Por Patricia Rojas Pérez
darlevozalcuerpo@gmail.com
IG @darlevozalcuerpo
Suena la música, cierro mis ojos y permito que cada parte de mí se conecte con ella. Mi cuerpo decide cómo iniciar su movimiento, mientras va explorando al ritmo de la música el espacio.
Cada movimiento, se conecta con una parte de mí que quiere ser escuchada, me entrego a la danza, me permito sentir, ampliar mi percepción y ser vulnerable; me quiebro porque sé que sólo así voy a volver a encontrarme, me permito ese sentir que todo se derrumba y voy sacando partes de mí que ya no resuenan con quien soy ni con quiero ser, reconozco mi máscara y me permito conectar con mi creatividad para contarle una nueva historia.
Todas las personas llevamos máscaras para protegernos; observarlas nos permite conectar con quienes realmente somos, reconociendo nuestro propia luz pero también nuestra oscuridad, y así identificar el ritmo con el que queremos danzar la vida.
La libertad del movimiento me permite conectar, escuchar, expresar y atender todo lo que sucede en mi mundo interior, me da la capacidad de dar presencia a esos roles aprendidos, para comprender su raíz y escuchar su mensaje, y así descubrir, a través de la propia voz de mi cuerpo, lo que necesita transformarse.
Mientras siento esta libertad me pregunto ¿cuántas veces apuré mi ritmo para encajar? Me permito ritualizar la respuesta que aparece, a través de la danza. Reconozco el ritmo que se acomoda con mis movimientos, aquel que me permite expresar pensamientos, emociones y sentimientos, para así comprender que en mi cuerpo está mi historia, y que a través de mi corporalidad puedo expresarla, revivirla, reeditarla y resignificarla; porque sólo así podré dar espacio a lo nuevo, activando la percepción, la fuerza y la dirección en mi vida.
Ser consciente de mi cuerpo me ha permitido reconocer que cuando camino a mi ritmo, de manera sutil, acorde a mis propios movimientos, puedo ampliar mi perspectiva y expandirme, sintiendo cómo el sentir se ordena e integrando que soy un cuerpo; que cuando logro reconocer mis recursos y lo que me da nutrición, siempre voy a poder volver a mí, recordando que mi ritmo es perfecto, que a la velocidad que dance la vida está bien, porque nadie puede apurar mi proceso.
Empezar a sentir nuestros cuerpos es un acto de revolución y de amor hacia nosotras mismas, ante un sistema que nos exige, de manera constante, producción e inmediatez. Es empezar a dar espacio a herramientas de autocuidado, es reconocer nuestras prioridades y cómo nuestras necesidades emocionales y físicas requieren ser escuchadas, para volver a tener el protagonismo que merecen en nuestras vidas.
Darle voz al cuerpo es reconocer ese compás con el que quiere danzar la vida, para que nuestros procesos sean resignificados, pues allí se encuentra toda nuestra historia, toda nuestra biografía y merecemos darle la posibilidad de habitar otras emociones y sensaciones.
Reconocer mi ritmo orgánico, me permite ir transformando, porque sólo así puedo abrirme a la posibilidad de volver a confiar, de sentir que es seguro habitarlo y escuchar sus mensajes, para de esta manera incorporar nueva información que le permita crear nuevamente un estado de bienestar, donde la energía se manifieste y el cuerpo sea una guía para transformar nuestro presente y expandirnos, sintiendo una base segura.
Me entrego al compás de mi danza, le doy voz a mis sombras, me permito la luz y el diálogo entre ellas, pues sé que todos los mensajes que canalice a través de mis movimientos son medicina y me permitirán armar una nueva ruta.
Soy protagonista de mi danza, me permito resignificar todas las creencias que aprendí de mi entorno familiar, social, cultural y que hoy me piden darles un nuevo lugar. Hoy soy mi refugio, me permito que otros y otras me acompañen y complementen mi movimiento, pero siempre con la certeza de que puedo danzar en solitario, sin temor, pues ya reconozco mi compás y sé cuando es necesario volver a mí.