Por Lucero Dávila
IG @lucerodavilaarte
Según el diccionario de la lengua española, profesar, en su cuarta acepción, significa enseñar una ciencia o un arte. Por eso, en esta oportunidad, hablaré como alumna acerca de la difícil pero a la vez trascendental tarea de ensañar.
Enseñar quiere decir instruir bajo ciertas pautas o preceptos; es decir, que se muestra algo nuevo a un semejante de una manera determinada, siguiendo un método, modo, táctica o disciplina al hacerlo; se transfiere el conocimiento de una manera específica.
Usualmente, el proceso de instruir se da en un aula, un espacio físico donde confluyen, de manera directa y presencial, dos sujetos: alumnos y profesores.
Durante la pandemia, esta modalidad fue reemplazada por la virtualidad. Utilizamos las redes de internet para instruirnos e instruir. Esta nueva forma de transferir el conocimiento ayudó a que las personas pudiéramos seguir avanzando en nuestro trabajo y en nuestra educación. Actualmente, esta manera de enseñanza todavía se utiliza en muchas carreras, salvando las distancias. Hoy puedes tomar clases fuera de tu país sin viajar, y son muchas las profesiones y trabajos que se logran alcanzar de esta manera.
Afortunadamente, durante aquel período continué con el Ballet (en la medida que me fue posible).
Ya había conocido la escuela donde estudio, y allí nos ofrecieron retomar las clases de manera virtual. Siendo la danza clásica una disciplina que necesita espacio, tanto mis compañeros como yo desplegamos toda nuestra creatividad para convertir los pequeños hábitats de nuestras casas en sitios que, medianamente, nos permitieran llevar las clases. Pero para mí, lo más valioso de esa etapa, fue el apoyo emocional que nos dio nuestro profesor, el Sr. Miguel Burgos, uno de los mejores ejemplos como profesional y persona, que he conocido.
La danza, como lo he expresado en múltiples ocasiones, requiere de esfuerzo y disciplina, carácter y fortaleza; pero a la vez requiere de esa parte sensible en cada ser humano para poder transmitir las emociones que una pieza contemporánea o clásica requiere. En este sentido, los bailarines deben recurrir a su más profunda sensibilidad para entregar la emoción que la obra necesita: conseguirlo, demanda un viaje de autoconocimiento. Este viaje debe ser en solitario, pero en ocasiones, precisamos de alguien que nos guíe para saber afrontar aquello que encontramos, lo que, dependiendo de nuestras experiencias en la vida, podría ser muy doloroso.
En el caso de mis compañeros de aula de aquel entonces -y en el mío- contamos con el apoyo de nuestro profesor, una persona que no sólo nos formó con disciplina, sino que también nos escuchó al observarnos. En todo momento, sus palabras de aliento y su exigencia fueron la barca a la que nos subimos para mantener la calma bajo un encierro que parecía no tener final. Hasta hoy nos insta a dar lo mejor, a superar las barreras que muchas veces nosotros mismos colocamos, y a mirar hacia la posibilidad de lograr lo que deseamos.
Es importante ser riguroso al enseñar, sobre todo en estos tiempos, en los que la subjetividad le está ganando la partida a la técnica bien empleada y a la metodología que toda actividad, incluida la artística, debe tener. A su vez, este proceso debe estar enlazado a saber leer a los alumnos y observar por dónde los lleva su curso interno, orientándolos para que no se pierdan en el trayecto.
Cada ser humano tiene una forma particular de asimilar y responder a las vicisitudes y obsequios que la vida le ofrece; pero hay un momento, cuando somos muy jóvenes e iniciamos nuestro aprendizaje, que necesitamos de un mentor. Éstos son, inicialmente, nuestros padres; pero también lo son nuestros profesores, las personas que nos educan y que ejercen sobre nosotros una gran influencia durante nuestro crecimiento.
Aprendemos por imitación y admiramos a quienes nos enseñan, por eso es importante que quienes optan por la carrera de la docencia sean conscientes de que serán emulados por niños y jóvenes que, en un momento de sus vidas, buscarán ser como ellos.
La acción de profesar el conocimiento impone una gran responsabilidad que debe ser tomada en toda la extensión de esta palabra, pues no es sólo la enseñanza académica lo que se impartirá, sino también, enseñanza de vida; no se trata únicamente de instruir acerca de cómo ser un buen profesional, sino también, un buen ser humano capaz de mejorar el medio que nos rodea.
Los alumnos encontramos en las palabras de apoyo y el rigor de la enseñanza, el equilibrio que necesitamos para convertir lo aprendido en herramientas con las que podamos recorrer el mundo y transformarlo, y no solamente crecer en lo material.
Los docentes son como segundos padres y, en muchos casos, suplen la falta de ellos, por eso es imperativo que sean conscientes de su rol en la vida de quienes enseñan.
En esta oportunidad quise ir más allá de la danza debido a una experiencia que tuve que presenciar con una niña que apenas conocí. Gracias a esta experiencia, pude darme cuenta de mis necesidades como alumna y del tipo de profesora y persona que debo ser; que quiero ser. Escuchar a los alumnos y atender a todos los que nos rodean es sumamente importante y sustancial. En tiempos en los que la tecnología coloca en nuestras manos una gama de dispositivos de todo tamaño y color para estar mejor comunicados, escuchamos menos a la persona que se encuentra a nuestro lado, desatendemos más a nuestros hijos y, en muchos casos, volvemos invisibles a quienes, con sus tristes miradas, nos llaman a gritos.
Espero que, al leer este artículo, todos podamos ejercitarnos en atender con paciencia a quienes nos rodean. A veces, las constantes cargas y la prisa con la que se vive no nos permiten sentarnos y abrir nuestro corazón para escuchar al otro; tampoco nos damos cuenta de que, muchas veces, no nos sentamos a escucharnos a nosotros mismos.
Profesar es un verbo con grandes implicancias que, en algún momento de nuestras vidas, ejecutaremos desde cualquier actividad que realicemos, y es por eso que debemos despertar: ser conscientes de aquello que estamos dando y de cómo lo hacemos, para influir en los demás con respeto y dignidad.