NO PODEMOS DEJAR DE BAILAR

Por Flavia Basilico

IG @sinobailoescribo


Diana Vishneva - Fuente Pinterest



El camino de la calma antes de una tempestad repleta de miradas. Los nervios que no los quiero, pero sin ellos no soy nada. Mi respiración y yo, solas en el mundo. Mi danza y yo, solas en el mundo. Solas en el mundo segundos antes de compartirnos. 


¿Qué abismo hay entre la vida real y la escena? ¿Por qué la escena no puede ser la vida real? ¿Cuál es el límite? ¿Unas tablas de madera? ¿Qué nos pasa ahí arriba? Vorágine inexplicable. Una felicidad que siempre termina excesivamente rápido. Si pudiera subirme todos los días al escenario, tal vez sería más feliz, o tal vez sería tanta la adrenalina que sería imposible de contener. Como bailarina del under de la danza contemporánea argentina, tengo mi buena cuota de escenario, aunque un poco más no me molestaría. El público me da algo invaluable, inigualable, no sabría como explicarlo, tampoco sé si es para cada artista igual. ¿Qué es? 


‘’El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. Pero el cuerpo es precisamente lo que dibuja esta forma. Es la forma de la forma, la forma del alma. (58 Indicios sobre el Cuerpo / Jean-Luc Nancy). Nuestra alma, como sea que la concibamos, está ahí puesta al servicio de la escena, al servicio de transmitir historias, emociones, movimientos. Ese intercambio nos retribuye enormemente. Terminamos las funciones emocionadas, realizadas a veces, conmovidas, llorando, riendo, sintiendo todo, agotadas también porque la entrega es total. Bailar para un otro, para un público, es darnos en cuerpo y alma. Sigo pensando en esto del cuerpo, alma, danza y la próxima palabra que llega es ‘arte’. Si estamos acá, leyendo esto, claramente, ya sabemos que la danza no es un deporte pero lo es al mismo tiempo; sin embargo, en lo que no hay ninguna duda es que es un arte. En el arte siempre entra el alma. 


Quiera compartir este pensamiento de Paul Valery:


«La Danza no se limita a ser un ejercicio, un entretenimiento, un arte ornamental y en ocasiones un juego de sociedad; es una cosa seria y, en ciertos aspectos, muy venerable. Toda época que ha comprendido el cuerpo humano o que al menos ha experimentado el sentimiento de misterio de esta organización, de sus recursos, de sus límites, de las combinaciones de energía y de sensibilidad que contiene, ha cultivado, venerado, la Danza. Es un arte fundamental, como su universalidad, su inmemorial antigüedad, la utilización solemne que se le ha dado, y las ideas y reflexiones que ha engendrado en todos los tiempos, lo sugieren y demuestran. Y es que la Danza es un arte que se deduce de la vida misma, ya que no es sino la acción del conjunto del cuerpo humano; pero acción trasladada a un mundo, a una especie de espacio-tiempo, que no es exactamente el mismo que el de la vida práctica.»


Entonces, según Valery, la danza es casi como entrar a un portal donde hay otra frecuencia energética y las sensaciones internas se alteran. 


Agrego algo más de él:


«El hombre se ha dado cuenta de que poseía más vigor, más agilidad, más posibilidades articulares y musculares de las que necesitaba para satisfacer las necesidades de su existencia, y ha descubierto que algunos de esos movimientos, mediante su frecuencia, su sucesión o su amplitud, le procuraban un placer que alcanzaba una especie de embriaguez, a veces tan intensa que sólo el agotamiento total de sus fuerzas, una especie de éxtasis de agotamiento, podía interrumpir su delirio, su exasperado gasto motriz.»


Creo que nadie lo puede explicar mejor que él. El cuerpo se abre a nuevas posibilidades físicas concretas y pienso que el alma lo hace junto a el, y todo mi ser en conjunto entra esa embriaguez, o nueva frecuencia de placer sin comparación. 


No es difícil concluir entonces que la inmensidad de la danza es el mismo motivo por el cual NO PODEMOS DEJAR DE BAILAR.