Por Alma Morales
IG @almamorales
Fuente: Pinterest
Yo soy movimiento
Mi relación con la danza es un cuento que sigo escribiendo. Como tantas otras personas en mi ciudad natal, especialmente en mi barrio, tomé mis primeras clases de ballet siendo una niña de cinco años. Recuerdo haber decorado mis zapatillas con purpurina dorada sin saber muy bien lo que hacía y la fascinación que me provocó el escenario, especialmente los movimientos tras bambalinas. Hoy puedo decir con plena conciencia que esa experiencia me marcó de un modo muy especial y que casi cinco décadas más tarde, bailar (y el teatro) son algo más que una actividad o un trabajo, pero en el caso de la danza, sigo en el descubrimiento de su importancia en mi vida.
Diez años después de esa única presentación en el teatro local en donde bailé Sir Duke del grandioso Stevie Wonder, por cierto, interesante selección musical para un recital de ballet, decía que algunos años después me enfrenté a la que considero una de las grandes experiencias de mi etapa juvenil. El empeño y la seriedad que dediqué a mis clases de jazz y la importancia con la que asumí mi debut como bailarina del taller escolar de danza moderna de la preparatoria a la que asistía, bueno, digamos que existe un tipo de felicidad y luego está la felicidad que te explota por dentro, en las vísceras, que recorre todos los circuitos del cerebro en un bucle a millón y que solo se calma horas después de haber bailado con la precisión que practicaste por semanas, cuando logras moverte al ritmo que la música te ordena y caes en los tiempos adecuados dominando el gesto y el cuerpo. Esa felicidad efímera y caprichosa, la de bailar en cuerpo y alma, todas las personas tendrían que tener el derecho a vivirla y disfrutarla.
Escribo sobre dos experiencias de mi infancia y adolescencia pues encuentro que, en esas primeras prácticas, descubrí (sin saberl0) el gusto por conocer mi cuerpo a través del movimiento consciente y ordenado; el gozo de la expresión por medio del baile es una particularidad que, aunque todos los seres humanos poseemos como capacidad, no todos practican.
Después de algunos años de haberme negado ese gusto, por decirlo de algún modo, y ahora que, ¿la vida, yo misma o la casualidad? me ponen de nuevo frente al espejo (en sentido literal, metafórico y simbólico), tengo de nuevo ganas, no solo de bailar sino de pensar en bailar, reflexionar y compartir con otras personas que, probablemente, hayan vivido algo similar o bien que, en este momento, estén viviendo un distanciamiento del baile como forma expresiva.
¿Qué sucede cuando dejamos de movernos por gusto? ¿Se pierde algo? O al menos será que se tome una pausa respecto a nuestra curiosidad por el mundo, que únicamente a través de los sentidos podemos saciar. ¿Dónde queda todo eso? Decía que pasé algunos años alejada de la danza y, para efectos prácticos, de todo tipo de movimiento corporal. Las razones las dejo para otra ocasión. Baste considerar que no estaba del todo impedida, al menos no físicamente. Pero dejé de moverme y eso, por supuesto, trajo consecuencias.
Algo vital se pierde cuando nos desconectamos del cuerpo; el día que acepté que me hacía falta volver a bailar como una práctica habitual y consciente, descubrí que la memoria del cuerpo es noble y poderosa. Que cuando dejamos de movernos, algo se calla. Pero también cuando retomamos, se descubren nuevos temas de conversación.
Hoy sigo intentando establecer el hábito de bailar, ya no pensando en el escenario sino en disfrutar del movimiento y de mi cuerpo; sin más proyecto o mérito que retomar la sensación de envolverme en un espacio-tiempo conmigo misma. Es cierto que bailar es una forma de meditar y de conectar con las emociones que muchas veces tratamos de mantener guardadas. La danza es un extraordinario medio para reconocer esas emociones sin juzgarlas, pero tal vez, para calmar un poco eso que inquieta y que, muchas veces, no tenemos las palabras para gestionar.
La danza como construcción cultural es un fenómeno muy valioso e interesante, desde las danzas tribales hasta la coreografía más estilizada; tal vez lo más de todo es que el impulso de bailar como acción de gozo, esa información genética de bailar como una manera especial de mover el cuerpo, distinto del impulso de caminar o correr, ese aliento, tiene trazas de algo sagrado e inaccesible al entendimiento. Es un soplo que nos acaricia el alma con su brisa cuando nos es dada la vida.
Para finalizar, comparto las canciones que bailé en los recitales arriba mencionados, por si les dan ganas de escucharlas y se animan a bailar.
“Sir Duke”, Songs in the key of life, Stevie Wonder, 1976.
“One”, A chorus line, película (finale), 1985.