Por Yanina Magno
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IG @voladoraprincipiante
Fuente: Pinteerest
Llega ese momento en el que una se replantea el para qué del danzar: ¿qué es danzar? Y hacia dónde se dirige una cuando baila. Tantas preguntas llegan a mi mente para traer un poco de claridad en algunos momentos de mucho ruido interior. Al considerarme bailarina, todas mis emociones están teñidas de un poco de movimiento y expresión corporal; hasta mis silencios y mis pausas se ven en movimiento.
Ser bailarina no te lo da ningún título, ni nadie tiene que aprobarte. Ser bailarina es algo que una elige conscientemente, y a veces no tanto: sólo sucede. Ser bailarina es vivir a través del movimiento. El movimiento puede ser corporal, pueden ser palabras, pueden ser pensamientos, deben ser emociones, puede no ser nada.
Lo que sí me pasa es que suelo ser demasiado exigente con algo que de mí pide tan poco. Empiezo a pensar que me gustaría ser nombrada “una gran bailarina”.
Todo tiene que ver con mi cuerpo que se mueve como una ola. Mi respiración que me invade, mi soledad que está ahí, mi amor por el mundo que arde, mi sueño despierto. ¿Por qué no fui otra? ¿por qué no soy una bailarina reconocida? ¿reconocida por quién? ¿cuánto de lo que hago es para mí? ¿cuánto para que me vean? ¿Para que me vean quienes? ¿mi danza será importante para alguien? ¿Soy la que baila sola o la que baila para que la vean? ¿me darán una beca para ir a bailar a Estados Unidos? No, no sé hablar inglés.
¿Realmente deseo todo esto? ¿Por qué lo deseo? Hay un momento donde dejo de disfrutar lo que estoy haciendo, sólo para ver si lo que estoy haciendo está bien. Y en ese mismo momento, el movimiento ya no tiene que ver conmigo, sino con la aprobación y validación de los demás.
Todo se derrumba, me conformo con ser la que soy, con el baile que tengo, con el movimiento que me habita. Sé que pude cambiar la vida de algunas personas mostrándoles lo que soy; y eso me alcanza. Sé, que pude cambiar mi vida, poniéndome al servicio de una danza que es mía y de nadie más. Sé que pude ser feliz a pesar de no tener nada, porque tengo algo que todos tienen pero pocos usan; tengo la danza como terreno para explorarme y revivirme cuando el mundo no puede más. Cuando yo no puedo más y en realidad, siempre lo puedo bailar todo.
Los momentos de autoexigencia son normales en cierto grado. Bailar es exponerse, es movimiento, tiene que ver con mi propia revolución. Hoy, que estoy un poco más alejada del para qué comencé a bailar, trato de recordármelo: es para mí y para nadie más. Es mi pulso que necesita ser bailado, es esa palabra que no pude decir, es mi meditación activa. Bailo porque eso me hace feliz y es en el movimiento donde me encuentro con mi verdadera esencia; donde puedo verme vulnerada, dolida, asustada, fuerte, segura e insegura; donde puedo romper todos los muros que levanté y sentirme vibrar siendo capaz de convertirme en lo que yo realmente deseo.