo, el alma, la práctica y la energía divina, y que permite que todo esto suceda.
Finalmente, la respuesta que doy a mi propia reflexión, es que lo sagrado se genera en mí, a través de la experiencia vivida, en cada paso y en cada etapa del camino. Sin duda alguna, se generan conexiones que van más allá de lo que se ve desde el exterior, pero que se sienten y se viven en el alma. Y es lo que al final entrego al espectador cuando estoy en el escenario. Sagrado, es aquello que atesoras en el corazón con todo el amor y el respeto que son posibles en ti, lo cual cuidas, proteges, honras y alimentas en el cotidiano.