Por Ailín Riveros Saavedra
Una de las principales cosas que llama mi atención en torno al encuentro entre ambas bailarinas (Isadora Duncan y Loie Fuller), es la mirada diferenciada que ambas aportan a la danza.
Loie se muestra como una mujer atravesada por el padecimiento y el sufrimiento físico, pero también subjetivo. No aparece en la trayectoria de su vida ninguna conexión con el placer y con el disfrute luego de la muerte de su padre. Y eso se refleja en el modo en el que construye su arte y su escena. Se trata de un modo de concebir el arte sumamente sofisticado, el cual requiere de una tecnología específica. El cuerpo en ella es un instrumento para un fin; lo necesita para desarrollar la escena pero no es medio para comunicar. Concibe la danza más allá del cuerpo; ella busca construir un modo particular de arte, que trascienda la danza. Se trata de generar y transmitir a través de lo que se ve, y elige cuidadosamente qué mostrar y cómo hacerlo. Se encuentra preocupada por los efectos visuales y, en algún punto, ella hace una conjunción entre la danza y el arte visual, otorgando movimiento a lo estático de la expresión plástica. En este sentido, se muestra dispuesta a todo para que su arte alcance la excelencia que ella busca. Pone en juego su cuerpo y lo exige hasta el máximo, a los fines del hecho artístico.
Y aquí ubico la principal diferencia con Isadora. Se encuentran en la posibilidad de desestructurar la danza, pero se diferencian sustancialmente en el modo en el que ponen en juego el cuerpo para llevarlo adelante. Isadora plantea una libertad trascendente, en la cual el cuerpo es el instrumento principal del arte del movimiento. La danza sólo es danza para ella, si proviene del propio ser, con cierta simpleza y sin requerimientos de una escena construida. El cuerpo para Isadora funciona como templo, se expresa genuinamente sólo a través de la organicidad, sin ser forzado. El movimiento para ella debe fluir y aparece claramente aquí una conexión con el placer y el disfrute, habilitada por su trayectoria vital. En este sentido, creo que el modo de concebir el arte en ambas bailarinas se vincula fuertemente con sus trayectorias y cómo estas determinan subjetividades particulares .
Qué es lo que cada una de ellas elige mostrar y qué no. Qué queda velado, qué aparece como necesario de transformar a través del arte. En este sentido, lo interesante que aportan ambas a la danza -y por ello se constituyen en vanguardias- es la capacidad de transformar lo subjetivo emocional a través del arte. Es para mí la mayor coincidencia y el mayor aporte que ambas realizan, dado que le otorgan al arte del movimiento cierta libertad y posibilidad de comunicar emociones: la capacidad de explorar desde el movimiento y transmutar procesos subjetivos.
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Artículo escrito en el marco del Taller Online El Legado de ISADORA DUNCAN