Por Patricia Rojas Pérez
IG @darlevozalcuerpo
A medida que crecemos, los diferentes contextos en los que nos desenvolvemos impactan de manera significativa en nuestros procesos de desarrollo, determinando nuestro comportamiento y los modelos a seguir.
El entorno se transforma, entonces, en un elemento trascendental para la construcción de nuestra identidad y, por consecuencia, en nuestra forma de pensar, sentir y actuar, así como también en la configuración de nuestra percepción de eventos, experiencias e información. Podemos observar lo anterior en el hecho de que, para cada persona, una misma situación puede presentar diferentes significados.
Nuestra historia de vida está escrita en nuestros cuerpos: es a través de ella que observamos las diferentes formas que tenemos de desenvolvernos en nuestro entorno, permitiéndonos acceder a nuestra propia mirada del mundo.
El cuerpo vive lo que siente, nuestra autopercepción se ve sesgada por los diálogos que éste desarrolla en base a sus experiencias y a la posibilidad que tenemos de exponer nuestras ideas o sentimientos. Es así cómo, en el transcurso de nuestra vida, la capacidad de expresión y el desarrollo de nuestra creatividad, presentan una directa relación con la confianza y la seguridad que transmite un espacio y quienes forman parte de él, otorgándonos la oportunidad de ampliar nuestra perspectiva, para abrirnos a la posibilidad creativa y creadora del cuerpo.
A través de la danzaterapia, los movimientos que realizamos reflejan nuestra historia, el cuerpo habla a través de ellos, conectando con nuestras memorias, que buscan expresarse, encontrarse y reconciliarse. Explorarnos a través de la danza, es atrevernos a escuchar la voz de nuestro cuerpo, haciendo visible lo que por años ha estado silenciado, para poder darle un nuevo espacio y reconocer así su raíz.
La expresión corporal, se convierte en un lienzo de creación, donde nuestra verdad y todos los síntomas que conlleva, tienen un espacio para liberarse, encontrando respuestas acordes a nuestras necesidades emocionales y así, reconocer la capacidad de buscar un nuevo mapa de ruta.
Crear a través de nuestro movimiento y su propio ritmo, nos permite aceptar aquellos fragmentos de nuestra historia que, aún en el presente, nos causan algún dolor, observándonos con compasión y amor, para ir transformando el diálogo de nuestros cuerpos en un espacio confortable que nos permita reconocer su voz.
Sentir que es seguro habitarnos, es un proceso que requiere valentía, es atrevernos a romper esquemas que potenciaron un distanciamiento de nuestros cuerpos, y una dificultad para atender sus mensajes en el momento que lo requerían. ¿Cuántas veces hemos silenciado una necesidad de nuestro cuerpo, por el temor a fallar a nuestro entorno? Darle voz al cuerpo, nos permite ir deconstruyendo esas creencias asociadas al deber ser, para integrar de manera paulatina nuevas verdades, que nos permitan ampliar las posibilidades de respuestas para sobrellevar la incomodidad que se genera, principalmente cuando establecemos límites con nuestro entorno.
La danzaterapia nos recuerda que nada está escrito de manera permanente y nos brinda la posibilidad de cambiar el movimiento, o bien, bajar su ritmo si éste nos entrega sensaciones que no estamos preparadas para sentir.
No necesitamos fingir, ni ir más allá de lo confortable, sino aprender a aceptar nuestros procesos para crear a través de la danza, movimientos acordes a lo que somos capaces de expresar a partir de nuestros cuerpos y sus historias. Danzar de manera libre nos permite acceder a nuestro mundo simbólico, pudiendo, a través del lenguaje del cuerpo, comunicar sentires y emociones asociados a él, creando con el movimiento nuevas formas de expresión.
Otorgarnos el derecho a sentir en una sociedad que siempre nos ha enseñado a ocultarlo, nos proporciona nuevos recursos que serán las bases para reconciliarnos con nuestros cuerpos y, de esta manera, construir relaciones emocionalmente más sanas con nosotras mismas.
La danzaterapia se transforma, entonces, en un refugio para el alma, dándonos la posibilidad de experimentarnos a través del ser, hacer y estar, para movernos al ritmo que marca nuestra propia individualidad.