Por Patricia Rojas Pérez
darlevozalcuerpo@gmail.com
IG @darlevozalcuerpo
Vengo de una familia donde la danza ha sido siempre un elemento importante. Cierro mis ojos y mil imágenes aparecen, donde la risa, la alegría y el disfrute se volvían y se vuelven protagonistas de esos encuentros. La danza me conecta con mi historia ancestral; me permite observar que, a través de cada melodía compartida, todos relataban un fragmento de ella y expresaban su sentir a partir del movimiento que decidían realizar para, en conjunto, ser parte de un mismo tejido.
Ese sentir compartido me permitió integrar, poco a poco, a la danza como una compañera en mi vida, pues sentía que algo se expandía en mí cuando conectaba con ella. La danza, entonces, se fue transformando desde mis primeros años en un elemento nutritivo que me permitía volver a mí.
Pero a los 14 años la silencié: algo se fragmentó en mí y decidí restarle protagonismo, hasta que un día, en un encuentro terapéutico, me permití danzar con los ojos cerrados. Aquella experiencia generó que entendiera que, en ese movimiento, también estaba mi sanación, porque era mi cuerpo quien me relataba, a través de mi propia historia, lo que necesitaba para su proceso, y el ritmo con el cual debía habitarlo.
Así, la danza se ancló en mí como una bandera de expresión de mi alma; la medicina que me otorga me ha permitido atravesar diferentes crisis para hacerles frente, mirar mis sombras, conectarme con ellas para poder abrazarlas y transitarlas, sabiendo que detrás de toda tempestad, la calma volverá.
La danza me ha permitido reconocer mis límites, reencontrarme con mi cuerpo; con viejas heridas y dolores que pedían a gritos ser mirados para darles un nuevo espacio. Porque la vida es danza; es movimiento constante; es entender que somos un cuerpo en unión; que no estamos fragmentados y que cada situación que pase se expresa en cada parte de nosotros.
Cuando danzo me permito darle voz a mi cuerpo; dejo que me relate su historia; me reencuentro con mi ser; le doy espacio a ese movimiento para que se manifieste y me permita comprender, porque sólo así puedo otorgarle una dirección a lo que necesita transformarse.
No imagino mi vida sin la danza ya que me ha acompañado en infinitos procesos. Cuando me pierdo, ahí está para nutrirme: desde la simpleza del movimiento me entrega su medicina para sostenerme con su compás y volver a conectar conmigo.
La danza libera corazas, me permite transitar dolores pero, sobre todo, me entrega la herramienta más poderosa: confianza en mí misma. Confiar en un mundo que nos exige ir deprisa, es un tremendo desafío que me permito transitar, derribando todos aquellos patrones que limitan mi andar.
Confiar en mí, me permite observar a mi humana en profundidad: observar los roles que cumple, cuáles de ellos la drenan y cuáles quiere empezar a transitar, porque sólo así puedo empezar a sanar mis heridas desde la raíz. Tomar consciencia de esto me permite la pausa, darle voz a mi cuerpo, transitar sus estaciones y empezar a ser honesta conmigo y con mi entorno, para priorizarme, escucharme, reconocerme y ser respetuosa con lo que necesito.
Me permite cuidar a mi humana, enraizar en mi tierra fértil que es mi cuerpo y que, a través de esta consigna, puedo recuperar la soberanía de mi historia, permitiéndole a mi cuerpo entregarme sus mensajes desde su energía, emocionalidad, pensamientos y somatizaciones, para ir transformando mi presente.
El día que encontré mi luz, la oscuridad no me dio tanto miedo. Aprendí a danzar con ella, a amigarnos, y me ha ayudado a visualizar cómo quiero florecer, entendiendo que para eso, requiero pasar por todas las estaciones.
La danza me nutre, me permite ser mi refugio, me permite volver a mí, me conecta con la libertad de ser, me guía y me permite mover esas sensaciones que necesitan expresarse; que piden ser escuchadas para encontrar las respuestas y así poder avanzar.
En la danza soy yo sin etiquetas. Las máscaras aparecen para ser reconocidas y, de esta manera, comenzar a desprenderse de esos personajes que ya no requieren ser parte de mi andar. Cuando me formé como Danzaterapeuta, nunca más volví a desconfiar de los mensajes que mi cuerpo me quería entregar, sino que más bien los puse a disposición del movimiento para comenzar su alquimia.
¡Que mi corazón se una a la danza de la vida y que, en cada movimiento, encuentre mi medicina! ¡Que la danza de la vida nos permita seguir cumpliendo nuestros propósitos!